Antonio Burgos-ABC
- La cortesía y el lenguaje parlamentarios van cuesta abajo, degradándose
Parece el título de una película de Tony Leblanc. Desgraciadamente. Porque no es tal, sino unas palabras pronunciadas en el Congreso de los Diputados por el presidente del Gobierno. A mí me sigue rechinando en los oídos la frase que Sánchez dirigió a la oposición del PP representada por Cuca Gamarra, en ausencia de Feijóo, que esto es lo más grande del mundo: que el jefe del partido mayoritario de la oposición no tenga escaño en el Congreso y sólo pueda interpelar al presidente del Gobierno en el Senado, donde le han hecho un sitio por el procedimiento de la gata parida en representación del parlamento de su tierra gallega. Me sigue rechinando que Sánchez dijera: «Hoy los mangantes no están en el Gobierno, como sí ocurría con el PP».
Curiosa amnesia. Eso lo dijo no «uno que estaba arando en un cortijo», como canta la sevillana, sino el jefe del partido de los ERE, de cuyo dinero ni siquiera hemos llegado a enterarnos cuánto fue lo mangado ni fue devuelto; o de los fondos de los parados gastados en prostíbulos. Pero no le doy importancia tampoco a eso, aun teniéndola, sino a la nula capacidad del PP para, sobre la marcha, recordarle al PSOE cuando se tercia todas estas contradicciones, si es por mangantes, a causa del complejo de inferioridad de la derecha y la eterna superioridad moral (si la hay) de la izquierda. Le doy importancia a la palabra en sí, a llamar ‘mangante’ a los adversarios en la solemnidad del Congreso. Porque demuestra que la cortesía y el lenguaje parlamentarios van cuesta abajo, como si descendieran del Tourmalet, degradándose. Está pasando con respecto al lenguaje parlamentario lo que dijo Suárez en 1976 en su primera comparecencia en TVE como presidente del Gobierno: «Hay que elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal». Lo normal es que en la calle se hable mal, cada vez peor, con menos vergüenza, de mangones y trincones. Pero había como un dique de contención marcado por la diplomacia del lenguaje parlamentario, basado, entre otras cosas, en algo que cada vez se echa más en falta entre los diputados: el ingenio. Se ha perdido el ingenio para insultar con elegancia al adversario, de modo que no pudiera ofenderse.
¿Qué ocurriría si Wenceslao Fernández Flores o los grandes cronistas parlamentarios de antes de la guerra aparecieran por este Congreso que ha adoptado un lenguaje no sólo de la calle, sino a veces, como en el caso que nos ocupa, tabernario? Bueno, tabernas hay donde se habla con mayor corrección y delicadeza que en un hemiciclo donde tanto se ha adoptado el lenguaje de lo normal, de la calle. Y además, no sé si han observado que cada vez menos los diputados se dirigen unos a otros con el tratamiento de ‘señoría’. El ‘señoría’ y el ‘usía ilustrísima’ se están perdiendo, arrasados por el igualitario ‘usted’, y del atuendo indumentario, ni hablo.
Así que acusados ya oficialmente de mangantes, está al caer que a los del PP los llamen también ‘1ºººº’. Que combina perfectamente con este envilecimiento y degradación del lenguaje parlamentario.