El Correo-CONSUELO ORDÓÑEZ Presidenta de Covite
Mañana hará veinticuatro años desde que ETA asesinó a mi hermano Goyo. El pasado sábado celebramos un responso en su memoria, el primero tras la disolución de ETA. Frente a su tumba, retraté cómo es la sociedad sin ETA con la que él tanto soñaba. Hoy quisiera hacer hincapié, en estas líneas, en un aspecto de estos nuevos tiempos, de esta sociedad sin ETA, que no le detallé a mi hermano.
Siento decirte, Goyo, que sigue habiendo un sector de la población vasca que sigue ejerciendo la violencia y la intimidación para imponer su pensamiento único. Nunca les gustó la polifonía ni la pluralidad, ¿verdad, Goyo?, y al igual que ocurría en los viejos tiempos, en los nuevos solo quieren que se escuche un sonido: el de sus gritos de odio. Lamento decirte que en lugares como la Universidad Pública del País Vasco (UPV) se fomenta el odio. Esta universidad continúa siendo un escaparate del nacionalismo vasco más radical: homenajes públicos a etarras, pintadas y pancartas ensalzándolos… todo ante la mirada pasiva y esquiva de quienes dirigen esta institución. En lugar de impulsar el cultivo sereno de la inteligencia y la sensibilidad –sería lo propio de un ámbito universitario–, cultivan la semilla del odio. Y, como no podía ser de otra manera, la semilla del odio ha echado raíces y produce, de vez en cuando, frutos.
Hace dos meses, un alumno de la facultad de Letras de la UPV fue brutalmente agredido por casi una veintena de encapuchados. Su delito fue impulsar la Asociación de Estudiantes en Defensa de España, cansado de soportar la uniformidad ideológica que se promueve en la UPV. En ciertos lugares del País Vasco, salirse de los parámetros de la ideología imperante se sigue traduciendo en ser merecedor de una paliza. No han cambiado tanto las cosas, ¿verdad, Goyo? Siento decirte que, aunque los pistoleros hayan depuesto las armas, no significa que hayan renegado de sus ideas. De hecho, aunque quisieran hacerlo, ya es tarde: han calado tan hondo que desvincularse ahora de ellas sería hacerlo de una parte de su identidad y eso no se lo pueden permitir. La cultura de la violencia sigue muy arraigada entre quienes no condenan a ETA.
Hoy estaré como presidenta de Covite en el campus de la UPV en Vitoria, en la facultad de letras. Hoy quiero decir algo que ya dijo en su momento mi hermano Goyo: el terrorismo acabará cuando ETA no tenga soporte político, cuando ETA y sus miembros no tengan apoyo social. Estaremos lejos de conseguirlo mientras en lugares como la UPV se jalee y enaltezca a asesinos orgullosos de serlo. Y tan culpable es quien aplaude a un asesino como quien no hace nada por evitar ese aplauso. Tan culpable es quien envenena las mentes de los más jóvenes dándoles el ejemplo de criminales de la peor calaña, que quien cede y concede ante los radicales. Tanta responsabilidad tiene el brazo político y social de ETA de radicalizar a las nuevas generaciones como las instituciones y partidos que hacen oídos sordos ante este gravísimo cáncer que tiene nuestra sociedad: la indignidad.
He ido a la UPV a presentar un libro y un documental que cuentan la historia de Covite. Escribía Joseba Arregi hace poco que estamos dejando atrás la historia de terror de ETA de la peor manera posible: no queriendo ver la gravedad de lo que implica asesinar por razones políticas y no habiendo sabido comprender y defender los derechos de las víctimas de dignidad, justicia, memoria y verdad. Yo defenderé estos derechos siempre, allí donde sea más necesario. Es fundamental hacer desaparecer a ETA del espacio público y de las mentes de nuestros jóvenes. Es intolerable que piensen que asesinar a nuestros familiares fue legítimo y que repitan algunos patrones de los asesinos.