JORGE BUSTOS-El Mundo

El gallinero no es el lugar que Vox merece en el hemiciclo no ya por su número de escaños sino de horas de conversación pública. Vox ha recuperado el foco perdido tras el pinchazo electoral gracias a los tiernos desvelos de la izquierda, que necesita que la amenaza inverosímil de Vox sea creíble para que la amenaza inminente de Frankenstein II sea excusable. Por eso comete un error Adriana Lastra enviando al gallinero a la sigla de cuya presencia intimidante depende, por contraste, la inmunidad mediática del sanchismo. Me lo explicó una dirigente del PP cuando Podemos irrumpió en las Cortes y el primer impulso de la Mesa fue mandarlos al gallinero: «¡Pero si lo que nos interesa es que se les vea!». Fue así como Pablo Iglesias y compañía fueron recolocados en lugar mas céntrico. Tania, Errejón o Bescansa perderían visibilidad más tarde, pero eso ya fue un asunto de familia.

A medida que el discurso de Abascal, Espinosa o Monasterio se modera –solo un tramposo negará que ya no dicen las mismas cosas que en campaña–, redoblan sus relatos apocalípticos las brigadas sanchistas de la opinión. En Andalucía han brindado dos años de estabilidad al Gobierno de PP y Cs sin que se pueda señalar a cambio una sola imposición reaccionaria. A la factoría argumental de Moncloa, sin embargo, le bastan las fotos y le sobran los hechos, razón de que invente que PP y Cs se están radicalizando cuando lo cierto es que Vox acaba de aceptar un aumento de gasto en las partidas de lucha contra la violencia machista, veletismo de madurez que solo cabe aplaudir.

Yo no sé si esta deriva se consolidará o si los dirigentes de Vox, acechados por el temor a que el PP los fagocite, explorarán la vía genuinamente radical que anida en una parte de sus bases. Hoy por hoy, su mensaje nacionalpopulista no alcanza la intensidad suficiente para equipararlo al de Le Pen o Salvini, pues la derecha española aun en sus más bizarras expresiones siempre estará matizada por un ancestral sentido del orden, más parroquial que totalitario. «Sables, casullas, desfiles militares y homenajes a la Virgen del Pilar. Por ese lado, el país no da otra cosa», escribía Azaña para desmentir la posibilidad de un fascismo español tan puro como el italiano.

Por supuesto, no cesará el farisaico gritito que ponen en el cielo de lo correcto ciertas patrullas de progreso que se atragantan con los guisantes de Vox y tragan las ruedas de molino de Bildu. Antes bien me acusarán de blanquear a los de Abascal. En esos entrañables momentos yo siempre me acuerdo de la carta untada en mierda humana que me hizo llegar, junto con la letra del Cara al sol, un lector descontento con mis críticas al partido verde. No hubo manera de blanquearla.