Tras su viaje el viernes a Shanghái, Salvador Illa no ha dejado de contar cuentos chinos sobre las dos medidas más controvertidas del gobierno de Pedro Sánchez: la ley de amnistía y la «financiación singular» de Cataluña.
Estos planteamientos falaces e inverosímiles son impropios de quien se ha labrado una reputación de dirigente serio.
Porque su argumento para pedir la amnistía para Puigdemont, alegando que «en una democracia, la última palabra la tienen los ciudadanos y no los jueces», obvia que los ciudadanos no han podido pronunciarse en ningún momento sobre la amnistía.
Ni siquiera en el CIS, que bajo la dirección de Tezanos ha evitado una y otra vez preguntar expresamente por la amnistía a todos los españoles, limitándose a formular la cuestión solo en Cataluña.
Tampoco puede decirse que la victoria electoral del PSOE implique un aval ciudadano a la amnistía. Porque esta medida no estaba incluida en el programa socialista ni fue objeto de debate durante la campaña. Y Sánchez se presentó a las elecciones negando de forma expresa que fuese a concederla.
De modo que los «ciudadanos», contra lo que argumenta Illa, no sólo no han respaldado la amnistía a los líderes del procés, sino que fueron engañados sobre ella.
Conviene recordar además que el Poder Judicial, al igual que el Parlamento, emana del pueblo y aplica las normas aprobadas por los representantes de la soberanía nacional. El discurso de Illa no sólo es populista por su demagogia, sino también por replicar la peligrosa deslegitimación del Poder Judicial que es característica de esta clase de retóricas, que oponen en un esquema simplista a los jueces a la voluntad popular.
E igualmente demagógicas son sus palabras, en una entrevista este domingo, a colación de la financiación especial para Cataluña, en la que ha defendido «poner freno a la competencia desleal y el dumping fiscal de Madrid», que a su parecer practica Isabel Díaz Ayuso con sus rebajas fiscales.
Resulta irónico que, para defender un privilegio atentatorio contra la equidad entre regiones, Illa acuse a Madrid de «acumulación insolidaria de recursos» y de «no querer compartir la prosperidad».
Pero además la afirmación es falsa, en la medida en que Madrid fue en 2022 la comunidad que más aportó al sistema de financiación autonómica. Lejos de incumplir la solidaridad interterritorial, Madrid es su principal sostenedor.
Detrás de estos sofismas, que ni el propio Illa se cree, lo que hay es un argumentario cínico para tratar de hacer digerible un cupo catalán que provoca un rechazo mayoritario en toda España. Incluidos algunos barones del PSOE, y más de la mitad de sus votantes, que según un reciente sondeo de este diario considera que un modelo singular para Cataluña generaría desigualdad con el resto de comunidades.
A Illa sólo le queda este intento chusco de reconvertir un frente común contra la insolidaria idea de una Hacienda catalana propia en un frente político de la periferia contra Madrid.
O sea, un relato que supone una actualización del viejo eslogan independentista «España nos roba», ahora reeditado como Madrid nos roba.
Este tensionamiento innecesario de la convivencia entre territorios es aún más decepcionante si cabe viniendo de un gobernante que ha enarbolado los valores de la concordia y el entendimiento.
Es innegable que Salvador Illa ha supuesto una notable mejora en la gestión de la Generalitat respecto a sus cuatro antecesores. Su estilo es mucho menos confrontativo que el del nacionalismo, y ha respetado, al menos en lo dialéctico, a todas las sensibilidades de los ciudadanos de Cataluña.
Y este talante moderado ha rebajado la tensión en la política catalana, contribuyendo a una cierta normalización institucional que ha enterrado la inestabilidad jurídica y económica de la época del procés.
Por eso, es una lástima que Illa se esté viendo empujado a incurrir en los ademanes populistas en virtud de las exigencias de la política de pactos de Sánchez, y de su propio acuerdo de investidura con ERC, que incluía el compromiso de una financiación singular.
Este cambio de tono puede resultarle rentable a corto plazo, pero socava su perfil institucional. Que es precisamente el que le hace ser el preferido entre los votantes del PSOE para suceder a Sánchez al frente de la dirección del PSOE, según una reciente encuesta de SocioMétrica.
Haría bien Illa, por tanto, en no traicionar esa confianza ni dilapidar su capital político rebajándose a la vulgaridad de la política de la crispación.