Iñaki Ezkerra-El Correo
- La deseable proyección de las empresas autóctonas no es labor de un día
Cuando en noviembre de 2012 Artur Mas se metió en una travesía a Moscú, acompañado de un multitudinario séquito en el que se contaban personajes de tan indiscutible proyección internacional como su propia esposa, el cónsul honorario de las islas Seychelles en Barcelona o los alcaldes de Badalona, Reus, Mataró y Cambrils, yo me acordé de una visita a Disney World que había hecho unos años antes con un pariente mío de seis años al que siempre he llamado «mi casi nieto» y en la que nos recibieron personalidades de la talla política de Mickey Mouse y el Tío Gilito, con los que mantuvimos una apretada agenda de reuniones de trabajo más fructíferas que las del expresidente de la Generalitat.
El rimbombante viaje que Urkullu acaba de hacer a Japón acompañado de su esposa y de una campanuda delegación vasca en la que no faltaba ni la consejera de Desarrollo Económico ni el titular de la cartera de Turismo ha seguido un guion asombrosamente similar al que Mas hizo a Rusia hace una larga década. Ha tenido el mismo aire crepuscular de premio de fin de carrera política, el mismo olor a excursión del Imserso parainstitucional, la misma peregrina mezcolanza de objetivos contradictorios: por un lado, el de la supuesta búsqueda de una proyección exterior para la empresa y la industria autóctonas, que sería deseable y que no es labor de un día de fotos tomando gildas con txakoli, como si el Japan Research Institute fuera el ‘batzoki’ de Zeberio; por otro lado, la simulación de una bilateralidad imposible entre una potencia mundial y una comunidad autónoma de cuatro gatos.
Entiéndase bien, acercar a las empresas rusas o niponas las oportunidades de negocio, de inversión empresarial y turística que ofrecen Cataluña y el País Vasco es una tarea cotidiana de años que debe ir reforzada por el aval de un Gobierno de la Unión Europea como el español. Pero desmarcarse de este para hablar en solitario de la relación Euskadi-Japón en el marco del Basque Trade & Investment, como lo hizo Artur Mas en el Foro Empresarial Catalunya-Rusia, es un simulacro político de independencia económica que solo tiene un fin de consumo interno. ¿Se puede hablar de estrechar los lazos de Lakua y Tokio, cuando simplemente la capital de Japón tiene 14 millones de habitantes, o sea, siete veces los del País Vasco?
El viaje del lehendakari a Tokio marca un antes y un después en el desarrollo industrial y empresarial nipón. El recuerdo que hemos dejado con nuestros pintxos y txalapartas permanecerá imborrable en la sociedad y la clase política japonesas hasta el siglo XXV por lo menos: el de un hombre que representaba a dos millones de almas comparándose con la tercera potencia mundial, que alberga a más de 123 millones.