Ignacio Camacho-ABC
- En esta pandemia pareceque no cuentan los «heridosde guerra», los supervivientes que pasarán meses o añoscon secuelas
Me refiero a ese hombre que has visto arrastrándose por la calle con un andador porque las semanas que pasó intubado le han dejado tan débil que no puede caminar por sus propios pasos. Al vecino que ha pagado con un ictus la subida de tensión que le provocaron los cócteles bioquímicos administrados para evitar que sus pulmones entrasen en colapso. A la enfermera que sigue de baja con fatiga crónica porque en pleno pico del contagio se jugó el tipo subiendo a planta con un equipo de protección improvisado. A esa madre de familia que ha perdido quince kilos porque hasta el plato más sabroso continúa sabiéndole a rayos. A ese cuarentón fuerte y alto que por no atreverse a ir a un centro de salud que sabía saturado aguantó hasta más allá del límite los síntomas del infarto. A la cajera del súper que de vez en cuando sufre vértigos y desmayos por haberse reincorporado demasiado pronto para no perder el trabajo. Incluso a todos esos que se sienten recuperados y hasta presumen de anticuerpos ignorando que dentro de pocos años su sistema circulatorio o cardíaco acusará los fallos que el virus causa a largo plazo. Tal vez te sorprendería saber los efectos secundarios, el precio de estrés físico y psicológico que pagan los veteranos de una batalla que teóricamente ganaron.
Ahora piensa en la pérdida de empleos, en el desplome del turismo o el comercio. En el perjuicio educativo y social de una generación que puede pasar casi dos cursos sin colegio. Y, si puedes, abstráete un momento del cabreo que te produce la (i)rresponsabilidad -que la tiene, y mucha- de un Gobierno capaz de falsear hasta el inventario de muertos. Acaso merezca la pena que calcules si tú mismo estás haciendo una evaluación correcta de los riesgos.