Fernando Savater, EL PAÍS, 25/10/11
Quienes padecimos los años feroces de ETA no podemos olvidar el amparo de la Guardia Civil
Hace años se dio uno de esos casos verdaderos de los que la ficción se apodera con total naturalidad: una pareja de la Guardia Civil ayudó a dos montañeros vascos accidentados en medio de una tormenta de nieve. Atendieron a uno de ellos que estaba herido y todos juntos aguardaron en una cueva a que el tiempo mejorase y pudiesen iniciar el descenso. Los vascos eran miembros de ETA y esas horas de forzosa fraternidad en el improvisado refugio de la montaña con los “enemigos” que les habían auxiliado en cumplimiento de su deber cambiaron el modo de pensar al menos de uno de ellos. O eso es lo que asegura la leyenda, que en esta ocasión parece humanamente verosímil.
Con este suceso como motivo inicial, aunque tomándose las libertades que corresponden al creador artístico, han hecho un interesante cortometraje Gonzalo Visedo y Daniel Strömbeck, titulado Tchang en referencia al sherpa que acompaña a Tintín en su aventura en el Tíbet (sin duda el álbum estéticamente más hermoso de esta saga que pertenece ya a la historia del arte del siglo XX, más allá de lo que Spielberg haya hecho con sus personajes en el cine). La historia de Tchang es narrada en el cortometraje por su inspiración humanista, tan presente siempre en la obra maestra de Hergé pese a algunas torpezas iniciales que hoy suelen ser maliciosamente magnificadas.
Los autores del cortometraje lo son también del vídeo de debate en torno al “Documento de la justicia” promovido por la Fundación de Víctimas del Terrorismo. Y la parábola de esos guardias civiles merece ser recordada ahora, precisamente ahora, cuando el pasado sábado más de medio millar de ellos se manifestaron en Vitoria frente a Ajuria Enea, reclamando solidaridad contra el hostigamiento de que vienen siendo víctimas en diversas localidades gobernadas por Bildu en la CAV y Navarra. Una protesta que puede pasar desapercibida —tiene poco glamour, claro— en la ajetreada semanita de celebraciones bien concertadas que acabamos de pasar: escenificación de Conferencia de Paz internacional en Aiete, declaración de la izquierda abertzale, comunicado del cese de violencia por parte de ETA, manifestación batasunera, etc… Y sin embargo la concentración de esos guardias civiles es importante ahora, precisamente ahora, al menos por un par de razones.
En primer lugar, porque sirve para recordar a uno de los colectivos que más sangre y sacrificios han aportado para conseguir el actual —y todavía muy parcial— desistimiento de los terroristas. Quienes hemos padecido en el País Vasco los años feroces de ETA no podemos olvidar el papel imprescindible de amparo que tuvimos en la Guardia Civil, el suplemento abnegado de valor que brindaron a la gente que se atrevía a manifestarse públicamente contra la coacción totalitaria. Sin duda algunos miembros cometieron abusos y hemos sido precisamente quienes estamos más agradecidos a la Benemérita los que reclamamos que se esclarecieran y castigaran para limpiar el buen nombre del cuerpo en general, cuya labor fue insustituible e impagable.
En segundo lugar, esa denuncia de hostigamiento nos recuerda que más allá de los atentados y crímenes ha existido y sigue existiendo una presión del matonismo proetarra contra los ciudadanos que les estorban porque dificultan su proyecto de ocupación total del espacio público y la visibilidad social. Y es de temer que ese atemorizamiento sistemático se refuerce tras la proclamación verbal de cese de la violencia. ¿O es que acaso no resulta raro que haya tantas exhibiciones públicas del triunfalismo radical estos días y sin embargo no veamos ni una sola manifestación masiva en la calle que exteriorice la alegría de quienes —más allá de siglas políticas— creen haber recuperado su libertad y su derecho a defender sin cautelas la Constitución y el Estatuto en que institucionalmente se fundamenta? La perpetuación del miedo forma parte del plan y es lógico que quienes se benefician de él quieran verse libres de la Guardia Civil cuanto antes.
Fernando Savater, EL PAÍS, 25/10/11