IGNACIO CAMACHO – ABC – 17/07/16
· Los dos grandes problemas de Europa, los refugiados y la yihad, atraviesan como cables de alta tensión el mapa turco.
Los mapas, hay que mirar los mapas. La explicación de casi todos los conflictos políticos, y a veces incluso la clave de su solución, está en la geoestrategia. Por eso resulta tan inquietante la cartografía turca, que dibuja un puente entre los Balcanes y Siria. Es decir, entre la crisis de los refugiados y el dominio de Daesh. Los dos grandes problemas de la Europa actual, que atraviesan como pelados cables de alta tensión el territorio de una nación a punto de entrar en cortocircuito.
Casi ochenta millones de habitantes. Un Estado oficialmente laico en rápido proceso de islamización. Miembro de la OTAN, el segundo ejército más nutrido de la Alianza. Base de los bombardeos americanos en Siria. Relaciones siempre tormentosas con Rusia. Víctima creciente de dos tipos de terrorismo, el yihadista y el de los independentistas kurdos, que a su vez combaten –y con qué coraje– en primera línea a Daesh. Ruta de paso para los impunes convoyes de petróleo con que el Califato se financia en el mercado negro.
Un régimen de tendencia fundamentalista teóricamente tutelado por la milicia que custodia los principios aconfesionales del kemalismo. Pero Kemal Atatürk es hoy apenas la vaga, simbólica coartada fundacional de un sistema en progresiva evolución hacia el autoritarismo teocrático. Turquía no es un polvorín, como suelen decir los analistas: es un volcán que escupe fuego y lava hacia el otro lado del Bósforo.
Porque esa Turquía del cuartelazo frustrado aspira a ser un próximo miembro de la UE. De momento constituye una especie de socio preferente, plantado como un caballo de Troya musulmán a las puertas de la débil fortaleza europea. Estados Unidos la quiere dentro, bajo el entoldado comunitario, y la Alemania de Merkel la ha utilizado como patio trasero alquilado para almacenar a los refugiados que dejó entrar sin un cálculo razonable de riesgos sociales.
Una falsa salida de emergencia que acabará costando mucho más que dinero. Porque en ese brutal, desaprensivo acuerdo de tráfico humano Erdogan no ha firmado un pliego de arrendamiento; según sus cálculos, ha suscrito un contrato moral. Un quid pro quo.
El golpe fallido ha provocado un gesto de contrariedad en las cancillerías continentales, oficialmente consternadas; la mayoría hubiese contemplado con oculto alivio un viraje laicista al modo egipcio. Bloqueada ante el aluvión de problemas que emana del foco sirio, Europa no sabe qué hacer y como de costumbre no hace nada. Estado de catalepsia.
Nadie en Bruselas se atreve a decir que el régimen que se ha hecho cargo del lamentable excedente humanitario no cumple el más mínimo estándar democrático exigible no ya para entrar en el club, sino para ser un interlocutor honorable. No conviene afearle el desorden de su casa a quien ha aceptado recibir –en condiciones por las que es mejor no preguntar– a los huéspedes que te sobraban.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 17/07/16