Ignacio Camacho-ABC
- Seamos sinceros: a quién le importa la seguridad de Polonia o Lituania. En el lado correcto de la Historia nunca pasa nada
Un dron se puede descontrolar en el curso de una operación bélica. O dos. O tres. Pero una docena y media de golpe son un test, un sondeo, un ensayo, una prueba. Una manera de tantear cómo funcionan y hasta dónde llegan la solidaridad europea y la voluntad de la OTAN para cumplir sus compromisos de defensa, y de paso dejar claro que Putin no piensa negociar en Ucrania ninguna solución que no le convenga o no lo reconozca como indiscutible vencedor de la contienda. Hace meses que los analistas occidentales de estrategia vienen especulando con una incursión de Rusia sobre las fronteras que tiene más cerca. Ya se ha producido, a modo simbólico, como la cata del vino de una bodega. No iban muy descaminadas las autoridades de Bruselas cuando recomendaban acumular ‘kits’ domésticos de emergencia. Por aquí tomamos el asunto a cachondeo, pero en Polonia y los países bálticos empiezan a comprobar que la amenaza es seria y que hay cosas con las que no se juega.
No, la intimidación no va a ir más allá de momento ni existe una posibilidad real de conflicto armado… a corto plazo. Es solo para que los aliados comprueben –comprobemos– que nos pueden hacer daño, como ya entendió Von der Leyen cuando el GPS de su avión fue saboteado. Y sucede a los pocos días de que los líderes de la internacional autocrática –Xi, Putin, Modi y el sanguinario chalado coreano– asistieran en Pekín al despliegue de un arsenal tecnológicamente revolucionario. Mensaje diáfano: ya no hace falta la guerra nuclear para llevar el orden geopolítico a un colapso. Mirad cómo estamos de preparados por aquí y a ver cómo vais al otro lado con vuestros debatitos de porcentajes presupuestarios y vuestros desencuentros con el ¿amigo? americano. La correlación de fuerzas y las reglas de juego están en pleno cambio. Y no nos gusta enterarnos. El apocalipsis puede esperar a que volvamos de ese viaje de fin de semana que teníamos reservado.
Seamos sinceros con nosotros mismos: ¿a quién le importa la seguridad de Lituania o de Finlandia? Los más pesimistas suelen recordar que eso se pensaba también en la Europa del apaciguamiento –los españoles estábamos entonces entregados a una de nuestras recurrentes matanzas– cuando el Pacto de Múnich entregó Checoslovaquia. Pero uno prefiere mirar fotos más antiguas, las de la Belle Époque, aquella dulce, elegante etapa de imperios sólidos instalados en un alegre clima de paz y confianza que en cuestión de meses se desmoronó en una conflagración trágica. Bah, lúgubres admoniciones de casandras contemporáneas. Ahora vivimos en confortables democracias cuya máxima preocupación colectiva es la reducción de jornada y, si acaso, una leve, solidaria, testimonial cosquilla de empatía con la población de Gaza.
En el lado correcto de la Historia es imposible que pase nada. Y, si pasa, se le saluda y se va uno a ver la última película de Amenábar.