Hace meses que el presidente Sánchez nos anunció, megáfono en mano, la llegada de una nueva era de reencuentro con Cataluña, que iba a terminar con todos los malentendidos, las suspicacias y los enfrentamientos que tanto daño nos causaron en el pasado. Se le olvidó definir en qué consistía eso del reencuentro y, hasta el momento, lo único que ha quedado claro es que seguimos instalados en los desencuentros, con una acritud y una hostilidad semejante a los del pasado.
Ya de entrada hubo problemas para ubicar el ansiado encuentro. El Congreso y el Senado no servían porque allí acude demasiada gente que se ocupa de temas demasiado lejanos y diversos para el muy focalizado interés de los independentistas catalanes. La mesa bilateral prevista en el Estatut tampoco servía, pues en ella se debaten temas menores que carecen de la grandeza y el brillo de sus aspiraciones. Así que hubo que diseñar dos nuevas mesas bilaterales, de gobierno a gobierno y en pie de igualdad.
Una, la de ‘entretener’, se ocupa de temas tan tremendos, como la amnistía y la autodeterminación. No ha avanzado un milímetro, ni lo avanzará, pues su orden del día se sitúa en plena ‘insumisión constitucional’, tan lejos de lo posible que ni siquiera la magnífica osadía de Sánchez puede alcanzarlo. Pero sirve para ganar tiempo. Mientras figure, aunque solo sea en el limbo de papel, ERC puede justificar ante su afición su apoyo a Sánchez y éste conservar su exigua mayoría parlamentaria.
La otra mesa, la que se ocupa de las cosas de comer, tenía mejor pinta y enseguida se acordó una inversión de 1.700 millones para ampliar el aeropuerto de El Prat. Pero la alegría ha durado poco y un nuevo desencuentro ha dado al traste con la idea, tras un cruce de palabras gruesas como chantaje y falta de madurez.
La situación es curiosa. En Madrid el PSOE propone una idea que sus socios repugnan y en Barcelona ERC conjuga sin reparo el apoyo inicial con el rechazo posterior y los socios locales (los comunes) de los socios centrales (Podemos) de Pedro Sánchez claman contra el acuerdo. Un alarde de coherencia.
¿Resultado? Una inversión que se aparca y una riqueza que no será. El presidente de la patronal catalana amenaza, sin recato, con la quiebra del Cataluña, dándole la razón a quienes creen que Cataluña, en realidad, no estaba en crisis, sino que estaba en decadencia.
Todo esto me recuerda al caso del AVE en Euskadi o la autopista del Leizarán, con la enorme ventaja de que ahora solo se pierden euros, pero la deriva es la misma. Si esto era el reencuentro…