IGNACIO CAMACHO-ABC

  Esos «inadaptados» del régimen soberanista ya nunca más serán invisibles en Cataluña. Se acabó el silencio INADAPTADOS.

Así llamaban a los catalanes disidentes del nacionalismo en un documento incautado por la Guardia Civil a un colaborador de Oriol Junqueras detenido por organizar la consulta ilegal del 1 de octubre. Algo así como aquellos «irrecuperables» desahuciados por el estalinismo que denunció en «Las manos sucias» Jean Paul Sartre. Carne de cañón para el designio excluyente, totalitario, del nacionalismo. Heterodoxos condenados por el pensamiento obligatorio a una suerte de exilio interior bajo la imposición de su delirio.

  Esos inadaptados del régimen soberanista ya nunca más serán invisibles en Cataluña. Lo demostraron el día 8 en una sacudida de inédita rebeldía civil y ayer confirmaron su voluntad de resistencia convirtiendo el Paseo de Gracia en una riada humana. Se acabó la clandestinidad social. Se acabó el silencio. Se acabó la marginalidad. Se acabó el aislamiento. Se acabó el disimulo enclaustrado, el conformismo de vivir en el gueto. Ya no habrá modo de seguir ignorándolos ni de decretar su inexistencia oficial ni de orillarlos en el proyecto distópico de la independencia. Ya no hay manera de sentenciarlos a vivir como extranjeros en su propia tierra. 

Otro logro de Puigdemont y sus colegas. No todo ha sido malo en esta locura que ha reactivado en toda España un patriotismo anquilosado y en Cataluña una conciencia somnolienta. Ha sido una agresión tan flagrante la del separatismo, con un desdén tan arrogante y una sensación de impunidad tan manifiesta, que no podía sino estimular en sus víctimas un sentimiento de autodefensa. Primero surgió la oleada de las banderas y luego ha tomado cuerpo esta reclamación de ciudadanía viva, irrenunciable, enérgica. Los sometidos ilotas de la Esparta nacionalista se han organizado para hacer acto definitivo de presencia. 

Esta multitudinaria salida del armario de la otra catalanidad legítima destruye el discurso hegemónico del soberanismo, el del pueblo unívoco –ein volk– en marcha cerrada hacia su destino manifiesto. Refuta la uniformidad sentimental que la propaganda secesionista ha convertido en un credo. Si algo ha sido siempre la sociedad catalana es plural, diversa, un mosaico ideológico heterogéneo. La ocultación de esa complejidad es la última gran mentira de toda la serie de falsificaciones del proceso. Pero la imagen de las calles de Barcelona atestadas de gente que ha perdido el miedo, que no quiere elegir entre ser catalana o española, hace imposible sostener esa patraña por más tiempo.  En ese caudal recién desembalsado podría haber un excepcional capital político si fuese capaz de acudir a las elecciones bajo la bandera común del constitucionalismo. Pero precisamente por su diversidad es imposible que comparezca en las urnas unido. Tampoco era ése el objetivo, sino el de demostrar al nacionalismo que existen millones de catalanes capaces de resistirse a su desvarío.