Luis Haranburu, EL CORREO, 4/10/12
El ‘problema vasco’ ha de caminar hacia su solución desde la constatación de la pluralidad estructural de la sociedad vasca. Nuestra historia reciente ofrece suficientes materiales para acometer el futuro sobre nuevas bases
Con el paso de los años, la relectura de textos pasados se convierte en placer nostálgico y a la vez exquisito. El verano es tiempo de nuevas lecturas, pero lo es también de provechosos regresos a los libros que un día nos aportaron luz o sembraron duda. He releído el libro ‘El País Vasco. Pluralismo y nacionalidad’, que escribió Juan Pablo Fusi en 1984 y he vuelto a admirar el rigor de sus análisis y la elegancia de su estilo. Sigue siendo un libro importante y un cuarto de siglo más tarde continúa aportando una desapasionada clarividencia. La esencia del libro lo constituye la constatación de la estructural pluralidad de la sociedad vasca. Fusi llega al meollo del llamado ‘problema vasco’ y concluye que su permanencia en el tiempo obedece a dos errores fundamentales que él denomina el ‘error Unamuno’ y el ‘error Arana’. En el primer caso estaríamos ante las carencias de la visión ‘española’ de lo vasco, mientras que en el segundo se trataría de la parcialidad esencial de la visión nacionalista de lo vasco. Estos dos errores, el de Miguel Unamuno (al que recientemente Pedro Chacón se ha referido en estas páginas) y el de Sabino Arana dan vigencia al conflicto que durante el siglo XIX se generó en torno a la cuestión foral y a la divergente concepción política encarnada por el carlismo y el liberalismo.
Fusi tiene razón al concebir como errores las visiones antagónicas de Unamuno y Arana que se gestaron de manera reactiva. Unamuno proclamó el fin de la cultura tradicional vasca y Arana se empeñó en poner diques a la historia y olvidó el lado exógeno de la cultura de los vascos. El socialismo vasco encarnó históricamente la visión que esquemáticamente hemos denominado ‘error unamuniano’ y el PNV fue quien históricamente ha desarrollado el ‘error sabiniano’. El esquema es sugerente y su plausibilidad se ha visto confirmada por la historia. Ambas concepciones dieron lugar a errores y equívocos que, sin embargo, no explican la globalidad de la llamada cuestión vasca. Cuando Fusi efectuó su análisis en 1984 existía ya la evidencia de otro error que acumulado a los anteriores envenenó y agravó el problema vasco, este error no es otro que el ‘error ETA’. En efecto, tras el franquismo el problema vasco carece de sentido sin la consideración de ETA como el aglutinador de los problemas históricamente suscitados. Es pues evidente que el análisis del historiador donostiarra adolece de parcialidad al no considerar a ETA como el principal de los errores que han ayudado a perpetuar el problema vasco. ETA aporta una radicalidad que ensombrece y minimiza los errores que históricamente nutrían la cuestión vasca. Es cierto que la visión unamuniana permanece, ahora encarnada por el nuevo españolismo del PP, como es cierto que la visión sabiniana goza de buena salud en las filas del PNV, pero la existencia de ETA ha alterado fundamentalmente los términos del problema. ETA ha hecho de catalizador, pero también de reactivo al configurar un bloque histórico que dio primacía a la democracia por encima de las ideologías de partido. No sin dificultades y problemas ETA estuvo en el origen de los Pactos de Ajuria-Enea o de las políticas de aislamiento del terrorismo provocando la cercanía, cuando no la confluencia, de los elementos antagónicos que en el pasado dieron lugar al problema vasco. El ‘error ETA’ ha supuesto la revisión de los errores históricos que tanto el socialismo como el nacionalismo vasco habían encarnado en el pasado. El PNV ha evolucionado y se ha desprendido de la negatividad que el aranismo puro y duro le supuso. Al mismo tiempo el socialismo vasco ha evolucionado a posiciones que nada tienen que ver con la visión despechada e injusta de Unamuno cuando auguraba el fin de la tradición étnica vasca. El euskara no está en cuestión, como tampoco lo está la ciudadanía vasca de cuantos emigrantes han hecho posible nuestro progreso. El PP, por su parte, ha hecho suya la concepción autonómica de España y la formulación actual del problema vasco, una vez cesada la actividad terrorista, debe plantearse sobre nuevos parámetros culturales, económicos y políticos.
El periodo electoral que se acaba de inaugurar es un tiempo precioso para el debate, pero es demasiado breve y limitado para encarar soluciones ambiciosas y novedosas al ya secular problema vasco. De todos modos, tras el día 21 de octubre nada debe ser igual a los viejos tiempos. El problema vasco ha de caminar a su solución desde la constatación de la pluralidad estructural de la sociedad vasca. Esa pluralidad negada por unos y por otros en aras de su particularidad y que está en el origen del problema vasco. Ignoro cuál sea la formula ideal para encarar el problema, pero nuestra historia reciente ofrece suficientes materiales para acometer el futuro sobre nuevas bases. El consenso, el pacto y el compromiso son hábitos políticos que los vascos hemos adquirido, pero que convendrá fortalecer y nutrir a partir del día 21 de octubre. Hace doscientos años los vascos colaboramos en la redacción de la Constitución de 1812. En ella se hablaba de las libertades vascas como el preludio del nuevo tiempo constitucional. Luego vinieron los fanatismos y la intransigencia de los fundamentalismos y con ellos se inició el llamado problema vasco. Ahora que incluso la izquierda abertzale hace bandera de la autonomía de Aguirre y de Prieto, los errores vascos parecen en vías de resolución. Aunque la convivencia entre distintos nunca será un camino de rosas y la democracia no impedirá el que surjan las discrepancias, doscientos años de errores y problemas debieran hallar un cauce razonable para su recorrido.
Luis Haranburu, EL CORREO, 4/10/12