ESPERANZA AGUIRRE, ABC 03/03/14
· El afán por cambiar el pasado (ya los antiguos griegos sabían que los dioses lo podían todo, excepto, precisamente, eso: cambiar el pasado) lo podemos encontrar hasta en los más nimios detalles de todo lo que roza el mundo de fantasía de los nacionalistas.
En mayo de 1945, justo cuando terminaba la II Guerra Mundial en Europa, George Orwell redactaba un ensayo con el título «Notes on Nationalism», que publicó en octubre de ese mismo año.
El autor de «1984» demuestra en ese interesantísimo ensayo su característico espíritu crítico, su inmensa capacidad para detectar cuáles son los enemigos de la libertad y su indiscutible valentía para denunciarlos.
Allí escribe: «Todo nacionalista vive obsesionado por la creencia de que el pasado puede ser alterado. Pasa parte de su tiempo en un mundo de fantasía en el que las cosas suceden como debían haber sucedido (…) y transfiere fragmentos de ese mundo de fantasía a los libros de historia cada vez que puede». Y un poco después añade: «Si uno alberga en algún lugar de su mente una lealtad o un odio nacionalista, algunos hechos, aun siendo ciertos, le resultan inadmisibles».
Son admirables la brillantez y la precisión con que, hace casi setenta años, Orwell nos describe esta peculiar forma de relacionarse que tienen los nacionalistas con la Historia.
Nosotros, los españoles de hoy, tenemos cada día demostraciones evidentes de lo que señalaba el genial escritor británico, uno de los más agudos y profundos analistas del ascenso de los totalitarismos en el siglo XX. Un buen ejemplo lo fue, sin duda, aquel coloquio que hace poco organizó la Generalitat de Cataluña con el nada imparcial título de «España contra Cataluña».
Pero este afán por cambiar el pasado (ya los antiguos griegos sabían que los dioses lo podían todo, excepto, precisamente, eso: cambiar el pasado) lo podemos encontrar hasta en los más nimios detalles de todo lo que roza el mundo de fantasía de los nacionalistas, según anunciaba Orwell. Y a este respecto es muy aleccionador lo que en las últimas décadas ha ocurrido con el escudo de Guipúzcoa, que creo que, aunque parezca un asunto menor, merece la pena conocer.
El escudo de Guipúzcoa desde 1513 hasta 1990 estaba formado por tres árboles sobre unas olas de plata y azul, la imagen de un rey sentado en su trono y doce cañones. La imagen del rey está en el escudo desde 1466 y, según dicen los especialistas en heráldica, representaría a alguno de los reyes de Castilla que tuvo especial relación con Guipúzcoa, quizás Alfonso VIII o Enrique IV, que era el monarca que reinaba cuando se añadió la imagen regia al escudo. Los doce cañones se añadieron en 1513 por decisión de la Reina Juana la Loca en conmemoración de la batalla de Velate. En esta batalla o escaramuza, que tuvo lugar en el puerto de igual nombre a finales de 1512, los guipuzcoanos, fieles a Fernando el Católico, atacaron a las tropas franco-navarras que se retiraban después de haber fracasado en su intento de conquistar Pamplona, que, con la Navarra del sur de los Pirineos, ya se había incorporado plenamente a la Corona de España. En Velate los guipuzcoanos, entusiastas defensores de los intereses del Rey Católico, provocaron la fuga de las tropas enemigas y se apropiaron de unos cuantos cañones.
Aunque durante quinientos años los guipuzcoanos hayan tenido esos cañones en su escudo, los nacionalistas de nuestro tiempo no pueden tolerar que la realidad les estropee su fantasía. Para ellos, que quieren demostrar que Navarra es parte indisoluble de su País Vasco mítico, el hecho de que los guipuzcoanos atacaran a la facción de los navarros que no estaban de acuerdo con la unión de Navarra a España les resulta insoportable. Y que el escudo lo recordara constantemente, aún más insoportable.
Por eso, en 1990 eliminaron los cañones del escudo. Y ya puestos a eliminar, en ese mismo momento también eliminaron la imagen del rey, aunque llevara aún más años en el escudo de Guipúzcoa. Porque mantener a un rey de Castilla en el escudo de Guipúzcoa es reconocer la secular e íntima relación de la provincia vasca con el resto de Castilla y de España. Y ya se sabe que la fantasía nacionalista se sustenta en el mito de que los vascos –guipuzcoanos incluidos– han pasado siglos resistiendo a los invasores españoles que les han oprimido con saña y crueldad.
La desaparición de los cañones y del rey del escudo de Guipúzcoa pone de relieve las curiosas relaciones que los nacionalistas tienen con la Historia. Y hay que decir que en este afán por cambiar el pasado coinciden los nacionalistas con los comunistas, que nos han dejado episodios tan siniestros como la eliminación, por orden de Stalin, de la imagen de Trotsky de las fotos en las que aparecía junto a Lenin, o de la imagen del recientemente fallecido Huber Matos de las fotos en las que estaba junto a Fidel Castro.
Todos son buenos ejemplos de cómo construyen las fantasías en las que quieren vivir y cómo cultivan su creencia de que el pasado puede ser alterado según su voluntad, como magistralmente explica Orwell.
ESPERANZA AGUIRRE, ABC 03/03/14