Estefania Molina-El Confidencial
- Si algo demostró el 4-M es que en contextos de necesidad material, como será la pospandemia, para la ciudadanía no será suficiente con la agenda de derechos y libertades
El Partido Popular puede arrebatar a Pedro Sánchez dos de las banderas que la izquierda ha considerado suyas tradicionalmente en España, en vistas a las decisivas elecciones generales que con probabilidad serán en el año 2023, agotada la legislatura. Es decir, los primeros comicios donde existe la posibilidad real de que la derecha regrese al poder desde 2018. Esas banderas son la creencia de que solo la izquierda puede representar el voto de las clases medias precarizadas, por un lado; y por otro, el mantra de que es el PSOE el partido con más arraigo autonómico y regional, dado que solía obtener escaños en cada provincia del territorio.
En el primero de los casos, la actualidad informativa de esta semana ha puesto de relieve una debilidad fundamental del gobierno de izquierdas: la creciente depauperación del nivel de vida de aquellas familias españolas, que hace 10 años se habrían considerado clase media, pero que ahora sobreviven con una elevada precariedad estructural, rozando en algunos casos el riesgo de la exclusión social (1 de cada 5 ciudadanos) o la pobreza, pese a tener un empleo (13% de trabajadores pobres). Ello ya existía antes del covid-19, pero las consecuencias de la pandemia han sido letales para el bolsillo de muchas familias, pese a las medidas de sostenimiento del empleo como los ERTE.
Esa situación se ha visto reflejada estos días por la apabullante subida de la factura de la luz, que se comió incluso la medida de reducción del IVA prevista por la ministra Teresa Ribera para paliar la tensión social. A ello se le suma el crecimiento del precio de la gasolina hace unas semanas, o incluso las subidas de impuestos previstas por el Ejecutivo, que terminarán afectando de rebote en muchos casos al ciudadano medio.
Ocurre que la energía no solo se usa para encender la lavadora por las noches, como recomendó Ribera, en un alarde de escasa empatía ciudadana. El coste de los insumos se internaliza en los costes hasta de la cadena de producción más sencilla, como la fabricación de una barra de pan, pasando por el autónomo, hasta llegar a la luz de la oficina de la pyme o la maquinaria de la gran empresa. Es decir: repercutido al usuario final.
El verdadero reto para Sánchez y Yolanda Díaz será que la gente perciba una mejora real en sus condiciones de vida, o de empleo
A la sazón, el reto principal de PSOE y Unidas Podemos no será la recuperación en abstracto de la Economía en datos macroeconómicos, mediante los fondos europeos en vista a 2050. Buena parte de ese dinero podría tardar en dar sus frutos, ya que van destinados a la transformación de ciertos sectores —digitalización, educación…—. El verdadero reto para Sánchez y Yolanda Díaz será que la gente perciba una mejora real en sus condiciones de vida, o de empleo, sin que la cesta de la compra se encarezca laminando aún más su disminuido poder de compra —para lo que podría ayudar la subida del salario mínimo, el decreto de alquileres, o la correcta implementación del ingreso mínimo vital—.
De ese modo, la percepción de empobrecimiento en los hogares podría ser letal para la desmovilización de las izquierdas. Expliqué hace unas semanas que Moncloa se disponía a acelerar la agenda de la coalición para tener una hoja de servicios que presentar a sus bases. Por ese motivo, se habrían desencallado con tanta celeridad algunos proyectos que causaban auténtica fricción con Unidas Podemos (la ley Trans, la de Memoria Democrática…), dado que el votante de ambos se apreciaba desmovilizado en las encuestas y había que dinamizarlo.
Ahora bien, si algo demostró el 4-M es que en contextos de necesidad material, como será la pospandemia, para la ciudadanía no será suficiente con la agenda de derechos y libertades, sino que se primarán las cosas del comer. Como dijo una personalidad del Gobierno a sus compañeros, tras darse un paseo por la calle: en la campaña de Madrid, los «pijos», a ojos de la gente, fueron socialistas y podemistas en su campaña sobre el «fascismo», no Isabel Díaz Ayuso, que enarboló la bandera del pueblo y el trabajo.
Y aunque Casado es un líder que no termina de conectar con el votante raso en sus discursos pomposos desde la tribuna, bastará con que la amalgama de Sánchez, morados y plurinacionales pierda fuerza para que el bloque entero vea socavada su mayoría. De hecho, más fuelle lograría el líder del PP si se centrara en las cuestiones socioeconómicas, y no en las guerras culturales sobre la Guerra Civil, porque en el nicho de «crisis», Vox no puede tumbar a un partido que ha gestionado el país en el pasado.
Precisamente, el cambio de gobierno de hace unas semanas también se explica por la necesidad de reconectar con las problemáticas de a pie, y alejarse de los relatos de laboratorio fabricados en la sala de máquinas de Moncloa por parte del equipo saliente del presidente. Menos discurso, más realismo, y de ahí que los nuevos perfiles sean menos del mundo del ‘marketing’ político y más de la política real.
Esa desconexión o desarraigo, explicaría la segunda bandera que los populares pueden quitarle al PSOE: la territorial. Pasa que, desde la llegada de Sánchez a la secretaría general primero y al Gobierno después, los socialistas han ido perdiendo el componente de partido descentralizado y territorializado que les solía caracterizar.
Pero incluso es ahora el PP más fuerte en el nicho regionalista, toda vez que Casado mantiene la pugna con Vox
De un lado, eso es así porque el líder del partido laminó el poder de los barones a su victoria en las primarias: por tanto, un partido cada vez más presidencialista. Del otro, porque últimamente la tónica presidencial era enviar a ministros o cargos del Ejecutivo a ganar elecciones a las autonomías, pero aprovechando la Moncloa como plataforma electoral (Salvador Illa a Cataluña, Hana Halloul a Madrid…). Es decir, sin potenciar los liderazgos regionales. Eso es algo que el presidente también ha intentado corregir potenciando cuadros municipalistas, elevadas a categoría de ministras.
Pero incluso es ahora el PP más fuerte en el nicho regionalista, toda vez que Casado mantiene la pugna con Vox por portar la bandera de la unidad de España frente a los indultos. En cambio, la dualidad respecto a sus barones se aprecia porque estos han entendido a la perfección aquello de la España plural: discursos particularizados en sus autonomías (Ayuso, madrileñismo; Feijóo, galleguismo-ruralismo; Juanma Moreno, andalucismo…). Es decir, un auténtico reino de taifas que difumina el tenue liderazgo de Casado, pero que podría catapultarle a Moncloa. Eso, si a Sánchez se le ocurriera poner las elecciones generales antes que las municipales o autonómicas –en estas últimas, el PP también ganaría terreno a Vox—.
Generales antes que municipales y autonómicas, o viceversa. El baile de esas dos cifras podría decidir el futuro gobierno de España.