ARCADI ESPADA-EL MUNDO

La calle ya agotó su farsa: los Jefes proclamaron la república catalana y sólo dos mil personas se presentaron para hacerla efectiva. Los traicionaron. La revolución ha de ser bonita y en terreno llano

Bah. La calle. Las mismas ridiculeces de costumbre. Las 17.14, la hora en punto de la derrota catalana. La llama del Canigó. Las sebosas antorchas. El muecín vigatano. Las camisetas de color coral. Obsérvese: a la revolución con camisetas de color coral. Y los bubones amarillos. Y el mismo millón punto redondo, Blas, Blas. La calle ya agotó su farsa. La calle clamó ayer y clamará mañana por la libertad de los presos. Pero sólo es mala conciencia.

En seis años de obstinado asalto a la democracia la calle ha perdido solamente un ojo. El que lo perdió me escupirá con toda razón y naturalidad: «Era mi ojo, ¡fill de ta mare!». Pero en términos generales un ojo es poca cosa. ¡Compárese con los accidentes de tráfico, con los suicidios, con el crimen de pareja! Aun siendo poca cosa es lo máximo que se han mostrado dispuestos a pagar. ¡Una revolución cuesta un ojo de la cara! Pero estrictamente. Lo cierto y lo irrevocable es que la calle les falló. A los Jefes les falló. Más exactamente: la calle los traicionó. Declararon en el Parlamento la república catalana y se presentaron dos mil en la calle para hacerla efectiva. Ni siquiera llevaron un anxaneta a la cúpula del Palacio de la Generalidad para que arrancara la bandera española que hoy sigue ondeando impávida. La calle ya ha establecido sus condiciones. La revolución ha de ser en domingo, preferentemente soleado. Deben poder ir los niños y los viejecitos, porque las sudacas tienen el día libre. La revolución ha de ser bonita y en terreno llano. Ha de empezar a su hora y, sobre todo, acabar a su hora para que los autocares puedan hacer fluidos la vuelta a Comarquinal. Descontado que el precio de la revolución haya de ser la vida, no puede suponer tampoco la pérdida de una sola hora de trabajo. El precio no puede superar, exactamente, ese ojo del que hablo, repartida la posibilidad en seis años y dos millones de candidatos. Es un riesgo que la calle acepta con valentía y vehemencia.

Pero están las élites encarceladas o en el exilio, claro. La calle no puede evitar un rictus contrariado. La calle sabe que tiene su parte de responsabilidad en el encarcelamiento. La calle quiere que estén libres, sobre todo para acabar con esta pesadumbre que les agarrota en los días festivos. Pobres presos. Pobres especialmente, ahora que llega el otoño y como decía aquel maravilloso lema de la pax pujolista, sobre una foto crujiente de bolets y hojas secas, vienen ganas de TV3. Durante años y hasta llegar al 1 de octubre la calle jugó con fuego, pero los que se acabaron quemando fueron los Jefes. Bien: para eso son jefes. Pero el catalán es un pueblo de terneros sentimentales. Puede que alguno, además, mientras se anuda el lacito, presto a salir y a hacerse el milhomes, registre una sinapsis y piense que debieron advertir a los Jefes: «No em mateu, que tinc dos fills i una esposa». Pero a la calle le cuesta perderse una mientras sea gratis.

Así pues, dadas las condiciones impuestas por las masas revolucionarias, es la hora del repliegue. Esta es una operación de las élites en la que la calle nada tiene que decir. La calle es un plató de TV3, que aplaude, silba, salta, da palmas a las órdenes del regidor. La calle nunca es el escenario ni el instrumento de una maniobra democrática y esta es la hora del repliegue hacia la democracia. Asunto exclusivo de las élites. La calle que se dedique a preparar el año próximo. ¿Puigdemont, Junqueras, los Jordis, los Ulls…? Nada de eso. ¿Verde Veronés? ¿Azul Petróleo, o Klein, o de Prusia? ¿Rojo Tiziano, de Venecia? ¿Carmín de Alizarina? ¿Gris de Payne? ¿Púrpura de Tiro? ¿Malva, Cerúleo, Menta, Caqui, Siena, Borgoña, Amatista, Zafiro, Índigo, Añil? ¡A la calle, que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que pues vivimos anunciamos algo nuevo!

Hace unos días, y hablando del Asunto, el periodista Javier Blánquez me recordó un artículo de Hans Magnus Enzensberger de los años 90 que Anagrama publicó en un libro de ensayos llamado Zigzag. Me acordaba de él, porque mencionaba a Adolfo Suárez. Y a Gorbachov. Y a Jaruzelski. Todos ellos, «héroes del repliegue» (Die Helden des Rückzugs). Hay párrafos de ese artículo muy inspirados, que someto a la consideración de encarcelados y exiliados y, sobre todo, de los que aún están en libertad:

«Del héroe clásico de la historia no queda más que una caricatura. En su lugar han aparecido en las últimas décadas unos protagonistas diferentes, según supongo, más importantes; héroes de nuevo cuño que no representan la victoria y la conquista, sino la renuncia y el desmantelamiento».

«Si la grandeza de un héroe se mide según la dificultad de la tarea a la cual se ve confrontado, resulta que el esquema del héroe no sólo se debe revisar, sino invertir. Cualquier cretino puede lanzar una bomba, pero resulta mil veces más difícil desactivarla».

«La mayoría [¡la calle coral!] sigue reclamando el papel del actor imperturbable y exige una moral política consecuente y de principios inamovibles, lo que en casos extremos lleva a la falta de escrúpulos. Pero el héroe del repliegue no ofrece precisamente este carácter inequívoco. Porque todo aquel que abandona la posición que ocupa, no sólo abandona terreno objetivo, sino también una parte de sí mismo».

«Nuestra clase política se deleita con necias actitudes victoriosas y mentiras autocomplacientes. Triunfa construyendo, cree poder dominar el futuro eternizándose en el poder. Desconoce por completo el imperativo moral de la renuncia, el arte de la retirada».

«El héroe del repliegue sólo tiene seguro el desagradecimiento de la patria».

En efecto. Al independentismo catalán sólo le queda esa épica. Y no debería confundirse: es el único que puede rimarla. No hay posibilidad de que el Estado le dispute el papel. A pesar de las monerías del presidente del Gobierno. A pesar, incluso, de Borrell. Ayer dijo que Cataluña es una nación y que presos a la calle, y la gente se quedó constitucionalmente boquiabierta, como si no fuera lo que ha dicho siempre. Pero Borrell no es un héroe del repliegue, sino un arreplegat. Un arrecogío. El repliegue sólo está al alcance de los que dieron un paso adelante, cretino e incivil. De los que perdieron y sólo les queda retirarse en buen orden, como lo hacen ahora mismo estas masas descargadas y rurales, Diagonal enfora.