El mercado tiene miedo a Donald Trump. Desde que el viernes pasado el FBI dio la sorpresa de octubre al anunciar que va a investigar nuevos correos electrónicos de Clinton, el candidato ha recortado distancias y las bolsas mundiales han reaccionado de manera típica en una crisis.
La consecuencia es que suben los valores refugio tradicionales: oro, plata, franco suizo y bonos del Tesoro estadounidense. Y que baja prácticamente todo lo demás, empezando por el peso mexicano, una divisa cuya evolución en los últimos meses tiene una correlación inversa a la marcha de Trump en las encuestas, hasta llegar a la renta variable de casi todo el mundo, que también está cayendo.
Wall Street teme porque los beneficios empresariales están estancados, y porque la tibia recuperación que se inició con la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca ya va por su octavo año, lo que hace que, más pronto que tarde, tenga que perder fuelle. Pero esos temores son vagos. La cuestión concreta que ha provocado la turbulencia en el mercado se resume en tres palabras: FBI, e-mails, y Donald Trump. De hecho. Cuando el viernes el FBI anunció el hallazgo de los correos electrónicos, Wall Street cayó un 1% inmediatamente.
No hay necesidad de más pruebas para mostrar la preocupación del dinero con Trump. Aunque, si alguien quiere más argumentos, puede mirar, el índice VIX, que mide la volatilidad del mercado de futuros de Chicago. Desde que el viernes el director del FBI, James Comey, envió su carta al Congreso anunciando el hallazgo de más e-mails de la candidata demócrata, el VIX ha subido un 30%. Eso significa que el mercado da alrededor de un 20% de posibilidades a Trump de ganar las elecciones. Es una cifra aún modesta, pero que contrasta con el optimismo del gigante de la banda de inversión, Goldman Sachs, que el viernes pasado daba por hecho que Hillary Clinton iba a ser la próxima presidenta de EEUU.
A los operadores financieros les da miedo Trump por su programa, su equipo y su personalidad. El empresario tiene una plataforma política basada en el aislacionismo, y en el renacer de las fronteras tanto a las personas como a los bienes y servicios. Ha declarado que no renovará en su cargo a la presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, no por su competencia, que nadie cuestiona, sino porque es demócrata. Quiere renegociar los tratados comerciales de EEUU. Y ha dicho que no descarta llevar a EEUU a una suspensión de pagos, que sería, lisa y llanamente, el final del orden económico mundial que conocemos.
Pero además está el carácter del candidato. «Trump dice una cosa y la contraria. Es imposible saber dónde está. Y, encima, lo personaliza todo. La política y la personalidad de Trump son la misma cosa», explica a este periódico una directora de un hedgefund especializado, precisamente, en comprar activos de países en crisis. Eso añade mucha más incertidumbre. Encima, Trump y sus seguidores no se creen las estadísticas macroeconómicas oficiales de EEUU, lo que equivale a una moción de censura de todo el sistema institucional del país.
Y, finalmente está la cuestión de quién va a formar parte de equipo económico de Donald Trump. Al igual que en política exterior, el empresario no tiene el apoyo de ningún peso pesado de Wall Street, la Industria, o la Administración Pública de EEUU. Con la excepción de John Paulson, que ganó miles de millones de dólares apostando por la crisis de las hipotecas basura, y de Carl Icahn, un inversor activista especializado en presionar a las empresas en las que ha invertido, no ha recibido el respaldo de ninguna figura de las finanzas de EEUU. Es más, muchas de ellas han declarado que votaran por Hillary Clinton.
No son sólo los operadores financieros y los altos cargos de pasados gobiernos, sean éstos republicanos o demócratas. También los teóricos detestan a Trump. Esta semana, 27 ganadores del Premio Nobel de Economía han salido al ataque contra el candidato en dos cartas públicas.
Los hay de todos los tipos, ideologías, y escuelas. Neoclásicos –Robert Solow–, keynesianos–Robert Shiller–, miembros de la Escuela de Chicago que sentó las bases de las políticas liberalizadoras de Ronald Reagan y Margaret Thatcher –Robert Lucas–, defensores del uso de las matemáticas más sofisticadas y del capitalismo financiero –Robert Merton–, y de la inclusión de la psicología y de la irracionalidad en el estudio de la economía –Daniel Kahneman–.
Trump los ha unido a todos. Tanto a los Nobel «de agua salada», que son más de izquierdas y reciben ese nombre porque tienden a trabajar en universidades en las costas, como los de «agua dulce», más de derechas, y que se llaman así porque suelen estar en universidades del interior de EEUU no quieren que el candidato republicano gane. Y no han usado un lenguaje académico. Al contrario. Trump «ha engañado» y «desviado la atención del público», y ha mostrado «una profunda ignorancia e incapacidad para escuchar».
Al menos, el empresario ha logrado poner de acuerdo a Robert Lucas, uno de los grandes economistas liberales vivos en EEUU, con Joseph Stiglitz, que no oculta su admiración por Podemos, ha recibido a Pablo Iglesias en su despacho de la Universidad de Columbia, y ha celebrado un seminario con economistas de ese partido.
Las Bolsas mundiales reaccionaron ayer a la baja ante el avance del republicano. El Ibex 35 cerró la sesión con un recorte del 1,85%, lo que llevó al selectivo a perder los 9.000 enteros (8.873). Fue la plaza europea más castigada, pero no la única: Fráncfort cedió un 1,4%, París un 1,1% y Londres un 1%.
El impacto de una posible victoria del republicano sobre el mercado bursátil lo dejó claro ayer el británico Barclays en un informe que remitió a sus inversores: según sus estimaciones, una victoria de Trump frente a Clinton en la carrera por la Casa Blanca, podría llevar a una caída de entre el 11% y el 13% en el S&P 500, el principal índice de la Bolsa americana. Si es Clinton quien gana, según esta entidad, Wall Street subiría entre un 2 y un 3%.