MANUEL MONTERO, EL CORREO – 25/03/15
· En general, nuestros partidos no son partidarios de autocriticarse, a no ser por marketing, sino de ‘sostenella’ y no ‘enmendalla’ mientras puedan.
En Andalucía ha habido vencedores y vencidos, toda una novedad electoral dadas nuestras costumbres de vernos siempre ganadores para no dar el gusto al adversario o por no mostrar flojera. Esta vez ha habido derrotados, sin coartada para justificar la debacle ni posibilidades de echar balones fuera o culpar a los demás.
Son tantos los damnificados que en este valle de lágrimas postelectoral la palabra de moda es «autocrítica». Haremos autocrítica, exigimos autocrítica, nos hacemos autocríticas sin parar… La experiencia demuestra que las autocríticas suelen llegar tarde y, por decirlo así, inducidas desde el exterior, es decir, cuando la realidad no deja otra salida. La autocrítica recuerda al sacramento católico de la confesión: examen de conciencia, contrición, propósito de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. Viene como anillo al dedo en las vísperas de la Semana Santa, jornadas de pasión.
El que parece inmune a la enmienda es el PP, y eso que se han dado el gran batacazo. Bajar de 50 diputados a 33 no es hemorragia que se vea todos los días y si le pasa a un partido que está en el poder constituye no sólo baldón, sino síntoma de que las cosas van muy mal, siquiera porque el mando está en la inopia y no se entera de por dónde va el electorado. Pues bien, su entorno interno pide autocrítica, pues no les gustaría verse fuera del machito dentro un año, pero los jerifaltes lo han resuelto en un santiamén. Floriano: «El PP hace una autocrítica permanente», toma ya la machada; Rajoy: «Tenemos que ponernos las pilas», una sofisticación intelectual.
El pedestrismo presidencial y la teoría del examen de conciencia permanente sugieren que el partido gubernamental ha llegado al inanismo conceptual, vulgo limbo, en política antesala del grado zen o vegetativo. El PP lo confía todo a una carta, la recuperación económica. Ni se le ocurre que la política tiene otras dimensiones, de carácter político o moral: no practicar expolios ni que lo parezca; dar explicaciones de las decisiones duras; mostrar alguna competencia al gobernar, no como novatos prepotentes; no dejar para la campaña electoral la aparición pública del presidente del Gobierno, que parece el estudiante que sólo estudia la noche antes del examen; imaginar que renovación no significa necesariamente más de lo mismo, por mucho ‘caloret’ que le echen.
Si estos autocríticos permanentes piensan que, cuando se pongan las pilas, todo ha de consistir en llamar naranjitos a Ciudadanos, en vez de ganarles con alguna mejor alternativa, llevan un despiste de muy señor mío.
Como provienen de la tradición comunista, en IU no han tenido problema en anunciar inmediatamente que se van a hacer una autocrítica, les va de oficio. Dadas las costumbres de la secta, el fenómeno podría desembocar en una depuración general, esa costumbre de ver cómo ruedan las cabezas, pero no parece que esta vez llegue la sangre al río: la autocrítica puede transmutarse en huida general, de forma que a la hora de la contrición ya no quede nadie para poner la penitencia. A Stalin le hizo la ‘autocrítica’ Kruschev, pero a Gorbachov no se la hizo nadie, pues el PCUS estaba ya en la memoria. Les servirá de consuelo: torres más altas han caído.
Además, como huirán hacia Podemos podrán darse al vicio tribal de la autocrítica. Es lo más raro de estos días de remordimientos. Los de Podemos están pesarosos de su resultado y prestos a hacerse en una autocrítica demoledora por no haber dado «un paso más largo». No hay quien lo entienda. Sacar quince diputados siendo neonato constituye un resultado espectacular, pero les ha sabido a poco. Por lo que se ve, pensaron que todo era llegar ellos y besar el santo; y que las encuestas eran el infalible oráculo de Delfos que auguraba el inevitable triunfo del antisistema como remedio para arreglar el sistema, en un país que tiende a la moderación.
Tendrán que autocriticarse, para hacerse una idea de que no hay atajos y que les toca la labor prosaica de la oposición parlamentaria. No es lo mismo tomar el palacio de invierno que asistir a la subcomisión de reglamento interior, pongamos por ejemplo, pero tiene su mérito la labor del meritorio, aunque al llegado para salvar la patria se le haga cuesta arriba empezar desde abajo. No dice mucho del estado de las ciencias políticas en España que un partido dirigido por politólogos se haya convencido de sus poderes telúricos.
Para UPyD la invocación de autocrítica no ha sido talismán sino trance agónico. La jefa y fundadora se mantiene en sus trece, el resto le exige autocrítica y a lo mejor quería decirle «dimita». Están en un laberinto sin salida. Resulta inimaginable un partido personalista, identificado plenamente con el líder, sin la figura del fundador, no digamos a la contra. Por otra parte, la estrategia suicida de no pactar era compartida. Al final, la autocrítica, si la hacen, no les servirá para nada, salvo para autoflagelarse juntos. Seguramente les es ya tarde para pactar con la contraparte, que se ha quedado con el santo y la limosna. El sálvese quien pueda no equivale a un acuerdo colectivo entre iguales.
En general nuestros partidos no son partidarios de autocriticarse, a no ser por marketing, sino de ‘sostenella’ y no ‘enmendalla’ mientras puedan. Debe de tener su atractivo elegir la forma de inmolarse. Del prefijo auto, además de autocrítica: autoestima, autogol, autobombo, autoestop, autocracia, autómata. No existe autosuicidio, por redundante, aunque a veces se use, pero sí autopsia. Hay para elegir.
MANUEL MONTERO, EL CORREO – 25/03/15