El ministro Rubalcaba insiste en que sean los dirigentes de la izquierda abertzale quienes hagan su ciaboga; que el Gobierno no puede volver a cometer errores. Pero es conocida la tentación de algunos dirigentes de laboratorio por forzar un final feliz de esta truculenta historia en el que Zapatero pudiera lucirse en medio del marasmo económico.
El revoloteo de la denominada izquierda abertzale en torno a una supuesta ruptura con ETA genera tanto descreimiento como inquietud. El escepticismo de los ciudadanos escarmentados de otros procesos engañosos resulta sobradamente comprensible. La banda, siempre que se ha visto en apuros se ha centrado en su cebo negociador y hasta ahora han picado casi todos los gobiernos de la democracia. Los que se retiraron enseguida de las tomas de temperatura al constatar que ETA nunca se iba a rendir en una negociación, y los que quisieron ofrecer contrapartidas a cambio del cese de la violencia. Desde que se manifestó el último engaño negociador de ETA, han cambiado mucho las cosas. Los mismos que hasta hace un par de años defendían que a los terroristas había que convencerlos en lugar de buscar su derrota, se han percatado ya de que todos los intentos de negociación no obedecían a una repentina conversión de ETA a la democracia sino más bien a una necesidad de librarse de la presión política para tomar aire y reorganizarse. De ahí que el club de los «optimistas escarmentados» haya visto engrosar sus filas con la llegada de tanto socio de la penúltima legislatura.
Pero la inquietud también es perfectamente comprensible. Cuando el PP, y estos días el ex presidente Aznar y los ministros de sus gobiernos han vuelto a alertar del peligro de que ETA quiera volver a colarse en las instituciones, manifiesta esa inquietud, no se puede recibir ese mensaje calificándolo de «obsesión» de los ex gobernantes. No es tan simple la cuestión. Es cierto que los hechos en la persecución policial están siendo impecables y que, por esa razón, la portavoz del Gobierno Vasco se vio obligada a resaltar la eficacia de la lucha antiterrorista, que es la que está dando tan buenos resultados en la derrota de ETA. Pero la excarcelación de casi todos los miembros de la dirección de la ilegalizada Batasuna, acusados en su día de querer reorganizar el conglomerado político de la banda terrorista, contradice la política de firmeza del Gobierno socialista de la que tanto alardea el ministro Rubalcaba y, sobre todo, levanta sospechas teóricamente innecesarias. Este próximo domingo EA, cuya representación parlamentaria ha quedado reducida a un escaño en el hemiciclo de Vitoria, compartirá escenario con la izquierda abertzale en un acto conjunto. En torno a ese acto se han generado unas expectativas tan limitadas que los mismos promotores de la iniciativa reconocen que «la izquierda abertzale no puede dar un giro de 180 grados de la noche a la mañana». ¿De la noche a la mañana después de 857 asesinatos? ¿No resulta descaradamente dilatorio hablar de dar aun más tiempo a los dubitativos, si es que los hubiere, del conglomerado de la izquierda abertzale? Si tienen que dar el paso que los ciudadanos demócratas esperan, nadie, salvo algunos voluntaristas residuales, les pueden ayudar. Tienen que ser ellos, que ya alcanzaron la madurez política hace demasiado tiempo, los que corten con la historia del terrorismo.
Mientras tanto, hay que atenerse a los hechos. Y confiar en que éstos no contradigan todo lo que nos van diciendo. El ministro Rubalcaba sigue con la idea de que sean los propios dirigentes de la izquierda abertzale quienes hagan su ciaboga. Que esta vez el Gobierno no puede volver a cometer errores. Pero también es conocida la tentación de algunos dirigentes de laboratorio por forzar un final feliz de esta truculenta historia en el que el presidente Zapatero pudiera lucirse en medio del marasmo económico en el que está sumergido. Sería un error guardarse esa carta para momentos todavía más duros que, sin duda, llegarán. Y sobre todo cometerían un error imperdonable quienes hacen lo contrario de lo que dicen. La mentira es uno de los defectos políticos que menos perdona el electorado.
Tonia Etxarri, EL DIARIO VASCO, 16/6/2010