Cristian Campos-El Español

Irene Montero perdió ayer los nervios frente a una mujer que quiso polemizar con ella en las calles de Valencia. Y lo cierto es que la pregunta sobre el chalet de la ministra era impertinente. Incluso teniendo en cuenta que fueron la propia Montero y Pablo Iglesias los que convirtieron su chalet en un circo sometiéndolo a referéndum entre la militancia de Podemos y exigiendo la protección de docenas de guardias civiles. 

Pero los modos chulescos de la ministra, su gestualidad agresiva y el hecho de que dejara a la mujer con la palabra en la boca demuestran una concepción del poder político más cercana a la de un cacique que a la de un demócrata. Si sólo hace falta una pregunta insolente para que asome la arrogancia de los peores populismos latinoamericanos, ¿qué ocurriría durante una segunda legislatura de Podemos?

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El señalamiento y el enfrentamiento con ciudadanos concretos desde la atalaya del poder se ha convertido ya en rutina para Podemos y en santo y seña de su acción de gobierno. Y ahí están esas camisetas con la cara del hermano de Isabel Díaz Ayuso que Alejandra Jacinto e Ione Belarra han lucido durante las últimas horas.

Sin importarles que tanto la Fiscalía Anticorrupción española como la Fiscalía Europea archivaran hace meses las denuncias que pesaban sobre él al no encontrar el menor indicio de delito, la candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid y la ministra de Derechos Sociales (nada más y nada menos) han vuelto a señalar al hermano de Ayuso para extender la sombra de la sospecha sobre él y sobre la presidenta. 

Queda claro que a Podemos la pena de telediario se le queda corta. Así que ha inventado la pena de Moncloa: la que le permite ensañarse y acusar falsamente de un delito a ciudadanos inocentes haciendo uso del inmenso poder que la Constitución concede al Gobierno (e indirectamente a los partidos que forman parte de él). 

Un Gobierno que arremete contra ciudadanos inocentes utilizando toda la fuerza del Estado. La viva definición del fascismo.

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No deja de ser irónico, finalmente, que Irene Montero haya apelado a la herencia de su padre para justificar la compra del chalet de Galapagar. Ella, que pertenece a un partido que, a través de sus terminales mediáticas, ha abogado no ya por el incremento del impuesto de sucesiones, sino por la abolición de la herencia y la confiscación por parte del Estado de todo el patrimonio de los ciudadanos tras su muerte.

Quizá Irene Montero debería plantearse qué chalet podría haberse comprado de no haber heredado en el «paraíso fiscal» del Madrid de Ayuso, sino en alguna de esas comunidades autónomas españolas donde el impuesto de sucesiones le arrebata a los ciudadanos hasta el 81% de su herencia. 

Lo repito. Hasta el 81%.

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Algunas decisiones cambian el destino de un país. La de Felipe González de meter a España en la OTAN fue una de esas decisiones. La de rodear las sedes del PP tras los atentados del 11M, otra. La de retirar por sorpresa las tropas de Irak, otra. La del referéndum del 1-O, otra. Todas ellas cambiaron el rumbo de España.

Es probable que en unos años recordemos la presidencia de Pedro Sánchez como uno de esos momentos. Como el momento, más concretamente, en que la izquierda de este país pasó a considerar a Bildu como un socio preferible al PP.

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Hace cuatro años se cantó «con Rivera no» frente a la sede de Ferraz. ¿Cuántos de los que corearon el lema fueron conscientes en ese momento de cuál era la alternativa?

Esa inocencia, la de que se puede rechazar al otro partido central de la democracia española, el PP, sin que eso te condene a echarte en manos de Bildu y sus 37 etarras, se ha roto esta semana de forma definitiva. Ningún votante socialista puede llevarse ya a engaño y pretender, como pretenden los niños, esquivar la responsabilidad de sus actos. Porque su voto este 28M tendrá consecuencias. En primer lugar, en Navarra. 

No se acaba de entender, en cualquier caso, por qué se acusa al PP de haber «negociado» con ETA el fin de los atentados (de la misma forma, por cierto, que había negociado Felipe González en el pasado) cuando, a renglón seguido, se le acusa de haber hecho «lo imposible» para «impedir» que Zapatero «acabara con ETA». ¿En qué quedamos? ¿Quería o no quería el PP el fin de ETA? 

Borja Sémper dio la única respuesta posible ayer. 

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El CIS de Tezanos ya prevé para Sumar un mejor resultado que el que obtendría Vox en unas elecciones generales. Y este era, casualmente, uno de los objetivos prioritarios que el PSOE se había marcado para tener opciones de gobernar durante cuatro años más.

Sólo queda maravillarse por la precisión con la que las intenciones de los españoles, plasmadas en los sondeos del CIS, coinciden punto por punto con los intereses particulares del PSOE y, más concretamente, de Pedro Sánchez. No es ya que el PSOE sea el partido que más se parece a los españoles, sino que los españoles han acabado siendo los seres vivos sobre el planeta Tierra que más se parecen al PSOE

A esto antes lo llamaban «unidad de destino en lo universal». 

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Pero la sintonía de los españoles con el PSOE palidece frente a la sintonía de Vox con los socialistas. Ayer, el partido liderado por Santiago Abascal defendió en el Congreso de los Diputados la tesis de que Aznar «legitimó que Bildu esté en las instituciones». 

Esto dijo ayer la diputada de Vox Teresa López: «Llevamos años diciendo que ETA está en las instituciones. Y lo está gracias al PP de Aznar, que negoció con la banda terrorista ETA. De hecho, hasta Otegi los ha tachado de hipócritas y ha amenazado con publicar las actas».

Rectifico: esto sí es unidad de destino en lo universal. 

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Llevábamos meses diciendo que la clave de estas elecciones, o mejor dicho de las generales de fin de año, estará en lo que ocurra este 28M en Valencia, pero la clave estará en lo que ocurra en Navarra. El PP se ha ofrecido a pactar «con condiciones» con el PSOE en Navarra (y allí donde la suma dé en el País Vasco) para que los socialistas no necesiten recurrir a Bildu.

¿Apostamos a quién escogerá Chivite si debe escoger entre el PP y Bildu?

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Anteriores entregas de Maldades de campaña:

Día 1 de campaña: La campaña empieza en Barcelona con la tradicional pegada (de mamporros)

Día 2 de campaña: El combate del siglo: ETA y los okupas contra Joe Biden

Día 3 de campaña: A Bildu le molesta «el ruido de Madrid» y pide silencio sepulcral

Día 4 de campaña: Pablo Iglesias amenaza con generar «conflicto» y ERC se estrella en Barcelona

Día 5 de campaña: En el PSOE no son conscientes aún, pero el hechizo se ha roto

Día 6 de campaña: El nuevo Bildu: mismo sabor, un 15% menos de terrorismo