Arcadi Espada-ElMundo
LAS PAREJAS, padres o hijos de los escritores que se dedican a alguna forma de memorialismo corren el riesgo de que la exhibición del escritor les alcance. En realidad el riesgo no solo incumbe a la familia: cualquier persona que se haya cruzado en su vida de escritor lo corre, incluidos los que se cruzaron cuando el escritor aún no había cuajado como tal. Es un interesante debate moral el de discernir hasta qué punto un escritor tiene el derecho de revelar esa parte de la vida de los otros que le fue ofrecida sin saber que podía hacerse pública. Las espinas de ese debate contribuyen a explicar el éxito sostenido de la novela realista. Es probable que la ficción sea una necesidad de la especie humana, sin más; pero parte de la necesidad está vinculada con protocolos elementales de las relaciones entre personas.
El desarrollo abrasivo de las llamadas redes sociales y en especial de una de ellas, Facebook, ha aumentado exponencialmente los riesgos colaterales de la exhibición individual. Hasta ahora eran contadas las personas que desvelaban su vida y con ella la de sus conocidos. En nuestro tiempo son contadas las personas que mantienen su vida en penumbra. Si hay una palabra del tiempo es compartir, la forma comercial y políticamente correcta que ha adoptado el verbo exhibir. No es, creo yo, una necesidad del hombre contemporáneo, sino del hombre tout court, que la tecnología ha convertido en una pasión extendida y poderosa. Y resulta explicable: no todas las personas tienen talentos para exhibir, pero todas tienen una vida, llena de otras vidas. Esta es la razón del indescriptible éxito de Facebook y de alguno de sus problemas. Cuando más de doscientos mil usuarios de Facebook accedieron a compartir con Cambridge Analytics información personal que constaba en la página, accedían, lo supieran o no, a revelar información personal de sus amigos. Por cierto: muchos de esos usuarios ya habían accedido a brindarla no para el denostado Cambridge, sino para el aún impoluto Obama. Todo está ahora sometido a la habitual histeria mediática, esa histeria que para empezar convierte en novedad algo que era en su mayor parte conocido. Habrá que afinar cuáles fueron las responsabilidades estrictas de Facebook y Cambridge Analytics en todo esto. Y también en qué medida el uso del Big Data contribuyó a éxitos políticos malignos como el del Brexit o el de Trump y benignos como el de Obama. Pero la cuestión fundamental es que Facebook tiene un profundo problema con todo esto: su negocio son las cerezas. Por cierto: el problema lo tienen también las cerezas, y dictado por su naturaleza.