TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 16/04/16
· Celia Villalobos irrumpió esta semana como portavoz de la ejemplaridad. Sí, Celia Villalobos. La impostura política tiene estas cosas. Ahí queda la deliciosa escena de esta avalista asilvestrada de la ética después de exprimir una vida entera en el machito –el mal que ahora pasa factura a Torres Hurtado– hasta convertirse en una excrecencia del sistema con un historial formidable de episodios chuscos. A quién le extraña que Mario Conde dedicara su segunda vida de ex convicto, como Ruiz Mateos, a dar lecciones. El gran cambio pendiente en España, sostiene Gomá, autor de Ejemplaridad pública, es «la reforma de la vulgaridad».
Celia Villalobos bendijo a Soria como «un hombre honesto». Algo así puede acabar con la carrera política de cualquiera. El pobre ministro ha durado tres días. También Catalá elogió a Soria por sus «explicaciones sólidas». ¿No es encantador? «Yo le creo» dijo el ministro del Interior, que además de los cuerpos de seguridad, cuenta con un ángel de la guardia llamado Marcelo. El Gobierno otra vez apostó a perdedor. La historia definitivamente se repite en forma de farsa. El PP sigue sin asimilar la prudencia elemental de reclamar «explicaciones claras» a los sospechosos. Ni por fas ni por nefas. Se lanzan por instinto a dar amparo a la famiglia como ilustraba Corleone.
Nuestros fenómenos de la ejemplaridad son peculiares: ahí está también Aznar, el inspector multado por Hacienda tras escaquearse con los impuestos, o Monedero, con sus tejemanejes de regímenes totalitarios. Claro que España no es un paraíso fiscal pero sí un paraíso moral: mentir es gratis. Eso explica la serie delirante de versiones dadas por Soria en tres días. La democracia podría ser el régimen de la verdad, como reflexiona Koyré en La función política de la mentira moderna, pero sólo podría. Esto es España. Y además se puede ser mediocre diciendo la verdad, pero la mentira requiere algo más de inteligencia.
El autor de Ejemplaridad pública mantiene la fe en una sociedad que aún se escandaliza. ¿Pero ésta es una sociedad que se escandaliza realmente? Más bien es una sociedad indignada; y eso no emana de la ética, sino de los higadillos. De hecho, antes que los Panamá Papers, habría que rebelarse por la gestión doméstica de los impuestos, desde el andaluz que ve gastar la pasta del empleo en clientelismo a la tangente de Gürtel o el pujolismo en Cataluña. Es la sociedad, con su miopía sectaria, la que sostiene ese festival de mentiras. Por eso el día a día en España es un retablo de campeones de la vulgaridad.