EL CORREO 26/05/14
TONIA ETXARRI
Los ciudadanos participaron algo más de lo esperado para castigar a los grandes partidos. Con una participación ligeramente superior a la registrada en las elecciones de 2009, a pesar de los agoreros que preconizaban la entronización del desapego político. Una implicación electoral del 45,7% no supone un cambio sustancial en la participación de los ciudadanos en la política. Pero, después de haber soportado la presión de la UE para que hiciéramos los deberes que tanto costó al Gobierno socialista de 2010, todo parecía indicar que los ciudadanos iban a inhibirse.
No hemos llegado al 50 %. Pero el desentendimiento no ha sido para tanto. El descontento se ha canalizado por la izquierda, con la irrupción de Podemos que, encauzando todas las protestas de los movimientos ciudadanos, se ha beneficiado, como le ha ocurrido a Izquierda Unida, del descalabro de un partido socialista que protagonizó una campaña dirigida a minar al contrario, sin ofrecer un proyecto propio. Una campaña tan superficial en la que prefirió aparcar su programa para tirar del ovillo del machismo atribuido a Miguel Arias Cañete, pero que al final no ha influido en el comportamiento de su electorado. Después de más de dos años de gobierno del PP, Rajoy sabía que se examinaba en esta cita electoral. Y las urnas han castigado a los grandes. Al PP y al PSOE.
Al Gobierno del PP, que ha perdido nada menos que ocho escaños (entre ellos, el de Iturgaiz) recuperados en parte por UPyD y Ciudadanos. Y al liderazgo de Rubalcaba, con nueve diputados menos, en un partido que se ha paseado por los mítines rodeado de extraños compañeros de viaje: con Schulz, el alemán que había felicitado al Gobierno de España por sus reformas; con Valls, el ministro francés recortador por excelencia y que ha sufrido una debacle memorable en su país. Y con Felipe González, partidario de la gran coalición en España. Los socialistas, con la pérdida de esos nueve escaños, y con la crisis aparcada en Cataluña después de la dimisión de nueve dirigentes del PSC, sólo tienen los resultados de Andalucía como referente electoral.
También para Iñigo Urkullu estas elecciones suponían cierta reválida porque eran las primeras a las que hacía frente desde el timón de Ajuria Enea. Pero, a diferencia del PP, el PNV se presentaba diluido en una alianza compartida con CiU, gallegos y canarios y, por lo tanto, los resultados no reflejan de una manera tan directa el apoyo real del electorado a cada una de las fuerzas.
Y ese resultado desigual se ha podido comprobar en esta alianza nacionalista. Porque si CiU, superada en Cataluña por ERC, ha sido capaz de mantener su representación, ha sido gracias a sus socios, entre ellos, el PNV. El partido de Urkullu ha podido mantener el tipo. Ni el desgaste ni la crisis económica ni los mensajes racistas del alcalde de Sestao ni el escaño para Bildu han hecho tambalear su consolidado apoyo electoral. Pero, a partir de hoy, la política en clave doméstica nos recuerda que el PP sigue teniendo su mayoría absoluta en el Congreso y el PSOE, sus 110 escaños. La irrupción de los nuevos grupos políticos en la Eurocamara son un aviso para que los partidos tradicionales cambien, pacten y se acerquen más al ciudadano.