ABC-PACO ROBLES
Frente al nacionalista excluyente, la Patria como territorio común donde cabemos todos y donde podemos realizarnos bajo el influjo de la libertad
LOS atentados que sufrió París en la carne viva de aquella noche de noviembre nos dejaron un eco que aún perdura. El público que abandonaba, de forma civilizada y sin histerias colectivas, el estadio de Saint Denis se puso a cantar La Marsellesa. Debería estar grabada en el mármol de la Historia con mayúscula esa primera voz que entonó el himno de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad. Esa voz que se rasgó la garganta por dentro cuando abrió la vocal con la que empieza ese canto que levanta urticaria entre los totalitarios: Allons enfants de la Patrie…
Eran los hijos de la Patria los que cantaban La Marsellesa bajo las bóvedas catedralicias de un estadio de fútbol. Nos odian porque nos divertimos viendo ese deporte que va contra sus preceptos estrechos, alambicados, irracionales, pasados de fecha y de rosca. Por eso mismo se pusieron a dar tiros en Bataclan. No soportan el rock ni el pelo suelto de las mujeres: ojo al feminismo, porque el peligro no viene del género inclusivo, sino de los niños y las niñas que están criando en plena Europa con la estrechez mental de un machismo que supera ampliamente el nuestro. En las escaleras del Sacré Coeur, una pareja lo dice todo sin decir nada: ella, revestida de la cabeza a los pies, con guantes incluidos para que no se le vean las manos; él, con gorra de béisbol, polo desabrochado y pantalón corto, además de las zapatillas deportivas que lo emparentan con lo epitelial de occidente mientras lleva, por dentro, la intolerancia que exhibe en la imagen de su esposa.
Los hijos de la Patria francesa se debaten entre esa tolerancia hacia el intolerante y la ley que nos iguala –segundo principio de la Revolución– para que sea posible la libertad. La envidia, sana o insana, aparece cuando paseamos por los alrededores de la Asamblea Nacional, cuando vemos banderas tricolores arracimadas sin que nadie piense que aquello es un antro cavernario donde habita el facherío. Bajo un cielo contaminado y azul, los tres colores simbolizan el progresismo de la Patria. Porque la Patria es la bandera y el enganche de la modernidad, no el feudo ni la tribu. Frente al nacionalista excluyente, la Patria como territorio común donde cabemos todos y donde podemos realizarnos bajo el influjo de la libertad en la comunión de la fraternidad.
Los españoles también somos hijos de la misma Patria que es capaz de poner en la calle, con el dolor y el desgarro que eso supone, a un terrorista que no ha pagado ni un año de prisión por cada crimen que ha cometido. Patria con sus contradicciones internas y con el brillo externo de la gesta americana, de la primera vuelta al mundo, de la aportación al arte universal que se exhibe en los lienzos de Murillo que le dan nobleza y ternura al Louvre, o en la pintura de Picasso que los franceses hicieron suya.
Paseando por las riberas melancólicas del Sena vuelven a la memoria los que hicieron grande a esta ciudad con sus ideas ilustradas, con sus versos simbolistas y parnasianos, con el impresionismo que salvó a la pintura del avance de la fotografía, con las vanguardias que cuajaron en el surrealismo que ilumina con el candil del arte los sótanos de la conciencia. Campeones del mundo en el fútbol y en las ideas. Voltaire, Diderot, Chateaubriand, Balzac, Rodin, Flaubert, Monet, Cézanne, Apollinaire, Baudelaire y Valéry… Aquí fraguó el patriotismo como forma de superación del feudalismo. Aquí, los aficionados al fútbol salieron del estadio amenazado con la cabeza alta y el orgullo en la garganta. Allons enfants de la Patrie… Se reconocían entre ellos, sin miedo al miedo, en la fraternidad de los hermanos: eran los hijos de la misma madre, de la misma Patria.