Hace mucho que desde la izquierda proliferan voces discrepantes que denuncian la deriva radical del PSOE bajo el hiperliderazgo de Pedro Sánchez.
Destacados socialistas, hoy relegados al «extrarradio» del partido (en expresión de Óscar Puente) como Felipe González, Alfonso Guerra, Tomás Gómez o el añorado Javier Lambán, y otros en activo como el verso suelto Emiliano García-Page, no han dejado de dirigir reproches en público al presidente por decisiones como la amnistía, la financiación singular o la parálisis gubernativa a la que ha conducido su ciega obstinación por perpetuarse en el poder.
La novedad es que, en las últimas semanas, están cuajando tentativas de organizar de una manera más institucional ese sector crítico con Sánchez, en torno al que orbitan figuras señeras como Nicolás Redondo Terreros, el expresidente del Senado Juan José Laborda o el colaborador de este periódico Virgilio Zapatero.
El pasado 17 de octubre se presentó en sociedad, en el Círculo de Bellas Artes, el grupo de expertos del think tank La Plaza del Círculo, cuyo núcleo duro reúne a socialistas antisanchistas como el exministro Jordi Sevilla o el exlíder del PSOE madrileño Juan Lobato.
Entre sus propuestas de regeneración democrática, incluyen medidas cabales: la limitación de la prórroga de los Presupuestos, la elección meritocrática de los altos cargos, las listas abiertas en los partidos políticos, una reforma del CIS para garantizar su autonomía de la Presidencia del Gobierno, o un Estatuto del Político que incluya un código ético para los representantes públicos.
En la entrevista con Jordi Sevilla que hoy publica EL ESPAÑOL, el también expresidente de Red Eléctrica ha reconocido que está tratando de «unir toda esta gente que nos hemos quedado fuera, pero que seguimos sintiendo que el Partido Socialista es nuestro partido».
La fórmula que estaría estudiando Sevilla es la de organizarse «dentro» del propio partido, «aprovechando que los estatutos permiten la existencia de corrientes perfectamente democráticas».
Es decir, articular al sector crítico formalmente como plataforma, y conseguir avales de la militancia y, eventualmente, la autorización por parte de la Comisión Ejecutiva Federal para constituirse como corriente interna dentro del PSOE.
Y ello para tratar de revertir la situación a la que se ha llegado por «haber permitido que un secretario general, aunque elegido democráticamente, se haya convertido en un César del partido», habiendo conferido un «excesivo protagonismo al líder que ha hecho que ya nadie se atreva a llevarle la contraria».
Resulta elocuente que el diagnóstico de Sevilla coincida con el que realizó la académica de la Historia y de la Lengua Carmen Iglesias, en la conferencia magistral con la que inauguró el pasado martes el ciclo La Libertad en el siglo XXI, organizado por EL ESPAÑOL y la Universidad Camilo José Cela.
En una pertinente y a menudo olvidada lección en la que es difícil no leer una alusión a Pedro Sánchez, Iglesias recordó que la experiencia del siglo XX demuestra que la amenaza a la libertad «puede a veces presentarse también bajo el ropaje de la legitimidad democrática».
Porque también los gobernantes elegidos democráticamente pueden «sortear los controles institucionales y actuar como si ese mandato legitimara cualquier intromisión en la vida privada» y la «perpetuación en el poder».
En un contexto en el que la democracia amenaza con destruirse a sí misma, sólo cabe celebrar iniciativas como la que está empezando a explorar Jordi Sevilla. Porque la consustancial inercia absolutista del poder únicamente puede atemperarse si se le plantean límites internos efectivos.
Y en el marco de una democracia de partidos, estos mecanismos de equilibrio deben empezar desde el seno de las propias organizaciones.
Por eso, sería una excelente noticia que se formalizase, con una nueva generación de socialistas moderados, una corriente interna capaz de insuflar un elemento de pluralismo en un PSOE autoritario que castiga toda disidencia.
Una corriente que, al menos, pueda presionar a la directiva para devolver a un PSOE «podemizado» a su identidad socialdemócrata y de partido de mayorías. Y que pueda reemplazar su actual estrategia de apoyo en el nacionalismo y el populismo por la recuperación de la cultura pactista que le permitía entenderse con el PP.