Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Cabe preguntarse si esta figura delictiva ya solo existe en las series de Netflix

Confieso que he leído con una mezcla de consternación y delectación los argumentos que Eduard Sallent, el comisario jefe de los Mossos d’Esquadra, ha utilizado en su escrito dirigido al juez Llarena para justificar la rocambolesca fuga de Puigdemont el día 8 tras su mitin a plena luz del día en el centro de Barcelona. Desde las fugas del Lute que amenizaron mi infancia de los años 60 no se había visto en España algo parecido. Recuerdo que saltó de un tren cuando viajaba custodiado por la Guardia Civil, pero que no tardó en ser apresado de nuevo y que luego se evadió del penal de El Puerto de Santa María en una Nochevieja hasta que volvió a ser capturado tras varios años de hacer turismo patrio en calidad de fugitivo. Por las explicaciones que da Sallent, Eleuterio Sánchez era al lado de Puigdemont un aficionado. Según ese informe, su caso es comparable al de James Bond y al de Fantomas, otros dos personajes que ilustraron mis fantasías infantiles. James Bond era capaz de saltar de un helicóptero a una catarata sin apagar el pitillo y Fantomas era un calvo de color verde que traía loco a un cómico comisario encarnado por Louis de Funès que merecía ser tan ‘saliente’ como Sallent.

De todos los detalles de la estrafalaria huida de Puigdemont (el dron y la radio que fallaron, el error del mosso que confundió la marca del coche en que se dio a la fuga, el de sus tres colegas del cuerpo que le ayudaron directamente a escapar, el hecho insólito de que ni siquiera se contemplara esa posibilidad…), lo que más me llama la atención es la tesis de que hubo un «engaño orquestado» y unos colaboradores necesarios a los que se tiene perfectamente identificados, pero que misteriosamente no han sido todavía detenidos. Entre esos cómplices se encuentra Gonzalo Boye, el propio abogado del prófugo, que llegó a posar con una sonrisa risueña ante las cámaras de televisión mientras ayudaba a nuestro hombre a evadirse de la Justicia. Gonzalo Boye no solo no ha sido puesto a disposición judicial, sino que, diez días después de esa tele-hazaña, se ha permitido denunciar, en nombre de su cliente a la fuga, al mismo juez Llarena ante el Consejo General del Poder Judicial por «el retraso injustificado y reiterado» en la tramitación y resolución de los recursos sobre la ley de amnistía.

La figura del cómplice se halla tipificada en el artículo 29 del Código Penal como «persona criminalmente responsable de un delito». La pregunta que cabe hacerse después del 8-A es si, tras la derogación del delito de sedición y la rebaja del de malversación, hemos dado con Sallent un ‘salto’ al abismo y estamos ante la desaparición fáctica de esa figura delictiva que ya solo existiría fantasmalmente en las series de Netflix.