Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 24/6/12
Viendo ayer La Voz para decidir el tema sobre el que escribiría esta columna, recordé un libro que hacía años no releía: Los males de patria y la futura revolución española, obra hoy olvidada del oscense Lucas Mallada que, aparecida en 1890, tuvo gran influencia en varias de las ideas de la generación del 98. Hombre de ciencia -Mallada era ingeniero de minas y paleontólogo-, su ensayo denunciaba los males de la España de la Restauración (reparto injusto de la propiedad, analfabetismo, estancamiento de la agricultura, ausencia de una política hidráulica, atraso educativo, caciquismo, falta de patriotismo de las clases dirigentes, inmoralidad pública o corrupción de los partidos gobernantes), apuntaba la existencia de un carácter nacional -forma de análisis social entonces muy en boga- que le llevaba a obtener una dura conclusión (que los españoles habríamos demostrado ser «fuertes y mañosos para destruir y débiles y torpes para remediar los males y progresar») y proponía como salida de nuestra decadencia una regeneración de España que lograse equipararla a los países más desarrollados de su entorno.
Aunque el salto que hemos experimentado desde finales del siglo XIX hasta el presente resulta tan formidable que no necesita comentarios, lo cierto es que, tras el optimismo que invadió el país durante la transición, hemos recuperado, y no sin motivos, gran parte del pesimismo de los regeneracionistas. Y es que, salvadas todas las distancias entre aquella España vetusta y esta del siglo XXI, lo cierto es que además de otros nuevos males de la patria (el demográfico, el irreductible paro estructural, el notable atraso científico, un desbarajustado sistema educativo o un fraude fiscal monumental), persiste hoy una inmoralidad pública que adquiere en los casos de Dívar o Urdangarin ejemplos bochornosos; unos vicios en los partidos que los han llevado a estar en su cota de más alto desprestigio; un despilfarro en la utilización del presupuesto que encuentra en el disparate de la Ciudad de la Cultura una muestra delirante; y una incapacidad social para aceptar compromisos por el bien del país que se pone de relieve cada día en las imágenes de quienes creen que es legítimo agredir a cargos públicos o lanzar cohetes contra helicópteros de la Guardia Civil en defensa de sus intereses personales.
No creo, con Mallada, que nuestra capacidad para destruir sea mayor que la que hemos demostrado tener para el progreso. Pero sí que estamos en un punto en que un cierto regeneracionismo ético y político son de nuevo necesarios: el de la solidaridad social, el esfuerzo y la excelencia; el del sentido común, la humildad y la honradez; y, en fin, el del trabajo bien hecho, palanca sobre la que se han levantado todas las naciones que admiramos o envidiamos.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 24/6/12