Sánchez y sus ayudantes. Tienen en capilla a la condenada España
Hace ya bastantes años descubrí una estimable novela de Mario Lacruz, escritor y editor fallecido en el cambio de siglo y del que solo parecía acordarse Juan Cruz en el 20 aniversario de su muerte. ‘Mario Lacruz, el oído absoluto de la literatura’ se tituló aquel homenaje, que era, en mi opinión, un acto de justicia estricta. ‘El ayudante del verdugo’ se titulaba la novela y sostenía según recuerdo, la tesis de que pocas personas hay en la vida más abyectas que el verdugo, salvo el ayudante del verdugo.
Me pareció una tesis perfectamente sostenible y aplicable por analogía a ámbitos que rebasan la pena de muerte y la personalidad del ejecutor de la justicia. Pongamos que hablo de Pedro Sánchez, que es, como personalidad pública, lo menos apreciable que podemos encontrar entre los vertebrados bípedos. Hay algo que todavía es peor, sin embargo, y son los ayudantes de Sánchez, cuestión que se cae de su propio peso y de la lógica. Él escoge a sus colaboradores a su imagen y semejanza, siempre en busca de lo peor.
No los ha encontrado peores en todas las ocasiones, pero cuando no es así, ellos hacen méritos y se envilecen para estar a la altura del patrón. Por eso, entre lo peor del sanchismo hay gentes que gozaron de cierto aprecio al ser tocados por el dedo de Sánchez. Craso error de quienes así lo creímos en el caso del ministro del Interior, Fernando Grande, y de José Borrell, ministro que fue de Asuntos Exteriores, antes de ser el alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Seguridad.
Recordarán los lectores, incluso los más desmemoriados, que para eso sí pueden contar con nosotros, que todo el mundo, salvo los más fieles sanchistas, el asombro que produjo un Gobierno formado por 23 personas, el más cuajado de personas e inutilidades de toda la Unión Europea. Se creyó que iba a enmendarse en el Gobierno que formaría tras el 23-J, y que iba a formar un gabinete con cinco ministros menos, pero no hubo tal. La racionalidad y la sensatez no forman parte de sus virtudes para gobernar. Sencillamente, no están en su naturaleza. La razón de su proceder es fácil de comprender: todo pesebre les resulta angosto y era obligado recompensar a una tropa que tales esfuerzos hacía para seguir en todo al líder a costa de su propia dignidad.
Y ahora se nos descuelga Sigma Dos con una encuesta en la que pregunta al pueblo llano por el enésimo incumplimiento de Sánchez. El resultado no puede ser más esclarecedor, incluso entre los votantes socialistas. Hay seis ministerios que sobran. Sobran los conceptos, no hablemos ya de las personas. La cartera más inútil según la ciudadanía es la de Transformación Digital que gestiona Escrivá. ¿Qué opinión merecería Yolanda Díaz que le pedía sopitas a Escrivá para que la ayudase a definir qué cosa era un erte?¿Qué decir de Juventud e Infancia, pastoreadas por Sira Rego? Bustunduy, el chico de Ángeles Amador, también tiene una cartera fungible, aunque no se sabe cómo saldría comparado con su antecesora Belarra, por no hablar de Ana Redondo que no tiene fácil rebajar el nivel de Irene Montero. No hablemos de Mónica García, cuyo Ministerio es el más imprescindible en opinión de los votantes. El problema, llegados a este punto, está en los votantes, ayudantes del verdugo de la condenada España.