Ya nadie los llama campesinos. Ahora son agricultores. Detrás de ese cambio nominal se esconden apenas 50 años de una sociedad que sustituyó la tracción animal por la mecánica, pero ellos siguieron siendo los mismos. Muchos menos, pero con características similares. Y los que quedaron por querencia o por obligación se hicieron socialmente invisibles para la inmensa mayoría de la población. Los retiramos de los medios de comunicación, convertimos los pueblos en residencias para urbanitas acomplejados y se quedaron como reserva oculta de la nueva cultura del consumo; los productos gourmet de la cocina basada en un descomunal valor añadido.
El trigo baja y el pan sube. Hemos construido un mundo fantasioso donde lo más difícil es saber lo que comemos si no tenemos al lado a un camarero que recita el menú como quien lee un poema modernista.
La alimentación común hoy debe ser elaborada de tal modo que esquive cualquier connotación del producto que la sustenta
El espeso silencio sobre los agricultores de productos frescos y los ganaderos acosados por insaciables comedores de carnes selectas. En nuestro mundo todo debe ser etiquetado, como si eso fuera garantía de autenticidad por más que sepamos que la trampa empieza ahí, en la sofisticación de un truco susceptible de alterarse a voluntad. ¿Conocen ustedes el sistema para saber si un huevo es fresco o está caducado? Necesitarían un curso numérico. Si alguien se refiere a la casquería tendría que empezar por un diccionario de palabras canceladas que le explicara de qué va. Los de mi quinta comimos hígado, lengua, tripa…no digamos ya caza mayor o menor, y mucho pan. Decirlo hoy provoca espasmos, como si se tratara de ancestros bárbaros y hambrientos. La alimentación común hoy debe ser elaborada de tal modo que esquive cualquier connotación del producto que la sustenta. Eso es válido desde la siembra hasta las viandas.
Han nacido filosofías pedestres sobre la bondad de los vegetales, que al parecer reducen la agresividad. Hay brujos digitales que explican cómo la alimentación cambia la conciencia; una teoría para consumidores hastiados. A la lista de ilustres vegetarianos como Kafka siempre nos olvidamos de Hitler, un vegano radical. Quizá se mezclen muchos elementos en el actual desdén hacia los agricultores que tiene su principal característica en que jamás debe hacerse explícita sino soterrada. No he cazado en mi vida y visité la primera granja de pollos que se instaló en mi Oviedo natal, sin embargo durante el bachillerato de entonces nos hacían desfilar ante la recién instalada planta de Coca-cola, como si se tratara de instruirnos sobre el futuro que nos esperaba. No dejaba de ser simbólico que la pollería y la envasadora fueran vecinas, pero a la de pollos no nos llevaban. El mercado es un ente que ni acierta ni se equivoca, sólo atiende y se muestra. ¿Acaso no se han preguntado por qué de un tiempo a esta parte no hay actividad económica que no se exhiba en ferias internacionales? Desde los coches a las armas letales.
Los agricultores se rebelan contra su obsolescencia programada por la industria transformadora. Si trabajan a pérdidas y han de subsistir gracias a las subvenciones es difícil entender por qué los precios de consumo se disparan
Los agricultores se rebelan contra su obsolescencia programada por la industria transformadora. Si trabajan a pérdidas y han de subsistir gracias a las subvenciones es difícil entender por qué los precios de consumo se disparan. Es un círculo letal que acaba con el abandono del más débil, pero con la paradoja de que sin agricultura ni ganadería la sociedad no sobrevive. De ahí que se vaya exprimiendo el limón hasta que explota, y el mundo agrícola y ganadero ha reventado de ninguneo. Si no fuera porque votan en las elecciones, el funcionariado comunitario ya los hubiera borrado; con mantener un sector primario pequeño y muy tecnificado, algo que se pareciera a la artesanía para alimentar al consumo gourmet, ya tendrían suficiente. El detalle de que la primera ayuda a la Ucrania invadida no fuera tanto la política como la inmediata concesión de cero aranceles para que su inmensa producción agrícola y avícola arrasara en los mercados europeos, dice mucho del papel residual que tiene el sector primario en la complejidad de la geopolítica de la Unión Europea.
El arco parlamentario español al completo, desde Sumar a Vox, dice compartir las preocupaciones del campo. Una descarada manifestación del doble lenguaje, porque todos están por la labor de achicar el campo; les resulta caro y molesto. Comparen la preponderancia de las organizaciones sindicales en nuestros medios de comunicación y compárenlos con las organizaciones agrarias –ASAJA, COAG, UPA– que a duras penas logramos saber qué significan y cuáles son sus tendencias, si son instrumentos políticos, tejidos de intereses o medios de defensa del submundo campesino. Aquí se ha dictado doctrina y consiste en que lo más notorio del campo son los pueblos vaciados. Somos herederos de los antiguos destripaterrones y eso no hace bien en los currículos; asignatura cancelada salvo para la literatura evocadora, muy prolífica en los últimos años. La literatura, pobre o brillante, trata de cubrir los huecos del desamparo y la perplejidad.
La actividad agraria ocupa apenas el 2% del PIB, ese carnet de identidad nacional. Para los poderes reales es demasiado, aunque tengan buen cuidado en no explicitarlo. Lo que se trapichea con Marruecos -ese secreto de Estado bien guardado- se parece al de la Unión Europea con la agricultura ucraniana. Los llamados estándares fitosanitarios y de producción no tienen comparación con los existentes fuera de la Comunidad, y el mercado, ese atento mirón, escoge entre lo que ve, lo más barato. Las cadenas de distribución tienen beneficios suculentos y los agricultores siembran a pérdidas; se vende por debajo de los costos. Por si fuera poco, cada paisano, agricultor, tractorista o matarife habrá de llevar “un cuaderno digital” a partir de agosto. Sembrarán poco, pero aprenderán tecnología para que los responsables de las Administraciones sepan en qué se empeñan sin necesidad de acercarse a mirar, preguntar y corregir.
El personal empoderado no compra tomates; se los sirven sin saber si son “bio” o tradicionale
Frente a un futuro tenebroso pero muy verde y con el bienestar de los animales garantizado por ley, la gente del campo es consciente de que está ante su penúltima pelea por la supervivencia. Imagino que el nuevo relato sobre “el patriotismo del tomate” debe de resultarles como un chiste macabro. Comisiones Obreras echa a faltar reivindicaciones salariales, como si los tractores los condujeran los dueños de la finca. El personal empoderado no compra tomates; se los sirven sin saber si son “bio” o tradicionales. Cuando le preguntaron al chef Pedro Subijana qué haría si a su estrellado restaurante le viniera un cliente pidiéndole un huevo frito, tuvo una respuesta que resume la sociedad dominante y el meollo del asunto: “le diría que no se lo voy a servir, porque carece de valor añadido y no podría cobrarle”.