JUAN CARLOS GIRAUTA, ABC 21/01/14
· Cuanto antes culminen los socialistas sus correcciones, antes topará Mas con la realidad.
A veces la realidad, por tozuda que sea, no altera los planes del poder político. Pienso en el proyecto central, o único, del gobierno de la Generalidad. Eso que llaman «el proceso». Pero la impermeabilidad al mundo –a la estructura sociológica, a la mayoría castellanoparlante, a las advertencias europeas, al temor empresarial, a los límites de la ley– no es eterna. En este caso, durará lo que dure la presidencia de Artur Mas y, con ella, la influencia de su círculo de voluntaristas adánicos. Sería bueno que los analistas capitalinos que tocan de oído entendieran esta ley de hierro antes de dar la razón a los nacionalistas aceptando que «Cataluña es así».
Comprendo el estupor. La mayoría de gobiernos democráticos del mundo no provoca deliberadamente choques institucionales, ni tiene intención de acabar con la estabilidad política, ni se juega a cara o cruz la seguridad jurídica, ni trabaja en la fractura de la convivencia. Pero si un gobierno, por las razones que sea, desea hacer todo eso, cuenta con excelentes recursos para lograrlo. Por ejemplo, negando con sus actos y con su discurso la legitimidad del sistema… que lo puso ahí. El modo en que crean sentido unos medios públicos militantes y unos medios privados dependientes puede chocar con la realidad sin que los responsables del relato se sientan incómodos ni culpables. La razón básica es que cuentan con conformar ellos la realidad.
Así, una gran mayoría de analistas y de políticos, empezando por los socialistas, han aceptado que en Cataluña existe un tremendo malestar y una profunda desafección respecto a España desde que el Tribunal Constitucional estableció lo que todos sabíamos: que el Estatuto impulsado por Maragall, y materializado gracias a un acuerdo entre Zapatero y Mas, no se ajustaba a la Carta Magna y consagraba la imposible bilateralidad estructural entre el Estado y una parte de él. Ese malestar es un mito. El Estatuto no le interesaba a nadie (al 0’4% de la población) y su referéndum no alcanzó el 50% de participación. El drama es que el PSOE comprara ese mito, y que luego nos lo vendiera.
Bueno es que subrayen, como acaba de hacer Elena Valenciano, su oposición a la independencia de Cataluña. Faltaría más. Ya solo les falta deshacer algunos equívocos. Cuatro cosillas. Para empezar, poner en su sitio a los díscolos que tiene el PSC en su grupo parlamentario, miembros de pleno derecho del movimiento nacionalista-secesionista catalán. En su Consejo Nacional (ay, esos nombres) quedó patente que representan al 13 % de la formación. Con tales dimensiones, parece una broma calificarlos de «ala catalanista»; más les encajaría «muñón secesionista».
A continuación, PSOE y PSC deberían descontaminarse de conceptos ajenos. Por puro afán de situarse en un espacio político que no existe –equidistante de secesionistas y constitucionalistas– Pere Navarro incorporó a su programa el derecho a decidir, convirtiéndolo en centro de su discurso. Se sometió así a los esquemas de quien se suponía su principal adversario. Todos sus pasos desde entonces van encaminados a salir de aquel jardín. Lo logrará cuando reconozca abiertamente el error.
El llamado derecho a decidir, una advocación del derecho de autodeterminación, no importaba un ardite a sus votantes, del mismo modo que la cuestión de la independencia –de nuevo, y por mucho que pueda extrañar al lector– no está entre las principales preocupaciones de los catalanes, que son las mismas que las del conjunto de los españoles según demoscopia recurrente: el paro, la corrupción, la economía, los partidos políticos. Cuanto antes culminen los socialistas sus correcciones, antes recuperarán su credibilidad y, sobre todo, antes topará Mas con la realidad.
JUAN CARLOS GIRAUTA, ABC 21/01/14