ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC 07/01/13
El asesino Bolinaga comiéndose el turrón en casa, mientras las familias de los guardias civiles a quienes robó la vida lloraban por sus seres queridos.
Cuando publiqué en el año 2003 «Los Años de Plomo» (Memoria en carne viva de las víctimas), dediqué el libro a «los olvidados». Decía yo en la introducción de esa obra, destinada a recoger diez testimonios desgarradores: «Fueron años de sangre, violencia y claudicación frente al terror, en los que el miedo se abatió sobre las conciencias y una amnesia tan deliberada como colectiva relegó al olvido el profundo sufrimiento de las víctimas, abandonadas a una suerte casi siempre mísera. Fueron para esas personas tiempos de soledad e injusticia, de vergüenza sobrepuesta a la impotencia, tiempos en los que los depredadores etarras ocuparon los desvelos de los responsables políticos y los escaparates mediáticos, mientras sus presas eran relegadas a los desvanes más inhóspitos de una sociedad que prefería volver la vista hacia otro lado antes que afrontar la taladrante mirada de una viuda, una madre o un huérfano del terrorismo. ¡Y sabe Dios que eran muchos!».
Ha pasado una década desde que vio la luz esa recopilación de relatos representativos de la agonía que padecieron quienes tuvieron la desgracia de toparse con la serpiente etarra antes de que, a mediados de los noventa, el Gobierno de José María Aznar, con Jaime Mayor como ministro del Interior, pusiese fin a la iniquidad que había presidido hasta ese momento el trato de esta España ingrata hacia quienes habían pagado el más alto precio por asegurar sus libertades. Una década solamente, durante la cual la bestia terrorista ha derramado mucha más sangre inocente. Pero por extraño que pueda parecer, por incomprensible e inaceptable que resulte para cualquier ciudadano de bien, lo que escribí en aquél entonces, convencida de estar narrando la crónica de un pasado sombrío que jamás volvería a repetirse, está sucediendo otra vez. Han bastado unos meses sin atentados, unos cuantos comunicados ambiguos y la esperanza de una «paz» tan incierta como indigna para que se repita la Historia de aquellos Años de Plomo y desde el poder se traicione nuevamente a las víctimas.
«Tiempos oscuros de ceguera y de mordaza» —afirmaba yo en la primera página de ese libro, que me hizo derramar lágrimas amargas por la crudeza extrema de lo que en él se cuenta. Lo mismo que ahora. Idéntico empeño en no mostrar la realidad por parte de quienes tienen capacidad para señalar e igual determinación de tapar las bocas incómodas, aunque haya cambiado la manera de hacerlo. En lugar de matarlas de hambre, se las embucha a fin de que callen. Para eso se encargó el Ejecutivo socialista, durante la época de bonanza económica, de corromper con dinero o favores políticos a casi todas las asociaciones cívicas surgidas espontáneamente, hasta hacerlas desaparecer con la única excepción del maltrecho Foro de Érmua. Y las que se salvaron de aquella ofensiva sucumbieron a la posterior del PP.
De modo que hoy son obligadas a soportar el peso abrumador de ese plomo las víctimas, agrupadas en la AVT, con la valiente Ángeles Pedraza a la cabeza, aguantando escarnios incalificables como los sufridos esta Navidad: El asesino Bolinaga comiéndose el turrón en casa, mientras las familias de Mario Leal Vaquero, Antonio López y Pedro Galmares, los guardias civiles a quienes robó la vida, lloraban por sus seres queridos. De Juana Chaos, sanguinario terrorista huido de la Justicia, celebrando el nacimiento de su hijo en Venezuela con total impunidad. Y el líder del PP en Guipúzcoa, Borja Semper, diciendo que «el futuro se tiene que construir con Bildu».
ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC 07/01/13