Juanjo Sánchez Arreseigor

  • Si Alí Jamenei renunciara a su programa atómico, lejos de sacrificar algo valioso, se estaría librando de un pesado lastre

Mala cosa es que la guerra se extienda, pero los ayatolás no son dignos de lastima alguna. Su pueblo, sí, pero ellos están recibiendo lo que se merecen.

Existe una superstición, muy perniciosa pero muy extendida, de que es forzoso valorar un gobierno en función de su alineamiento a favor o en contra de Estados Unidos. Si coincide con el nuestro, son unos dirigentes majísimos y geniales, aunque encarnen un Estado policial con una política exterior imperialista. Pero si su postura respecto a Washington es contraria a la nuestra, han de ser forzosamente unas sabandijas. Por eso vemos que diversas gentes condenan con toda justicia al régimen de los ayatolás, pero se ponen de perfil ante uno prooccidental, aunque igual de infame, como Arabia Saudí, o incluso lo blanquean. O a la inversa: Los saudíes son demonios, pero los ayatolas iraníes son santos. Y es muy deprimente ver cómo sucede lo mismo con Ucrania y Palestina, siendo ambas causas igual de justas frente a la agresión exterior.

La ¿estrategia? trumpista hacia Irán está repitiendo todos los errores del pasado, que el presidente había prometido evitar. Toda su planificación estratégica se reduce a ‘somos los más fuertes, de manera que la victoria es segura’ y una actitud general de ‘a ver si se asustan y se rinden’. El sueño húmedo de Trump y Netanyahu es que los ayatolás se vean humillados y desprestigiados por su incapacidad para defender el país, lo que podría llevar al colapso del régimen. ¿Pero es factible semejante situación?

Irán está dirigido por una oligarquía eclesiástica militarizada, legitimada por el fanatismo religioso como falacia de autoridad cósmica: Cualquiera que se oponga al régimen es ‘enemigo de Dios’, lo que conlleva la muerte infamante. Su respaldo entre las clases medias y altas urbanas se desvanecieron tras el pucherazo electoral de 2009. Le quedan ciertos apoyos entre las poblaciones rurales, mucho más conservadoras, o las clases bajas urbanas.

En última instancia, la oligarquía clerical se sustenta en las bayonetas, no solo las del ejército regular, el Artesh, sino las de la Guardia Revolucionaria o Pasdarán, el ‘ejército bis’, politizado al 200%. Son la milicia privada de los clérigos, equipada con tanques, misiles de largo alcance y buques de guerra. De ellos depende el Bassij, la milicia de matones callejeros, omnipresentes en las ciudades, vanguardia de la represión. Su lealtad emana no solo del fanatismo religioso, sino de sus privilegios y dominio sobre el resto de la población, así como de los grandes intereses empresariales que controlan, casi un tercio de toda la economía iraní.

Por lo tanto, es improbable que el régimen pudiera ser derribado, incluso aunque las clases medias y altas urbanas se movilizasen y les apoyase el Artesh. Por otra parte, los iraníes laicos son nacionalistas y en ningún caso van a simpatizar con las acciones de Israel contra Palestina. Si Netanyahu y Trump esperan que un nuevo régimen, fuese el que fuese, vaya a ser amigo de Israel, ya pueden aguardar sentados.

Si Jamenéi decidiese resistir hasta el fin, ¿qué recursos le quedan? Lo primero que necesita son armas antiaéreas, pero Occidente no se las va a suministrar, Rusia no puede, China no parece interesada, por ahora. Irán dispone de industria y técnicos cualificados. Podrían intentar fabricar sus propias armas antiaéreas, pero eso necesita tiempo. Si los ayatolás fuesen racionales, cederían para evitar daños mayores.

En parte son racionales; gobiernan en grupo a través de un sistema altamente institucionalizado, pero en última instancia el Líder Supremo, el ayatolá AlíJamenéi, es infalible e indiscutible, como el Papa, así que su palabra es ley. ¿Cedería? Jomeini lo hizo en una situación mucho menos apurada, cuando firmó la paz con Sadam Hussein, aun diciendo que había sido como beber veneno.

Lo cierto es que si Jamenei renunciase a su programa atómico, lejos de sacrificar algo valioso, estaría librándose de un pesado lastre, de un venenoso espejismo. Pese a todos los alaridos alarmistas de ‘¡que viene el lobo atómico iraní!’, me limito a reconocer la evidencia objetiva de que nunca llega el lobo porque no lo hay. Tras veinte años de esfuerzos, los iraníes ni siquiera han logrado el paso más sencillo de todos: refinar el uranio hasta conseguir las concentraciones necesarias del isotopo ²³⁵U, pasando del 0,7% natural al 85% que se necesita para un arma atómica -un reactor civil solo precisa un 4%-. Luego viene la parte realmente complicada: colocar el ²³⁵U en un dispositivo capaz de hacerlo detonar.

¿Tendrá Jamenéi el cerebro y las agallas de ceder a tiempo? Ya lo veremos. Mientras tanto, la limpieza étnica de Gaza continúa.