- Todo esto pasará, como en el fantástico cuento de Charles John Huffam Dickens. Pedro Sánchez, Puigdemont, Junqueras, Iglesias, Otegi y demás patulea un día serán historia
Navidad es, para mí, entre otras muchas cosas, revisitar en una tarde helada la obra dickensiana por antonomasia, Cuento de Navidad, que Charles nos dejó como una verdadera crónica fundacional de la Navidad en Occidente, de la mirada compasiva y piadosa que despierta en nosotros el espíritu navideño. Ese relato de Dickens se ha convertido en un tópico y, quizá por eso, como le pasó a Kafka, prueba la grandeza de su escritura. Cuando revivo el egoísmo de Ebenezer Scrooge y su redención a tiempo para arreglar los cristales rotos de su vida, me ilusiono con que España tiene esperanza.
A nosotros también nos visita de vez en vez el fantasma del pasado, como al avaro de Dickens. Ese fantasma, aunque lo acallemos, nos devuelve una historia de éxito. Más allá de todos los enfrentamientos, de nuestra guerra civil y de nuestra incivil rememoración de ella, de los obstáculos que como nación hemos sufrido, España es un gran país, que protagonizó una transición a la democracia que se estudia en todas las universidades de prestigio. El país más solidario, cuyos misioneros diseminados por el mundo contribuyen a hacernos mejor, que desinteresadamente dona más a sus semejantes, el más integrador, uno de los más seguros, el octavo del mundo que más dinero destina al Estado del bienestar, el segundo del planeta más longevo, el más avanzado en materia social, el segundo del mundo con mejores infraestructuras, el líder mundial en reservas de la biosfera, poseedor de un patrimonio histórico y cultural fabuloso, que le permitió influir en el curso de la historia como pocas naciones, contribuyendo a hacer ecuménica la religión católica y convirtiendo nuestra lengua en la segunda más importante del orbe, un país con un empaque diplomático admirado en todos los continentes, encarnado hasta 2014 por los Reyes Juan Carlos y Sofía, y desde entonces, por Felipe VI y Letizia. Todo eso es nuestra realidad, que la leyenda negra y la cultura de la queja en España nos ha querido arrebatar.
Por eso no debemos permitir que el fantasma del presente borre esta despampanante hoja de servicios. Ahora atravesamos una situación crítica, con gérmenes disruptivos que quieren aniquilarnos. La unidad de España está amenazada no por las fuerzas separatistas, sino por el propio Gobierno, que es hoy su mejor aliado. Vivimos a crédito para que disfruten de la fiesta algunos oportunistas, nuestra educación en valores está a nivel del subsuelo, la natalidad es una escueta participación a la vida forzada por las trabas para subsistir, nuestros niños crecen sin cultura alguna del esfuerzo, sin capacidad para discernir la trascendencia y con una bajísima resistencia al fracaso, lo que los encamina a una vida sin asideros morales que los fortalezcan. Pero al viejo gruñón Scrooge lo salvó verse en sueños con el fantasma de su futuro. No pasa lo mismo con quien se cree Dorian Gray ante su retrato sin importarle lo que éste se deteriore viéndose él tan hermoso. Pero nosotros queremos esperanzados la magia de la Navidad.
Todo esto pasará, como en el fantástico cuento de Charles John Huffam Dickens. Pedro Sánchez, Puigdemont, Junqueras, Iglesias, Otegi y demás patulea un día serán historia. Y aquí seguirá nuestro país, con tiempo todavía para recuperar la cultura del esfuerzo de nuestros padres y abuelos y su gran obra de concordia política. Dentro de lo enrevesado de nuestro presente, no conviene caer en la desesperanza. Hay que dar la batalla: cívica, cordial y ética. Hay luz en la noche. Sale un foco de claridad por entre las pajas de la techumbre del pesebre donde nació Jesús ayer. Vivamos una dulce pausa en nuestras preocupaciones. Viendo a Ucrania y otros focos de guerra, pensemos que nosotros tenemos motivos sobrados para mirar con optimismo el horizonte. El Nacimiento simboliza todos los nacimientos. También el de la esperanza.
Feliz Navidad.