Ignacio Camacho-ABC
- Al búnker monclovita llega el ruido de fichas de dominó que caen y cunde el miedo de que acabe cediendo el blindaje
A lo que más se parece un escándalo de corrupción es a otro escándalo de corrupción. Y a lo que más se parece la reacción de un dirigente o de un partido a un escándalo de corrupción es… sí, a la reacción de otro dirigente y otro partido a un escándalo de corrupción. Uno no cree que la corrupción sea un fenómeno estructural en España, aunque sí estoy convencido de que se trata de una tara consustancial a la condición humana. Se ha producido en todos los períodos de la Historia, en todos los regímenes y en todas las organizaciones, siempre del mismo modo, con patrones muy similares, y lo sorprendente es que nadie parece haber aprendido nada. No ya para evitarla sino para comprender la escasa eficacia de las respuestas clásicas: primero la negativa cerrada, luego el esfuerzo por apagar las llamas, después el intento de acotar responsabilidades –la teoría de los tres o cuatro golfos– y por último la catarsis involuntaria que se produce cuando todo lo anterior no basta.
Sánchez está a punto de alcanzar la cuarta fase. Quizá aún confía en que las evidencias no lo alcancen, pese a que lo que de verdad teme no está en los periódicos, como ha dicho García-Page. Empieza a darse cuenta de que el contraataque no sólo no ha funcionado, ni va a funcionar, sino que encima ha proyectado en la opinión pública la imagen de un líder desencajado, egocéntrico y arrogante. Las cartas presidenciales no tranquilizan el ánimo deprimido de los militantes. Al búnker monclovita llega el ruido de fichas de dominó que se tambalean o caen y a su alrededor cunde el miedo de que en cualquier momento se rompa el blindaje bajo el empuje de nuevas revelaciones surgidas de las pesquisas judiciales. Siempre sucede igual, como saben Rajoy o González; llega un momento en que la realidad se lleva por delante las estrategias, los relatos, los planes. Las madrugadas a la espera de la prensa se han convertido en un sinvivir desasosegante.
Aguantará todo lo que pueda porque no tiene otro remedio. La suerte de Cerdán o Ábalos no le importa pero su mujer y su hermano corren serio riesgo y él mismo puede acabar, siquiera como testigo, ante el Supremo. Es un régimen entero, el llamado sanchismo, el que amenaza desplome si la grieta se continúa extendiendo. Los suyos son conscientes de que se acerca la áspera travesía de un desierto y esa confianza ciega que le tenían se resquebraja a la vista de los acontecimientos. El ejercicio de lealtad que se les reclama es cada día menos sincero; algunos preferirían ya acabar con todo esto antes que extender la agonía durante más tiempo. Pero viven el síndrome de los marineros del Pequod, condenados por el trastorno narcisista de su capitán a un destino siniestro. Si logran evitarlo será a costa de un estrago sistémico y de la amarga certeza de que nunca podrán volver a presumir de haber formado parte de un Gobierno honesto.