IGNACIO CAMACHO – ABC – 26/12/16
· Democracia sentimental: tras un año de política centrada en el poder, el Rey salió en la tele hablando de los españoles.
Tanto populismo y al final tuvo que ser el Rey el que hablase del pueblo, mira por dónde. Después de un año entero, con sus días y sus noches, en que la conversación política se ha centrado de forma exclusiva y excluyente en el poder, salió Felipe VI en la tele hablando de nosotros, o sea, de los españoles. De los que estaban preparando la cena de Nochebuena y de los que no tienen con qué. De los que trabajan y de los que están en paro. De los médicos, de los profesores, de los funcionarios. De los jóvenes que se ha marchado y de los jubilados inquietos por su pensión. De los autónomos, de los estudiantes, de los empresarios, de las mujeres. De las buenas gentes machadianas que sufren, sueñan y pasan. De la médula humana que corre por las vértebras maltrechas de España.
Ese discurso de empatía social fue pronunciado desde el despacho de las audiencias a los líderes políticos. Los que tardaron diez meses en darle un Gobierno a esos ciudadanos cuyo nombre se pasan el día invocando. Tras el saloncito de clase media impostada del primer año y el majestuoso Salón del Trono de 2015, la Corona regresó a la normalidad de su lugar de trabajo. En ese reino de intangibles y símbolos que es la monarquía constitucional, el Rey vino a recordar que toca volver a la faena. Que se ha acabado el tiempo de la frivolidad y es hora de dedicarse ya a las cosas serias. A las que importan: a la educación, al empleo, a la economía, a la ciencia. Hora de dejar el politiqueo y retornar a la política. Hora de dar respuestas a ese país callado y bastante harto que las espera.
La alocución real se movió en eso que ahora se llama democracia sentimental o de las emociones; más atento a la vida cotidiana que a la institucional y menos al pasado que al futuro, aunque se trate de un futuro imperfecto y sobre todo indeciso. El bloqueo vivido desde su última aparición navideña lo soslayó con un guiño –«lo conocéis bien»– que invitaba a olvidarlo con un carpetazo colectivo. En aquel despacho flotaba aún el negativo karma del desencuentro político: quizá por eso el decorador había puesto una enorme planta de Pascua para airear los malos espíritus.
Aun así eran insoslayables ciertos patentes conflictos, y lo seguirán siendo mientras haya aventureros dispuestos a deconstruir la nación en pedacitos. El monarca se anduvo al respecto con elipsis tan reconocibles que la televisión catalana le aplicó un apagón preventivo. Pero si el Jefe del Estado no defiende al Estado qué va a dejar para los profetas del rupturismo.
Por ahora, pues, Don Felipe va salvando Nochebuenas sin caer en la repetición ni el acartonamiento; con reflejos, pulso firme y buen oído. Algún día llegará la rutina y algunos interpretarán que ha envejecido. Pero sólo será el síntoma de que la Corona normaliza su papel y su sitio; las democracias que funcionan bien siempre han sido regímenes aburridos.