- Es preciso salirse de ese canon simplista que los gurúes de la corrección política intentan imponer en la interpretación de nuestra historia
Hace ahora justo 500 años, el 13 de agosto de 1521, unos dos mil españoles, aliados a muchos miles de indígenas, enemigos del imperio azteca que los tenía sojuzgados, y dirigidos por Hernán Cortés, derrotaron al ejército de Cuauhtémoc, formado también por miles de hombres, en Tenochtitlan, la actual Ciudad de México. Esa fecha supone el fin de aquel imperio de los aztecas y el comienzo de la administración española sobre unos inmensos territorios de Centroamérica, a los que aquellos conquistadores bautizaron como Nueva España, conscientes de que eran los más importantes que los españoles habían descubierto desde que, 29 años antes, Colón tocó por primera vez tierra americana.
Tanto la personalidad del líder español, el extremeño Hernán Cortés, como las características de los episodios que constituyen toda la conquista de México, han asombrado siempre a todos los que se han asomado, siquiera mínimamente, a conocerlos. El valor indiscutible que Cortés compartía con aquellos españoles que se lanzaban a la aventura americana; su capacidad de liderazgo, que le reconocían los que le acompañaron en aquella gesta; su sorprendente inteligencia como estratega para aliarse con todos los pueblos mesoamericanos que odiaban a los imperialistas aztecas; y, sobre todo, el éxito con que coronó su empresa, hacen de Cortés un personaje único en la historia universal.
Los valores de nuestra civilización
La conquista de México, que antes de la llegada de los españoles era quizás el territorio más desarrollado de toda América, supuso su incorporación a la civilización occidental. A partir de aquel momento los valores de nuestra civilización, los de la cultura grecolatina y la religión judeocristiana, allí empezaron a cultivarse y a extenderse. En 1539 ya había imprenta en la ciudad de México, en 1551 se funda su universidad y en 1571 se comienza la construcción de su imponente catedral; y éstos son sólo algunos hitos de esa incorporación.
Ahora, cuando el multiculturalismo se ha convertido en una especie de religión, con su tribunal de la inquisición que condena al que ponga en duda algunos de sus dogmas, resulta herético defender que la civilización occidental, que representaban los conquistadores españoles al llegar a México, era globalmente más beneficiosa para los habitantes de aquellas tierras que la azteca, aunque se puedan reconocer algunos valores que esa civilización tenía. Pero es así.
No podemos caer en la trampa de juzgar las actitudes y los comportamientos de aquellos hombres del siglo XVI con los valores y los planteamientos que nos hacemos en el siglo XXI
Por supuesto que sabemos que los españoles de entonces cometieron desmanes y atrocidades; como también que los aztecas, con sus sacrificios humanos y la violencia contra sus enemigos, eran de una crueldad escalofriante. Pero no podemos caer en la trampa de juzgar las actitudes y los comportamientos de aquellos hombres del siglo XVI con los valores y los planteamientos que nos hacemos en el siglo XXI.
Conmemorar este quinto centenario, cuando el presidente mexicano exige que el pueblo español de hoy pida perdón por la conquista y por haber incorporado a los habitantes de México a la civilización occidental, es una ocasión especialmente señalada para que ahora los españoles reflexionemos acerca de las relaciones, a veces complicadas, que tenemos con nuestra historia. Una historia que debemos conocer mucho mejor y en la que, como en todas las historias de todos los pueblos, hay luces y sombras.
Asesinos ávidos de riquezas
Conocer mejor la historia de España y la capital importancia que para España tuvo el descubrimiento y la conquista de América y la acción civilizadora que los españoles de entonces llevaron a cabo allí, exige salirse de ese canon simplista que los gurúes de la corrección política intentan imponer en la interpretación de nuestra historia. Ese canon, que habla de los conquistadores como si hubieran sido una pandilla de desalmados asesinos, ávidos de riquezas, y que defiende que la llegada a América del pensamiento renacentista y del cristianismo fue una catástrofe para aquellos pueblos, es una flagrante mentira, que desgraciadamente muchos alumnos de nuestros centros de enseñanza aprenden como si fuera un dogma de fe.
Deben ser los primeros en defenderla de los ataques de esos gurúes que la quieren convertir en una confrontación entre buenos y malos, en la que, casi siempre, los malos son los españoles
Claro que hay que huir de interpretaciones hagiográficas y de exaltaciones ridículas, pero ya es hora de que los españoles de hoy nos reconciliemos con nuestra historia, que es muy larga y que, aunque a algunos les moleste, es una de las más importantes de la historia de la humanidad. Y esto tenemos que hacerlo a propósito de la historia de América, que ahora conmemora esta efeméride tan trascendental para americanos y españoles, y también con muchos más episodios de nuestro pasado. Para conocer los errores, que no hemos cometido los españoles de hoy; y, además, para conocer las heroicidades y las gestas que protagonizaron nuestros mayores. Y Hernán Cortés, con su valor, su coraje, su inteligencia, sus dotes estrategas, su capacidad de liderazgo y su determinación política, es uno de esos personajes que merece la pena conocer y valorar.
En esa labor de reconciliación con la propia historia de España los políticos y gobernantes tienen una responsabilidad especial. Primero, porque deben conocerla y a ser posible de la manera más profunda. Además porque deben ser los primeros en defenderla de los ataques de esos gurúes que la quieren convertir en una confrontación entre buenos y malos, en la que, casi siempre, los malos son los españoles. Como también deben encabezar el reconocimiento público de las grandes gestas, y ésta de Cortés es una de ellas. Y, sobre todo, porque de ellos depende que en nuestras escuelas, institutos y universidades se aprenda sin prejuicios de ningún tipo y se aprecie y se valore a los grandes personajes que ha dado España.