Rubén Amón-El Confidencial
- Habrá que reconocer al presidente del Gobierno su cinismo y su instinto. Es él quien tendría que explicar por qué ha cambiado de criterio
Pedro Sánchez lo ha conseguido. Ha amortizado los indultos antes de aprobarlos, incluso los ha convertido en una genialidad política. La ‘kermese’ de este lunes en el Liceu delante de la ‘sociedad civil’ adquiere un valor incensario y catártico. Podría haberse personado con anterioridad en el Parlamento. Exponer las medidas de gracia en el templo mayor de la democracia representativa, pero el clamor del público catalán coopera mucho mejor a la pedagogía virtuosa de los indultos.
Habrá que reconocer al presidente del Gobierno su cinismo y su instinto. Es Sánchez quien tendría que explicar por qué ha cambiado de criterio. Y qué razones han precipitado un giro radical en una cuestión nuclear, pero ni siquiera necesita un mínimo ejercicio de expiación ni un pasaje de autocrítica. El masaje a la opinión pública, la amnesia de la sociedad, la beneficencia mediática, la retórica de la filantropía y el sesgo magnánimo de las medidas de gracia han engendrado una adhesión progresiva que tanto conmueve a los obispos como seduce a la patronal.
Es Sánchez quien tendría que explicar por qué ha cambiado de criterio
Y no podrá decirse que la Iglesia y el empresariado representen los ámbitos canónicos de la progresía, pero el oportunismo del clero catalán —las esteladas ondean en los campanarios— y la docilidad de la CEOE —Sánchez tiene que repartir 140.000 millones— redundan en una asombrosa victoria política del anfitrión monclovense. ¿Cómo ha logrado Sánchez esta aparente proeza?
No es sencillo encontrar una explicación inequívoca. El presidente conoce bien la sociedad que le rodea. Y ha descubierto las increíbles propiedades de la volatilidad y de la desmemoria, aunque la abstracción de la clave sociológica no contradice la eficacia de la polarización. Sánchez ha conseguido incorporar a los indultos todas las connotaciones ideológicas y éticas que definen la línea divisoria entre el bien y el mal. Oponerse a ellos caracteriza a la derechona, más todavía cuando Ayuso desprestigia el debate incitando a la ‘sublevación’ de Felipe VI.
Concordia, diálogo, entendimiento. El lenguaje ‘positivo’ contribuye al narcisismo benefactor del presidente del Gobierno. El aparato de propaganda y el candor de los rapsodas enfatizan la generosidad de las medidas de gracia. Y cede asombrosamente la aparente e inicial impopularidad de los indultos, hasta el extremo de cautivar a los barones más refractarios y a los ministros menos entusiastas. Por ejemplo, Margarita Robles, cuya adhesión a la genialidad sanchista se explicaría en la mansedumbre con que Junqueras asume el delito y acepta la sentencia. Se trata de una lectura ilusoria y fantasmagórica, entre otras razones porque los indultos rectifican una sentencia del Supremo, trivializan la sedición y otorgan a los artífices el rango de presos políticos que reclamaban y que Sánchez les ha concedido temerariamente.
¿Deshielo? ¿Desinflamación? Tendrían sentido el planteamiento benefactor si no fuera porque los indultos se observan desde el soberanismo como una capitulación del Estado opresor y como el aperitivo de una dieta pantagruélica. Ni Junqueras ni Puigdemont eluden las expectativas maximalistas. Permanecen intactos los objetivos de la amnistía, del referéndum de la autodeterminación y de la independencia. Así lo confirmaron el pasado viernes Pere Aragonès y el propio Puigdemont en la cumbre bilateral de Waterloo, cuya simbología almibarada tanto sobrentiende una tregua entre ERC y Junts como puede servir de planificación al regreso del presidente exiliado. Lo haría entre vítores, amparado en el escudo de la inmunidad europea y plenamente consciente de que Sánchez está reescribiendo a su medida el Código Penal.
Es otra de las promesas del deshielo: relativizar el delito de sedición, convertirlo en una inocentada universitaria. Sánchez necesita un periodo de paz con el soberanismo. La ‘mesa bilateral’ escenifica el armisticio que neutraliza la testosterona de los tahúres.
Sánchez desconfía de Junqueras tanto como Junqueras desconfía de Sánchez. Se entiende mejor así la precariedad del ‘entendimiento’. Y el papel incendiario que desempeña Puigdemont en sus expectativas integristas. Por eso, los indultos representan un bálsamo ficticio o experimental. Y por la misma razón a Sánchez se le pueden convertir en espectros. El problema de confiarse a una sociedad volátil consiste en que tanto te eleva como te hunde. Hoy te aplaude en el Liceu, como una estrella de ópera, mañana te sepulta entre maldiciones.