Después de tanto movimiento en falso, seguramente ni la tregua unilateral que pueda anunciar ETA en el verano sería suficiente para que el Gobierno pudiera creer que el proceso no fuera reversible, como en otras ocasiones. Una cosa es tomar nota de la división latente entre los presos etarras, y otra contemplar alguna contrapartida para los dispuestos a abandonar.
De la experiencia tras el fracaso de una negociación entre ETA y el Gobierno todos aprenden. El propio Ejecutivo, que tropezó en el 2006 y cometió errores de bulto, ahora dice, por boca de sus responsables de Interior, en Madrid y Vitoria, que no piensan «correr el mínimo riesgo». Pero también han aprendido quienes siguen desconfiando de que los movimientos carcelarios no estén encubriendo algo más que un sondeo con la banda. Los hechos hasta ahora han demostrado que la corrección de la política antiterrorista del Gobierno socialista no persigue otro fin que la derrota de ETA.
Un fin que al representante de Aralar la parece «contrario a los principios democráticos». Es, precisamente, este tipo de consideraciones lo que introduce en las víctimas del terrorismo ese factor de desazón que les evoca momentos en los que a la banda se le dio tanto oxígeno. Porque si ha habido algún fenómeno que ha violado los derechos más elementales como el de la vida, ése ha sido el que ha representado ETA. Por esta razón los rumores en torno a las consecuencias de la debilidad del entorno de la banda vuelven a suscitar incertidumbres. Y desconfianza.
Si alguien está interesado en «dar pábulo a especulaciones», como denunciaba ayer la portavoz del Gobierno vasco, Idoia Mendia, ése no es el Partido Popular, cuya lealtad con el Ejecutivo que preside el lehendakari Patxi López está sometida a «prueba de bomba». Quienes están poniendo en circulación los documentos en los que no existe referencia alguna a una negociación sino a una vía abierta con Jesús Eguiguren y que contienen propuestas conocidas desde el pasado verano, seguramente están midiendo su reloj de arena. Porque de eso se trata. Del tiempo que queda hasta las próximas elecciones. Para llegar al final de la violencia de ETA, aunque cada vez estemos más cerca, el camino es sinuoso. Y no tiene atajos electorales. Es la izquierda abertzale quien se está dando cuenta de que no llega a tiempo para presentarse limpia como Aralar a la cita con las urnas. Resulta más difícil de lo que parece desactivar en un año el monstruo que ha sido alimentado durante más de cuarenta, sobre todo cuando los representantes políticos de ETA están midiendo cada coma de su calculada estrategia.
La marca electoral de Batasuna ya intentó desmarcarse, sólo de perfil, en 1998 y en 2006 con declaraciones que sonaron bien pero que no consiguieron nada. Después de tanto movimiento en falso, seguramente ni la tregua unilateral que pueda anunciar ETA al llegar el verano, sería suficiente para que el Gobierno pudiera creer que el proceso no fuera reversible, como ha ocurrido en otras ocasiones. Tras el atentado contra los guardias civiles en Mallorca, el pasado agosto, el ministro Rubalcaba alertó de que Batasuna intentaría de nuevo ponerse la piel de cordero para volver a colarse en las instituciones. Él es el que más se está comprometiendo con sus constantes desmentidos sobre una posible negociación con la banda terrorista. Sabe que en 2010 no pueden volver a cometerse errores, con una Ley de Partidos vigente y una sentencia de Estrasburgo sobre el vínculo existente entre Batasuna y ETA. Pero también está en su papel el PP al avisar que si esa posibilidad volviera a darse, Basagoiti tendría que retirar su apoyo al Ejecutivo de Ajuria Enea.
Una cosa es que se esté tomando nota de la división latente en el colectivo de presos de ETA, donde algunos ya alejados de la banda están buscándose un futuro más abierto que el de los barrotes de la celda, y otra muy distinta que se esté contemplando alguna contrapartida para quienes estén dispuestos a abandonar su trayectoria. Al preguntar ayer a un compañero de Jesús Eguiguren «¿qué dice ahora ‘txusito’?» éste respondió: «dice que negocie su padre». Al final se cansan hasta los más pacientes.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 19/5/2010