HERMANN TERTSCH-ABC

MONTECASSINO Los Iglesias en su chalé son un bello y certero argumento anticomunista

A Elena Ceaucescu el Palacio de Valea Peles de Sinaia nunca le pareció una vivienda adecuada. Es un castillo historicista construido en el siglo XIX por Carlos I de Hohenzollern, Rey de Rumanía, en los Cárpatos. Ni sus 160 habitaciones, sus soberbios salones ni sus rincones románticos conmovieron jamás a aquella campesina y activista comunista. No era un alma muy soñadora Elena a pesar de ser ya una «ilustre académica» y «gran científica» por obra y gracia inmediata de la llegada al poder de su marido, jefe comunista supremo en Rumanía. Con el automatismo con que ahora se convierte en «portavoza» la novia del jefe, Elena se erigió en «doctora honoris causa» por universidades de todo el mundo. Aquello tenía mérito, siendo, como era Elena, semianalfabeta.

En su apasionante libro «Red Horizons», Ion Mihail Pacepa, el que fuera el jefe de la Securitate rumana, uno de los más altos dirigentes del Pacto de Varsovia en desertar jamás a Occidente, contaba cómo disfrutaba la camarada Elena del lujo y de los productos occidentales. Ella era bastante más bruta que su marido pero mucho más disfrutona de los placeres que descubría gracias al poder. Ella usaba mucho la sala de proyecciones construida en su inmensa mansión de la zona noble de Bucarest, casa que visitaríamos Arturo Pérez Reverte y yo días después de haber sido ejecutados los moradores. Allí veía Elena películas y cotilleo occidentales y mucho porno. Pero también grabaciones que hacía la Securitate a visitantes occidentales en situaciones comprometidas, en las habitaciones de los hoteles y residencias de invitados. Tras su fusilamiento, en pleno caos, grupos de la Securitate sacaron a subasta aquellos miles de vídeos de protagonistas involuntarios y los servicios secretos de medio mundo acudieron a pujar. Recuerdo situaciones muy graciosas aquellos días en Bucarest.

Los tiempos cambian. Seguro que si Pablo Iglesias e Irene Montero amplían el complejo residencial, compran una finca anexa o excavan el jardín para construir una sala de proyecciones, lo que verán son series de Netflix, al fin y al cabo la principal fuente de pensamiento y cultura del dueño de la casa. No sabemos si consultarán todas las reformas con sus bases. Nicolae y Elena no consultaban a veces ni entre ellos, cuenta Pacepa. Cabe pensar que a nuestra pareja de moda le pasa lo mismo. Quizás Pablo, siempre partidario de las fronteras abiertas, siempre contra el muro de Trump –no del de Berlín– y partidario de que todo ser humano entre donde quiera, no supiera que Irene había encargado puertas de seguridad. Cuando todos creían que tiraría ese muro para que la gente pudiera hacer vida de barrio en su piscina y su huerto. Quizás tema Montero que se les cuelen los okupas de Ada Colau. Y se les instale una banda de violadores del derecho de propiedad de esas protegidas por Podemos. Como pasa a decenas de miles de españoles. Ahora que la Guardia Civil, la que no mandan a defender la seguridad de los españoles amenazados en Cataluña ni sus pisoteados derechos, protege el celebérrimo chalé de nuestros Ceausescu de aquí, se supone que se acabarán las calumnias de los comunistas a este cuerpo. Lógico también que si Iglesias escribe sus discursos junto a la piscina no se le vaya a ocurrir criticar las relaciones privilegiadas de algunos políticos con los bancos. Lo cierto es que si los Ceausescu en sus mansiones eran más peligrosos que Drácula, los Iglesias en la suya son un regalo de Dios para el anticomunismo, es decir, para la decencia. Porque los Iglesias en La Navata son la prueba más palmaria de la falsedad esencial que son ellos mismos.