«Desertor, desertor». Un griterío por las zahúrdas de Ferraz eclipsaba los coros que llegaban de la calle, a las ocho cada noche, clamor contra el liberticida. El desertor, claro está, es Juan Carlos Campo, ministro que fue de Justicia, acomodado ahora en un asiento del Tribunal Constitucional, quien ha protagonizado un hecho asombroso, inconcebible para la grey ovina que conforma el partido del socialismo español. O lo que sea. Este Campo, juez por más señas, se ha borrado de la ponencia del primer recurso contra la ley de Amnistía, el eje sobre el que construyó la investidura de Sánchez y, por ende, el armazón de la legislatura que acaba de arrancar. Campo, él verá lo que hace, ha expuesto como razón de su paso al costado que en su día se manifestó contra esta medida del olvido de delitos por considerarla «claramente inconstitucional», y que así lo suscribió en alguno de sus informes durante su etapa en el Gabinete. ¡Hereje, traidor, merece la horca!, habrá pensado Félix Bolaños, el triministro encargado de coronar el trabajo sucio de desmontar el ya tambaleante edificio de la Justicia.
Torció el gesto el gran narciso al conocer la noticia. Se encontraba en Jerusalén explicándole a Netanyahu cómo se negocia con terroristas, siguiendo el breviario de Rodríguez Zapatero que tan excelentes resultados aportó al País Vasco, ahora bilduetarrado, declinante y casi agónico.
-¿Félix, hay más judas por ahí?
Al menos, así parece. Laura Díez, es una de esas modistillas de los dosieres que primero sirvió a la causa separatista en Barcelona, aterrizó luego en el negociado bolañés del ala oeste y fue encaramada luego en el TC, donde ahora rinde servicios impagables a la causa pumpida, exhibe una lealtad a prueba de ataques de honradez. Por no hablar de Fernando Galindo (un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo), otro bolañés reclutado como letrado mayor del Congreso y adscrito a la nefanda labor de impedir que la justicia funcione de acuerdo al ordenamiento. Ya ha mostrado su profundo compromiso con la causa al dar luz verde al ingreso de la ley puigdemoniaca al recinto parlamentario. Y, por supuesto, el personaje clave, Álvaro Gómez Ortiz, el favorito de Dolores Delgado, que acaba de recibir las bendiciones del sumo narciso luego de ser abofeteado firme y públicamente por el Supremo. Este fiscal general del Estado, que deshonra su puesto, su carrera pero no su simiesca trayectoria, fue reconvenido por el Alto Tribunal cuando pretendía imponer en la cúspide de la carrera a su vehemente madrina, que ha jurado vengarse en llorosa intervención en su radio amiga.
Ahora se trata de revestir a los jueces con el sayal del fascismo y así justificar cuantas aberraciones legislativas vaya a consumar en los próximos meses
La ocupación del edifico de la Justicia ha sido obsesión primigenia del sanchismo. Se trataba, primero, de embadurnar al PP con el estiércol de la ultraderecha, de asimilarlo con Vox, de tiznarlo con el sesgo radical del reciente vencedor holandés. Lo logró. Ahora se trata de revestir a los jueces con el sayal del fascismo y así justificar cuantas aberraciones legislativas vaya a consumar en los próximos meses. Que no son pocas. Amnistía, lawfare, okupación del CGPJ, referéndum de autodeterminación y lo que corresponda. Sánchez es insaciable, no hay palabras decentes para nombrarlo. Ni muro que contenga sus ansias napoleónicas. Es uno de estos tipos, desprovisto de escrúpulos, convencido de que puede prescindir de la aprobación de las urnas (su último test electoral le resultó adverso) porque su destino es prometeico y su determinación, invencible. Esas maneras de la política que redondean el espanto.
Empieza la tiranía
Ha encargado al monaguillo Bolaños que tome al asalto las últimas posiciones firmes de la Justicia. Todavía hay jueces que se resisten , tribunales que no humillan la cabeza, fiscales que se plantan, togados indomables que dictan autos de terrorismo contra los mangutas del procés. Hay que acabar con ellos. Este es el objetivo. Si por él fuera, convertiría El juez de la horca de Huston en El juez ahorcado (políticamente). Pretende a los togados muditos, rendidos, silentes, resignados e inútiles. «Donde acaba la ley empieza la tiranía», recordaba este viernes Aznar, siempre al quite. Sánchez quiere verlos arrastrarse por los suelos de un Estado de Derecho prácticamente derruido, recogiendo con los dientes los restos polvorientos de la Constitución.
Este inesperado Campo ha despertado algunas alarmas en el cuerpo coriáceo y lanar del socialismo. ¿Una defección que puede derivar en grieta para mutar en disidencia? Es un error pensar que un rapto de dignidad pueda cuajar en la pandilla basura del progreso. Allí todo son Iraxtes vergonzantes que verborrean felices entre la infamia y la cochambre. El estamento judicial, por ahora, resiste al asedio. La sombra del ahorcado se balancea sobre su cabeza.