Tonia Etxarri-EL CORREO

El desafío del ‘Open Arms’ pone al descubierto las contradiccionesdel líder del PSOE

De todos los problemas que se nos han ido acumulando este verano (las violaciones en grupo, los crímenes contra las mujeres que se han llevado por delante a sus hijos, la inseguridad en nuestras calles, los primeros síntomas de recesión económica o la incapacidad política para formar gobierno), la angustiosa espera de los refugiados a bordo del ‘Open Arms’ se ha convertido en una prueba de fuego para Pedro Sánchez. Son 160 inmigrantes los que esperan, frente a la isla italiana de Lampedusa, que algún Gobierno europeo les permitan desembarcar. Uno de los conflictos que más le incomodan a Sánchez. Por tratarse de un problema humanitario ante el que ha dado un giro copernicano en cuestión de un año. Ante la falta de coordinación en la UE, el desentendimiento generalizado y el pulso de descarte en el que se han enzarzado los gobiernos de Italia y España, hasta el lehendakari Urkullu se ha ofrecido para acoger a los rescatados en el Mediterráneo central. Proponiendo una distribución por comunidades autónomas. Como el Ayuntamiento de Barcelona. También Valencia. O Quim Torra, incluso.

Pero así, con parches, no se resuelven estos problemas. No existe un mecanismo automático de reparto de refugiados e inmigrantes, tal como han solicitado en numerosas ocasiones las ONG implicadas. Así es que, con cada crisis de flujo migratorio, da la impresión de que se vuelve a empezar de cero en la Unión Europea.

Pedro Sánchez, mientras hace su campaña presionando a todos los partidos políticos para que le dejen quedarse en La Moncloa, se enfrenta a un problema de doble dimensión. La doméstica, por haber dado un giro de 180 grados en su política migratoria. Y la europea, desde donde se le ha aclarado ya que Bruselas no tiene competencias en materia de inmigración. Que son los Estados (el español en este caso) los que deben solicitar a la Comisión Europea que coordine la distribución entre los países que se ofrezcan voluntarios. Ahí está el nudo ‘gordiano’ si lo que se quiere es traspasar las responsabilidades a otras instancias más lejanas.

La incertidumbre se palpó a partir del momento en el que el actual presidente en funciones cambió de criterio. El Sánchez que se colgó la medalla de la acogida a los refugiados del ‘Aquarius’ hace tan solo un año tiene ahora otras necesidades. «Haber salvado la vida de 630 personas hace que valga la pena dedicarse a la política», dijo entonces, recién estrenada su condición de presidente provisional, gracias a la moción de censura en la que le apoyaron populistas e independentistas.

Pero sus cálculos han cambiado en un año. Está en plena campaña. Necesita dar una imagen capaz de captar apoyos (y votos) más allá de los identificados con la izquierda populista de Podemos. «No somos el puerto más cercano ni el más seguro», dicen ahora desde La Moncloa. Una actitud que le ha llevado a mantener un explícito enfrentamiento con los responsables del ‘Open Arms’, que optaron por socorrer a los huidos frente a las costas libias. Les había negado el permiso para navegar y realizar búsquedas activas de salvamento desde el pasado mes de enero. Y lo tuvo inmovilizado alegando que estaba incumpliendo convenios internacionales. Pero el buque, en junio, salió por su cuenta a buscar fugados en apuros. Y desde entonces, esta ONG mantiene un pulso con el Gobierno (al que califica de «marioneta») cuyo desenlace no se puede aventurar. Hace tres años Manuel Valls dio en la llaga con una frase que, si la hubiera pronunciado un representante del centro derecha, habría sido tachado de racista, por lo menos. «Europa no puede acoger a todo el mundo». Es un argumento irrebatible. No se puede dejar morir a los seres humanos manipulados por las mafias, cierto. Pero tendrán que acertar en combatir el origen del problema. Sánchez ha cambiado. Independientemente de que la acogida del ‘Aquarius’ hubiera provocado un ‘efecto llamada’ ahora sabe que no se puede dejar la política de inmigración en manos de las ONG. Ni de los rebeldes sin causa.

El gesto de Richard Gere ha provocado no pocas chanzas por haber dejado en su visita al barco un poso de frivolidad que poco habrá ayudado a la resolución del problema. Hasta ahora la Unión Europea ha fracasado. Sus dirigentes tienen que abordar la regulación. Si se limitan a recoger a los que huyen de la injusticia y la miseria, tan solo estarán haciendo la segunda parte del trabajo de los traficantes de personas.