El viejo y nuevo problema es que la izquierda en general –no así la derecha por razones obvias— desde la caída del muro de Berlín no ha sabido reinventarse. La gran recesión de finales de la primera década del siglo XXI le ha asaltado en una fase de desconcierto ideológico y de ausencia de proyecto político.
El movimiento 15-M, o “Democracia Real ya”, o la protesta de los “indignados”, es diagnosticable en función de su propia expresividad política. Se trata muy probablemente de una manifestación del llamado altermundismo, gran corriente de izquierdismo no convencional nacido al calor del Foro Social Mundial que se reúne anualmente y que propugna que “otro mundo es posible”. En cada país adquiere morfologías diferentes y se adapta al terreno. Pero el fondo es el mismo: el altermundismo es anticapitalista y engloba a ecologistas, indigenistas, determinadas ONGs, las reivindicaciones feministas y homosexuales, y la exigencia del llamado software libre, entre otras muchas.
Los altermundialistas impugnan las democracias partitocráticas, el poder de los mercados y de las grandes multinacionales. Propugnan la ‘tasa Tobin’, piden que se condonen las deudas a los países más pobres, que se ejerza un control político eficaz sobre los entramados empresariales y se socialice la banca y se supriman o reformen las instancias financieras internacionales. Quieren democracias participativas que interactúen frecuentemente con la sociedad mediante consultas populares y están en contra de los métodos de medición de determinadas categorías macroeconómicas como el Producto Interior Bruto. El altermundialismo no es violento, pero sí rupturista y categórico y su militancia es puramente izquierdista, pero al margen de cualquier opción convencional sea socialista, socialdemócrata e, incluso, neocomunista.
En España no se habían dado hasta ahora las condiciones ambientales necesarias para que el movimiento cristalizase. Un 45% de paro juvenil; un sistema político que ha perdido autenticidad y se ha convertido en fuertemente sectario; una clase política mediocre y la ausencia de respuesta desde la izquierda a la crisis económica, han sido variables propiciatorias de este fenómeno que en cada país o región del mundo adopta denominaciones diferentes compartiendo un mismo planteamiento. Es probabilísimo que muchos de los participantes en esta protesta ignoren que está inspirada en estos principios y que, de saberlo, participen de ellos.
Los problemas de la izquierda para reinventarse
Es importante que la izquierda española sea consciente de que el altermundialismo -que en nuestro país tiene algunos representantes intelectuales- desafía su burocratización e ineficiencia. Pero lo es mucho más que entendamos que este movimiento es la expresión nacional-local de otro de índole casi mundial que se enfrenta a una determinada concepción del orden social y político en los países más desarrollados. No se trata, pues, de una anécdota, sino del prendimiento en España de un esqueje de una gran corriente que moviliza ya mucha energía política.
El viejo y nuevo problema es que la izquierda en general –no así la derecha por razones obvias— desde la caída del muro de Berlín no ha sabido reinventarse. La gran recesión de finales de la primera década del siglo XXI le ha asaltado en una fase de desconcierto ideológico y de ausencia de proyecto político. Advierte el profesor Daniel Innenarity (La renovación liberal de la socialdemocracia. Documentos de Debate 11/2010 de la Fundación Ideas) que “la izquierda del siglo XXI debe poner cuidado en distinguirse del altermundialismo, lo que no significa que no haya problemas graves a los que hay que buscar una solución, sin ceder a la letanía de deplorar la pérdida de influencia sobre el curso general del mundo”. Más claro, agua.
José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 20/5/2011