LA RAZÓN, 22/7/12
Tras décadas de olvido, la propuesta legislativa del ministro del Interior daría a muchos «exiliados» la oportunidad de recuperar sus derechos ciudadanos. Destacadas personalidades de la cultura relatan a LA RAZÓN las circunstancias de su marcha del País Vasco ante la amenaza proetarra y analizan la situación actual.
Fernando SAVATER – Filósofo y Escritor
«Decoraban con insultos hasta los retretes»
Di clase en Zorroaga y luego en Ibaeta hasta comienzos de los años noventa. Después me trasladé a la Complutense de Madrid porque me ofrecieron una cátedra de programa propio (algo así como la «business class» académica) en la que he estado más de diez años, hasta mi jubilación hace cuatro. En Zorroaga lo pasé estupendamente, pero también hubo momentos durillos: durante casi tres años tuve la Facultad decorada con insultos y amenazas contra mí en paredes, retretes,despachos, etc… pero, en fin, uno se acostumbra a todo y yo no soy de ánimo apocado. Te aclaro que nunca dejé mi casa de San Sebastián, donde siempre he seguido viviendo, aunque con las lógicas temporadas académicas en Madrid. Ahora, cuando veo que la violencia ha cesado, parece que definitivamente, me alegro de haber contribuido, por poco, que sea a la derrota civil de ETA.
Fernando GARCÍA DE CORTÁZAR – Historiador
«Siento defraudarles, pero no me fui ni me iré de Bilbao»
Me parece bien que se pueda votar, aunque entiendo que habrá muchos problemas jurídicos, aunque sería estupendo que se les pudiera dar a elegir. Siento defraudar a mucha gente, pero yo no me he ido. Vivo, como siempre, en la Universidad de Deusto, aunque parte del año la paso en Madrid pues soy director de la Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad. En Bilbao, voto y pago mis impuestos. Sí, eso sí : he estado doce años con escolta policial, aunque hace ahora muy poquito tiempo que me la han retirado.
Raúl GUERRA GARRIDO – Escritor
«Viví entre el silencio complacido del indigno y el cómplice del indignado»
En el principio fue el verbo: «Que se vayan». La frase, repetida hasta la náusea en pintadas y panfletos, no se refería tanto a Policía y Guardia civil como a nosotros, los ciudadanos vascos no nacionalistas. Después llegaron las amenazas individuales, alguna paliza, algún incendio y algún tiro en la nuca y la limpieza étnica se cumplió a rajatabla. Entre el silencio complacido de los indignos y el silencio cómplice de los indignados. La vileza y el miedo son la pareja protagonista de esta historia. Ahora, tantos años después y sin que hayan desaparecido las pistolas, ¿los huídos tienen derecho a votar sin residir? Mi opinión es que sí, pero supongo que aunque se legisle en este sentido la burocracia lo impedirá con su impecable casuística. ¿Cómo justificas que no resides en tu pueblo porque el vecino de abajo quiere dispararte en la nuca? ¿con una declaración jurada del vecino? Fueron malos tiempos y vendrán peores.
Fernando ARAMBURU – Escritor
«El acoso a unos entrañaba la privación de libertad de todos»
En 1982 conocí a la Guapa. Lo dejé todo por seguirla. Es alemana. Así pues, me fui a Alemania. No soy un exiliado. El amor me sacó del País Vasco. Nunca he militado. Nunca me interesé gran cosa por las cuestiones administrativas de mi tierra natal. No me dejaron, en cambio, indiferente los asesinatos de ETA ni los discursos de apoyo a la estrategia del terrorismo. Es más, me sentí agredido por ellos, me consideré víctima, constaté que el acoso a unos entrañaba la privación de libertad de todos, nació en mí de forma instintiva, pero también racional, un sentimiento de solidaridad con los asesinados, sus familiares y compañeros. Y decidí trasladar a mi obra literaria, mi rechazo sin paliativos de la violencia y mi compasión por las víctimas del terrorismo. Sigo censado en el País Vasco. La normativa actual europea me impide participar en las elecciones municipales y europeas. A las otras concurro siempre. Digo siempre, porque jamás me abstengo.
Jon JUARISTI – Ensayista y poeta
«Dejé de ser vasco a efectos administrativos. No votaré allí»
Viví aquellos años como buenamente pude, con la ayuda de un puñado de excelentes amigos. Fui el primer profesor de la Universidad pública vasca al que se puso escolta. Durante los años 1997 y 1998, al agravarse mi prima de riesgo, se me permitió enseñar en otras universidades, fuera del País Vasco. Tras la ruptura de la tregua de ETA, en 1999, mi situación se hizo insostenible, a juicio del Ministerio de Interior, y me vine a Madrid. No dejé de escribir en la prensa local y de ámbito nacional desde finales de los años setenta, sin hacer la mínima concesión a ETA ni al nacionalismo. Obviamente, no fui el único en adoptar una postura activa de resistencia. Me sentí siempre muy bien acompañado por otros que compartían mis posiciones. Escribí algunos libros que, al menos, sirvieron para explicar cómo se había llegado al manicomio en el que vivía la sociedad vasca. Hoy, sospecho que podía haber dedicado los mejores años de mi vida a asuntos más interesantes y productivos. Pero, al menos, no me callé, y eso siempre te deja medianamente satisfecho. Nunca me he sentido en el exilio. Soy tan español como cualquier otro madrileño (y los madrileños, como se sabe, somos tan chulos que nacemos donde nos da la gana). Para diásporas, ya tengo bastante con la mía (es decir, con la judía). No, no volvería a vivir en el País Vasco. Es un capítulo definitivamente cerrado. He dejado de ser vasco a efectos administrativos, aunque conserve una vaga nostalgia por Bilbao, la ciudad de mi infancia y de mi juventud. No votaré allí, porque mi deber es hacerlo donde vivo. No me planteo siquiera si eso es ceder o no ceder. Me parecería absurdo votar en una comunidad autónoma a la que no pertenezco.
LA RAZÓN, 22/7/12