Miquel Giménez-Vozpópuli
Lo dice el ínclito Institut de Nova Història. Y si ellos lo dicen…
Dispensen que abra un paréntesis en la obligada crónica de todo lo que acontece, pero la cosa tiene miga. El rotativo The Guardian publicaba no hace mucho que el citado instituto, que reivindica entre otras cosas que Shakespeare, Cervantes, Santa Teresa, Leonardo Da Vinci, El Cid Campeador, El Bosco o Garcilaso de la Vega eran catalanes de pura cepa recibía tres millones de euros públicos a través de empresas vinculadas al mismo. Mare de Déu! Ahora entendemos la inquina que experimenta la pérfida Albión contra los esforzados separatistas historiadores, fieles discípulos de los fundadores de dicha entidad, el escritor Jordi Bilbeny y el empresario Albert Codinas. Lo suyo es puro, equiparable al de los españolazos dictatoriales y ágrafos, que se niegan a aceptar que la Santa de Ávila tuviera acento catalán y dijera más catalanadas en español que Laura Borrás cuando hace de señorita Rottenmeyer desde el estrado del Congreso.
Odian al separatismo esos hijos de la Gran Bretaña porque fueron los antiguos catalanes, los catalauni, quienes, tras crear la Galia francesa – esperamos con ansia el día que descubran que Astérix y Obélix eran, en realidad, de Sant Fruitós del Bages -, cruzaron el Canal de La Mancha para fundar Gran Bretaña bajo en nombre de catuvellauni. O Catuvelanos. O catuvelauns, que no acaban de ponerse de acuerdo los eximios eruditos en el asunto.
De ahí la manía de señalar con el dedo de The Guardian. Envidia cochina. Porque los catalanes-como-se-llamasen se expandieron por todo el territorio británico fundando colonias como quien funda entidades separatistas para que apoyen al escapismo puigdemontiano. En fin. La cosa sería insignificante y más digna de un estudio psiquiátrico que del análisis político si no fuera porque hay mucha, muchísima gente en mi tierra que está dispuesta a creer esas memeces. Son los mismos que aceptan a pies juntillas que su república está a la vuelta de la esquina, los que consideran a unos golpistas como presos políticos o a Puigdemont como paradigma de la valentía.
Es una masa social compacta, aislada del mundo real, que vive en la burbuja mediática separatista con la misma fe de los terraplanistas, los seguidores de la teoría de la tierra hueca o los fanáticos defensores de las tesis del austriaco Hans Horbiger, el loco que fascinaba a Hitler con su teoría del hielo y el fuego. Es cuestión de fe, y que en las encuestas se mantenga el nicho de voto hacia esas opciones absolutamente marcianas, sin mayor tribulación que el desplazamiento del separatismo hacía aquí o hacia allá, debería movernos a reflexionar.
O el Gobierno de la nación considera sensato hablar con unos perfectos locos de atar por puro interés político o es que están tan locos como ellos»
Sánchez ya ha manifestado, por mucho que Arrimadas se empeñe en lo contrario, que volverá a la mesa de diálogo, tesis que también defiende Iceta –de hecho, es quien la inspira– así como los podemitas. Es decir, o el Gobierno de la nación considera sensato hablar con unos perfectos locos de atar por puro interés político o es que están tan locos como ellos. Porque en esa pseudo izquierda gobernante el mito también tiene un peso notabilísimo cuando de construir el relato se trata. También sostienen tesis tanto o más peregrinas que decir que los ingleses lo son porque unos catalanes tuvieron la ocurrencia de darse un garbeo por su isla. También sus votantes se tragan sin el menor atisbo de crítica las mentiras históricas que les dicen día tras día hasta crear un clima social proclive a aceptar que lo blanco es negro.
Solo que lo que sustentan los separatistas es tan escandalosamente estúpido que nadie en su sano juicio estaría dispuesto a creérselo. Salvo ellos, claro. En cambio, el terraplanismo de Sánchez y de Iglesias, presentando a la República de 1936 como un Jardín del Edén o al PSOE como un partido serio y republicano en aquellos años es más peligroso. Las mentiras de la pseudo izquierda están fabricadas a base de medias verdades y ese es el truco del asunto. Decir que el PSOE de entonces se alzó en armas en 1934 contra la propia República o que Indalecio Prieto se fugó en el yate Vita con el botín robado a particulares o que lo comunistas se cargaron a Andreu Nin o que las matanzas de Paracuellos las dirigió Carrillo es pecado de leso fascismo.
De ahí que, a la hora de propagar embustes y mendacidades, me parezcan más inofensivas las del instituto ése que las que emanan de la dichosa Memoria Histórica. Las primeras están destinadas a hacer ensalivar a los lazis; las segunda pretenden imponernos a todos un relato que jamás fue. Ojito con eso, que, al final, dirán que Calvo Sotelo se suicidó. O, peor aún, que si lo mataron es porque se lo buscó. Personalmente, me hace más gracia lo de los catalauni.