Santiago González, santiagonzalez.wordpress.com, 15/9/12
Nos fascinan los malos, son personajes extremos y, por eso, en el fondo, tranquilizadores, porque sabemos que son excepcionales o inexistentes, como los dragones y los gamusinos. Pero el mal es más ridículo y más inquietante, como nosotros. Es el mal que llena los periódicos de noticias y que no lo ocasiónan personajes fascinantes. Nuestro mal es otra cosa, nuestro lado oscuro no se parece a Mr. Hyde, nuestros instintos ocultos más elementales tienen poco que ver con pulsiones sexuales, con poder o violencia. El lado oscuro no es tan fascinante. En serio, no vendemos nuestra alma al gregario por algo que merezca la pena. Todos entendemos que alguien la venda por, por ejemplo, tener todas las mujeres que desea. Y lo que es más difícil, no tenerlas cuando no las desea. No entiendo por qué la literatura ha contado, en tantos casos, que el precio que el diablo pagaba por las almas fuese tan elevado. Y tan magnifico. Yo veo que cada día la gente regala toda su individualidad en una chorrada, y tan frescos. Nuestra maldad es gris, mediocre y tontaina, principalmente. Desengáñense, Nuestro reverso no es Mr. Hyde, ya nos gustaría.
Principalmente somos malos por miméticos y casi siempre por gregarios por comportarnos siguiendo la lógica de la pertenencia. Me refiero al tipo de maldad de “los otros malos”. La misma persona que puede patear a un vagabundo ciego y quemarlo vivo porque lo hacen sus amigotes es capaz de ayudarle a cruzar la acera si ve señales de que a los demás les va a dar por ahí. Y por supuesto el que más le patea o el más atento en ayudarle, el que más sigue las reglas del grupo es el más debil y necesitado de aceptación. Tal vez porque es nuevo en el grupo o tiene algún déficit identitario a la hora de cumplir las reglas de pertenencia del grupo y tiene que compensarlo de algún modo.
Pachi López no odia a Rajoy cuando le ladra en el funeral de Isaias Carrasco, ni cuando dice: “Yo soy megatolerante, mire usté, en mi cuadrilla hay de todo, violadores, asesinos, pederastas, y hasta un dantzari, pero ninguno del PP.” En estas afirmaciones lo único que está haciendo es revelarnos el secreto de su personalidad: es un debilucho necesitado de reconocimiento gregario. De Juana Chaos no odiaba a los Guardias Civiles que asesinó, simplemente amaba al Nosotros en el que quería integrarse y como su orden de valores había sido invertido por una pertenencia tribal y su déficit de identitario era de órdago, porque hasta entonces había sido nieto de militar, hijo de falangista, de Fuerza Nueva y de apellido gallego, no le quedaba otra que ganarse la aceptación de un modo radical y definitivo. Olvido hormigos no está realmente siendo malvada cuando se revuelve y acusa al PP de filtrar sus pajas. Ese comportamiento aburdo y en apariencia malvado viene determinado por su pertenencia instintiva. Su maldad no es racional, es sólo pertenencia. En estas tres personas hay algo del zombi y del ultracuerpo. Los comportamientos de los tres no tienen ningún misterio, son los elementales que ejecutan los miembros de cualquier pertenencia.
Todos tenemos un conocimiento básico de estos comportamientos y de las reglas de pertenencia que los ocasionan, aunque no sepamos verbalizarlo porque la ilustración, violando su propio espíritu, no ha creado el lenguaje para desenmascararlos, y no lo ha hecho porque niega la pertenencia, el gregarismo y el mimetismo. Por eso el hombre ilustrado no se entiende a sí mismo, porque se engaña sobre su propia naturaleza. Por pura vanidad se autoexplica falsamente por una razón individualista para revalorizarse a sus propios ojos.
La ilustración no se ha preocupado en estudiar el funcionamiento del mimetismo. Al revés, lo ha ocultado, incluso ha creado un lenguaje autojustificante y esotérico lleno de tautologías con la única intención de ocultar una parte importante de la naturaleza del hombre que le asusta porque contradice sus premisas. Cuando uno habla de cultura, en el sentido multicultural posmoderno, está hablando de mimetismo. Es obvio que en un entorno que llamamos “cultural”, un ambiente, o un subambiente, en el que todos hacen lo mismo, comen marmitaco o chupan la sangre de las cabras, llevan boina o turbante o sombrero de copa, se anillan las orejas, se destrozan la espalda en señal de saludo o se colocan un plato en el labio inferior… es porque existe en el ambiente un factor controlante, un mecanismo no escrito de coordinación invisible que uniforma los actos de cada uno de sus miembros y que garantiza esos asombrosos comportamientos miméticos. A ese mimetismo se la llama cultura, y se la sacraliza y la gente se define a sí misma en base a él.
