Vox ha hecho de la inmigración un caso de guerra y, en coherencia, acaba de romper los pactos con el PP en las seis comunidades autónomas donde gobiernan juntos o se necesitan. Sin duda, es un golpe en el tablero político de imprevisibles consecuencias. La razón ha sido el plan de distribución y reparto voluntario de 347 menores extranjeros no acompañados planteado por el PSOE que el PP ha terminado aceptando con su voto favorable en la Conferencia Sectorial de Infancia y Juventud celebrada en Santa Cruz de Tenerife. El acuerdo migratorio definitivo deberá votarse y aprobarse en el Congreso de los Diputados, y tanto Junts como ERC ya han anunciado que votarán en contra: en el fondo, es su forma de decir que ellos no forman parte de España, que quieren tratos de favor y todos los privilegios que sean posibles para su territorio pero que este no asuma la responsabilidad que le corresponde, especialmente en una cuestión tan peliaguda como la inmigración, que exige colaboración entre partidos políticos y visión de Estado. Por lo que nuevamente será el PP el salvavidas del Gobierno de Sánchez en un asunto tan sensible como relevante. La reforma definitiva de la Ley de Extranjería aspira a establecer un modelo obligatorio de distribución y acogida de los menores una vez que los territorios saturados alcancen el ciento cincuenta por ciento de su capacidad de acogida. Aquí todavía no hay acuerdo.
Si Vox aceptara ser como el PP en esta cuestión tan suya, que además tiene todos los visos de agravarse en el futuro, ¿qué sentido tendría pedir el voto en las próximas elecciones?
Vox no ha querido echar el freno en sus amenazas de romper con el PP allí donde gobernaban juntos y ha cumplido su amenaza. No iba de farol. El de la inmigración irregular y sus consecuencias es su tema por antonomasia y una de las razones fundamentales por la que se fundó y sigue vivo, y por la que miles de personas le dan habitualmente su voto. Su seña de identidad partidaria y aquello por lo que se le ama o se le odia. Su oposición a la inmigración ilegal es como su oposición a Sánchez, innegociable. Si Vox aceptara ser como el PP en esta cuestión tan suya, que además tiene todos los visos de agravarse en el futuro, ¿qué sentido tendría pedir el voto en las próximas elecciones? O con qué cara lo haría después de haber dicho «donde dije digo, digo Diego». Pero al PP también pudiera interesarle que su criatura díscola se haya independizado definitivamente; de hecho, quizás sea el único modo de que el PP encuentre su sitio y Feijóo afiance su liderazgo político. Y para rizar el rizo de las contradicciones de la política, ambas cosas son dos de las cosas que el PSOE no quiere: que el PP debilite a Vox y que Feijóo afiance su liderazgo. Hoy mismo atestiguaremos que lo de Vox no eran fuegos de artificio sino ruptura definitiva. Guste o no, coherencia política.
Vox acusa a Feijóo de haber coaccionado y obligado a sus dirigentes regionales a votar a favor del reparto. Pero si así fuera, haría sino reconocer el liderazgo de Feijóo como dirigente de un partido que se dice nacional y de Estado, uno de esos en peligro de extinción que defienden las mismas ideas y los mismos principios en cualquier parte de España, aunque fuera por estrategia política o intereses electorales. Pero es la forma de Vox de hacer pupa al PP e intentar dejarlo en evidencia, porque además apoyar algo que venga de Sánchez nunca puede estar permitido, conocedor del grado de polarización política que se vive en España, poco favorable a los pactos entre unos y otros. La decisión del partido de Feijóo de apoyar el reparto voluntario de los inmigrantes tiene sus inconvenientes, pero es posible que, en el fondo, no le quedara otra. Porque forma parte de una estrategia global para alcanzar la Moncloa: ocupar más espacio en el centro y empujar a Vox y al PSOE a la periferia. Y sobre todo venderlo de esta forma, que la política es solucionar los problemas de la gente y todo eso… pero sobre todo publicidad y propaganda. Pero a Vox tampoco le quedaba otra: llevaba tiempo insistiendo en que no permitiría la acogida de menas allí donde gobernaba, al entender que supone un «efecto llamada» y que la inmigración ilegal provoca un incremento de la inseguridad en las calles. Vox, claro, no rompe con el PP por sí mismo sino por principios y sobre todo por España. Quizás los debilite hoy, pero quizás les permita llegar a la Moncloa mañana.
Los independentistas no quieren menas
Con el acuerdo en relación a los menas que ha provocado la ruptura, la mayoría de las comunidades autónomas acepta la acogida de los menores inmigrantes no acompañados procedentes de Canarias y de Ceuta como establecía el cupo acordado para el presente año. Canarias y Ceuta viven una situación de emergencia que debe ser atendida por el conjunto de España y por Europa. Solo Cataluña se ha abstenido y es probable que se oponga al acuerdo definitivo: Junts y ERC quieren ser distintos y singulares pero para recibir privilegios, y es que nadie se reclama distinto para pagar más impuestos, soportar más cargas sociales o tener menos derechos. Y porque la inmigración ilegal se ha convertido en determinadas ciudades de Cataluña (y en otras de España) en un auténtico problema que afecta principalmente a los barrios obreros, a las clases trabajadoras y a los ciudadanos con menos recursos, consecuencia de la irresponsabilidad y la mala gestión de los gobernantes. Y es un filón para lograr votos.
La cuestión de la inmigración provocará nuevos roces entre los distintos partidos políticos. El PSOE seguirá provocando al PP para acusarlo de asumir posiciones de extrema derecha, que es lo que realmente desea el PSOE que suceda, aunque tal cosa está lejos de que ocurra. El PP, por su parte, deberá aclararse y ser claro en la exposición de lo que pretende y defiende, y hacerlo sin pedir perdón ni permiso. Y mantenerlo en el tiempo. Ahora sufrirá la oposición implacable de Vox. Y ya juzgarán las urnas. Y si además no cae en las provocaciones y en las trampas socialistas, puede que le vayan mejor las cosas. Quizás que Vox haya roto sus pactos es lo que necesitaba. Pero ni eso evitará nuevas polémicas en el futuro. El asunto de la inmigración ha venido para quedarse, por mucho que muchos se nieguen a enfrentarlo o incluso nieguen que exista.
Los menas no son mercancía averiada ni material desechable sino menores que merecen el mejor trato posible, por mucho que su realidad sea problemática y genere conflictos
La inmigración, cuestión europea, hay que gestionarla sin alarmismos ni demagogia, con seriedad y rigor, como deben abordarse y debatirse las cuestiones relevantes que afectan a los derechos humanos y a la paz social y la convivencia que cualquier comunidad política necesita. Y con financiación suficiente. Sin hacer como si la problemática no existiera y sin utilizarla para perjudicar al adversario político, enervar a la sociedad o lograr un puñado de votos. Los menas no son mercancía averiada ni material desechable sino menores que merecen el mejor trato posible, por mucho que su realidad sea problemática y genere conflictos. Y España, de la mano de Europa (a la que debe exigir que aborde y enfrente la cuestión migratoria porque nuestras fronteras son las suyas), debería hacerlo como si fuera un país serio. Con todo lo que ello implica.
Gorka Maneiro, exdiputado en el Parlamento Vasco y analista político.