El último regüeldo producido por esa fiebre llamada separatismo lo ha emitido la alcaldesa de Vic y diputada de Junts per Catalunya, Anna Erra. La misma que ha permitido performances separatistas con antorchas en la plaza mayor de la antes denominada Ciutat de elsSants y utilizaba la megafonía municipal para exigir la independencia. Métodos que nos recuerdan la red de altavoces que se instalaron en la Alemania de los años treinta a través de los cuales los buenos alemanes, los volksgenossen, podían atender a las consignas emanadas por los dirigentes. Es el racismo, que nadie se engañe, el que supura por los cuatros costados de esta ideología que pretenden hacernos pasar por democrática, popular y emancipadora.
Desde los escritos de Pompeyo Gener o del doctor Robert, presentado el primero como un simpático bohemio y el segundo por un magnífico alcalde por los historiadores catalanistas blanqueadores del pasado, hasta las enormidades pronunciadas por Heribert Barrera acerca de la incompetencia de los negros frente a los blancos en materia intelectual o los escritos denigratorios de andaluces y españoles en general de Jordi Pujol o Quim Torra, el hilo conductor siempre es el mismo. El catalán bueno, el de pura cepa, pertenece a una raza superior.
Es el racismo, que nadie se engañe, el que supura por los cuatros costados de esta ideología que pretenden hacernos pasar por democrática, popular y emancipadora
Sin citar ni a Howard Stewart Chamberlain o a Gobineau – y ya no digamos a Rosenberg -, el supremacismo catalán no ha dejado de martillear inmisericordemente en lo que se ha denominado piadosamente hecho diferencial y que no puede calificarse de otro modo que supremacismo racista. Todas las mentiras que se han desgranado a lo largo de más de un sigo de embustes tienden a ese fin: Cataluña tuvo el primer parlamento democrático del mundo, creó un imperio, una lengua, una idiosincrasia tan distinta del resto de esos miserables españoles que, por fuerza, se le tiene que reconocer dicha superioridad con todo tipo de privilegios y concesiones.
La diputada Erra, que hablaba también de que los catalanes autóctonos (sic) no debían hablar otra cosa que catalán, recuerda poderosamente a Maurras, cuando exhortaba a sus seguidores, básicamente de extrema derecha, que debían pensar en francés. Erra insistía en que hay que hablar en catalán aunque, y citamos textualmente, la persona que tengas enfrente “por su aspecto físico no parezca catalán”. Luego, al ver la tormenta que se ha desatado, ha pedido disculpas aduciendo que sus palabras se han malinterpretado pero ¿cómo puede malinterpretarse a quien asegura que existe diferenciación física entre un catalán y alguien que no lo sea? Nos viene a la memoria aquel policía franquista, Mauricio Carlavilla, virulento escritor de libelos contra los masones, que decía envidiar la suerte de Hitler al poder distinguir a sus enemigos por la forma de su nariz ganchuda, mientras que a los masones no se les podía distinguir por fuera.
El supremacismo catalán no ha dejado de martillear inmisericordemente en lo que se ha denominado piadosamente hecho diferencial y que no puede calificarse de otro modo que supremacismo racista
Es terrible que en pleno proceso de banalización del nazismo, cuando los asaltos a sinagogas y cementerios judíos se incrementan cada vez más y países como Polonia o Hungría revuelven las heces del antisemitismo, se pronuncien tales cosas en boca de un dirigente política. Habría que explicarle a esta señora y a quienes la apoyan – en su grupo no he visto a nadie que exigiera su dimisión fulminante – que ni existen las razas ni los catalanes se distinguen por ser autóctonos o no, por el simple hecho de que todos los seres humanos somos formas de vida basadas en el carbono y el resto es puro producto social, económico y cultural. Elaborar perfiles raciales, ni que sea en el terreno lingüístico, nos acaba llevando a Auschwitz, como la misma historia nos ha demostrado tristemente.
Dije en una ocasión que el eslogan de els carrers serán sempre nostres coincidía a la perfección con el lema hitleriano de las calles despejadas, llegan las SA. Antorchas, demonización del adversario relegándolo a un categoría subhumana, intimidación al disidente, todo nos acerca a un pasado horrible que deberíamos haber superado. Lo digo porque incluso Junqueras, que ahora está tan de moda, dijo que un catalán tenía más en común con un francés que con un español.
A veces dan ganas de romper a llorar de pura rabia al comprobar que le estamos pagando el sueldo de nuestros impuestos a estas personas.