EL CONFIDENCIAL 17/10/13
JAVIER CARABALLO
Que no existe. La mayoría silenciosa de la que tanto se habla, la mayoría silenciosa que siempre se espera, la mayoría silenciosa que se opone a la independencia, esa que, según dicen, no sale a las calles pero que conforma la única mayoría social de Cataluña. Que no. Que nadie se llame a engaño, porque esa mayoría silenciosa no existe. Por eso no llena manifestaciones, por eso no se percibe en las encuestas, por eso no engorda asociaciones, ni irrumpe en las redes sociales. No existe en Cataluña una mayoría social que se oponga a la independencia, y seguir invocando ese concepto vacío sólo conduce al autoengaño o a la frustración de una espera que nunca se verá satisfecha.
El empresariado catalán, por ejemplo. Hace unos días, en el reposo de una sobremesa, uno de los empresarios más influyentes de España expresaba su perplejidad por el silencio de los empresarios catalanes. Sencillamente, no lo entendía. Ese tipo, como líder de un grupo empresarial que desde hace años contempla las inversiones en España sólo como una parte más de los intereses comerciales que despliega por medio mundo, no acaba de comprender que, de repente, todo un pueblo se ponga detrás de una bandera de independencia que los hará más pequeños, más dependientes, más limitados. «En todo el mundo, en todos los campos, la obsesión consiste en buscar sinergias y crear masa crítica, y en vez de avanzar en esa dirección, alguien se pone a caminar en sentido opuesto y todos acaban siguiéndolo. ¿Quién lo entiende?».
Nadie lo entiende, claro, sobre todo porque todas las explicaciones que se buscan se agotan en sí mismas. Justificaciones baldías. Se puede hablar del radicalismo populista de Esquerra, de la huida hacia delante de Artur Mas, de las consecuencias de varias generaciones de jóvenes catalanes educados en el desprecio a España… Se pueden ir sumando todos los factores que se quieran en este sentido, pero lo que ninguno de ellos podrá explicarnos, ni siquiera contemplados en su conjunto, es cómo ha sido posible que el deseo de independencia se haya hecho mayoritario.
Que los radicales cierren los ojos ante las consecuencias de la independencia se puede entender, pero cómo es posible que los sectores más influyentes de la sociedad catalana hayan acabado asumiendo los mismos postulados. Y, en el mismo sentido, cómo ha sido posible que las clases populares más humildes, los cientos de miles de catalanes que provienen de la emigración de otras regiones, hayan terminado aceptando que es España la que les roba. Abuelo emigrante, nieto independentista.
¿Quién lo entiende? Desde luego, este tipo, que ayer estuvo con inversores en Nueva York y que mañana se marcha de viaje a Qatar, no se lo explica. Y en la sobremesa detalla el relato de inconvenientes conocidos: la negativa expresa de la Unión Europea de aceptar como nuevos miembros a países que pongan en riesgo su propia unión; las dificultades de una Cataluña independiente y aislada para acceder a los mercados financieros; la caída del comercio catalán con el resto de una España agraviada; la huida hacia otras ciudades de las sedes sociales de algunas grandes empresas, muchas de ellas catalanas; el aumento de la tensión social, familiar, entre catalanes…
Es tan contundente, tan repetido, el catálogo de inconvenientes para la independencia que lo único que no logra explicarse este dirigente empresarial cuando discute con sus colegas catalanes es cómo es posible que no hayan salido en tromba todos los empresarios catalanes a negarse a la deriva independentista. Sólo el presidente de Planeta, José Manuel Lara, ha elevado la voz para decir lo que ningún otro empresario catalán: «Llevamos más de un año hablando con ruidos y tambores, (…) pero la independencia es imposible y lo saben todos».
Si aceptamos el razonamiento de Lara, cabe aún preguntarse a continuación si «lo saben todos» y todos se callan por miedo o por no verse ‘señalados’, -esa terminología de otros tiempos- o si, por el contrario, lo saben todos y todos deciden embarcarse en la aventura independentista a sabiendas de que es imposible. En los dos casos, las respuestas dicen muy poco de una sociedad como la catalana y levantan enormes incógnitas para el futuro.
Claro que existe también una tercera explicación: todo el mundo sabe de la dificultad extrema de la independencia, pero por algún motivo todos han llegado a la conclusión de que el proceso soberanista, aunque ningún dato lo avale, acabará beneficiando a Cataluña. Ningún empresario invertiría en una empresa en la que todos los informes que solicite lo desaconsejan, y podemos entender que el empresariado catalán ha dado sobradas muestras a lo largo de la historia de prudencia en la administración de sus dineros, pero en este cruce del camino han reaccionado de manera diferente.
De ahí la perplejidad de este hombre cuando, al acabar su charla con el empresario catalán, escuchó su razonamiento final. «Sabemos de las dificultades a corto y medio plazo, pero la independencia de Cataluña será buena para nuestros nietos«, replicó el empresario catalán a su colega que tiene la sede de una multinacional en otra parte de España. ¿Quién lo entiende? Quizá ya no se trata de eso, la cuestión es que ya no hacen falta más palabras para entender que si hasta los empresarios catalanes, pese a la evidencia, han llegado a la conclusión de que la independencia es un proyecto de futuro, haremos bien en pensar que el desvarío ya ha tomado cuerpo social y es mayoritario. Así que, al menos de momento, dejemos de hablar de una vez de la existencia de una mayoría silenciosa en Cataluña contraria a la independencia. Porque no existe.