- La culpa la tuvo Puigdemont. Como si no hubiera que diseñar un plan B por si a alguien que lleva siete años huido se le ocurriera volver a escapar
Carles Puigdemont ya está en Waterloo. O en Barcelona. O en Marsella. Él dice que está en Bélgica, pero también dijo que iba a caminar hasta el Parlament para estar en la investidura de Illa y huyó como el cobarde que tiene fama de ser. Huyó o le dejaron huir, que viene a ser lo mismo gracias al gran operativo policial que se montó para detener al prófugo. Si lo hubiera diseñado Torrente habría salido igual de bien.
La culpa la tuvo Puigdemont por no cumplir su palabra, vinieron a decir ayer los encargados de la gran obra. Como si un político cumpliera lo que promete y como si no hubiera que pensar un plan B por si –¡qué locura!– a un delincuente que lleva huido siete años se le ocurriera volver a intentarlo. Pues se le ocurrió. Se disfrazó de Houdini con un telón blanco, hizo chas y desapareció.
Utilizó un señuelo y un Honda blanco, que ya le vale a Puigdemont usar un coche japonés y no un Seat fabricado en Martorell. Hizo que los Mossos lo persiguieran mientras él se iría por otro lado, pero solo hasta que un semáforo se puso en rojo y se paró la persecución. Una escena propia de Loca academia de Policía, con un novato al volante que le pega un pisotón al freno, para desesperación de su instructor, cuando ve la luz roja del semáforo y deja escapar al ladrón de joyas. Pero esta vez no era una película.
Puigdemont entró en el país, estuvo varios días, soltó su speech y se esfumó. ¿Culpa de los Mossos? Sí. ¿Culpa del Gobierno? También. Quizás el ministro Marlaska era el único en el país que no sabía que el prófugo había amenazado con volver y a lo mejor había que reforzar el dispositivo en las fronteras para localizarlo. O a lo mejor había que ordenarle al CNI que pusiera el oído donde tenía que ponerlo en vez de sacar a los independentistas de la Directiva de Seguridad y permitir que caminen a su libre albedrío. Pero eso dificultaría la legislatura, claro.
Igual que lo haría que alguien de repente saliera a pedir explicaciones por el ridículo internacional que ha hecho el país. Pero como es agosto, mejor un baño en la playa y a esperar que se olvide, que no tardará. En dos días se hablará de otra cosa y así nos evitamos echarle el muerto al que lleva los cafés y obligarle a dimitir.