Si los individuos estuvieran aislados harían cosas diferentes, no podrían imitarse unos a otros y desarrollar un comportamiento tan homogéneo. Pero ¿cuál es ese “factor controlante”?¿Quién lo controla? ¿Se puede manipular? Y, si se puede, ¿cómo se planifica una cultura controlante?
Una cultura es un orden social, un conjunto de conductas que se aprenden por imitación y se convierten en hábitos. Las costumbres no son otra cosa que las conductas habituales de un “pueblo”. Y eso que llamamos Tradición es un mecanismo que estandariza los comportamientos y garantiza un mimetismo regional básico y, de paso, mantiene una jerarquía. Sobre todo esto último. Básicamente ésto es la cosa esa que se sobrevalora y se autodenomina “cultura”, hábitos repetitivos a través de la historia, una serie de banalidades que garantizan comportamientos miméticos y que crean ése sentimiento de pertenencia tan ridículamente religioso.
¿Hay alguna forma de controlar ese mimetismo y ponerlo a trabajar a tu favor, el tuyo o el de una pequeña élite? Y si la respuesta es sí – que lo es – cómo hacerlo, cómo funciona el mimetismo? ¿quién utilizará esta tecnología del Nosotros, y con qué fin? ¿Podría un grupo hacerse con el control de toda una sociedad? ¿Cómo?
Para estudiar la naturaleza de algo lo mejor es estudiar sus transformaciones. Para entender la identidad real de Mr. Hyde no hay otra que cazarle en el momento en el que se transforma en Mr. Jekyll. El País Vasco es el paraiso para la observación del mimetismo y para desentrañar los mecanismos identitarios por la sencilla razón de que akiaki la tradición es falsa, las costumbres milenarias apenas tienen un par de días. En el País Vasco sabemos porque lo hemos visto que se puede llamar esencialismo a una novedad, costumbre a lo que es moda y planificar toda una nueva cultura controlante que instaure un nuevo mimetismo. Es obvio que akiaki el mimetismo está siendo trucado. Estamos en pleno momento de transformación, tenemos la identidad en pelotas. y es ahora cuando el funcionamiento de la identidad y sus elementos, el mimetismo, la banalidad y la pertenencia, mejor pueden ser estudiados.
Nuestra capacidad para la copia puede ser manipulada. El País Vasco es fácilmente detectable una especie de telepatía gregaria que conduce a los ciudadanos de forma que todos saben lo que tienen que hacer en cada momento a partir de las instrucciones que reciben de un entorno trucado. Los zombis porque son institivos básicos, los ultracuerpos, porque son una suerte de robots interesados y cómplices que reconocen en esta nueva moda llamada “tradición” el programa de ascenso y saqueo que están diseñados a seguir. Desconfío de todo aquel que ha ascendido y le ha ido bien en un entorno de un mimetismo tan servil e inmoral como el vasco. Y los líderes y su sanedrín por razones obvias, porque el objetivo fundamental de esta identidad de ikea es garantizar la misma estructura social de siempre.
Existen sistemas dedicados a erradicar la individualidad humana y negar a los individuos el derecho a su propia vida. Esto son las identidades. La identidad es una forma de gobierno. Toda identidad tiene su líder, su sanedrín, sus ultracuerpos y sus zombis. En toda identidad hay una jerarquía. Incluso, lo hemos visto en el siglo XX, una identidad que se pretende basada en la igualdad se jerarquiza y estructura por aquellos que administran la igualdad.
La banalidad (no podía pasar sin decirlo) juega un papel político fundamental en toda identidad. La Comunidad se representa con la banalidad y el que la practica crea la Comunidad. La banalidad tiene una función muy importante, es la encargada de activar el instinto de pertenencia y garantizar los comportamientos miméticos. Aunque pretendamos lo contrario, la banalidad tiene una función cultural para la autoidentificación de los nacionalistas. Es a partir de la banalidad como se truca la percepción que el ciudadano tiene de cuál es la mayoría.
La Revolución Banal diseñada por la elite consiste en la continua reorganización de lo superficial. La nueva “tradición” de diseño produce una incesante movilidad que ejerce su influencia sólo sobre cuestiones estéticas. Modificando la banalidad gestionan el instinto de pertenencia y someten a la población. Porque, en realidad, esta revolución permanente es sólo un método de control litúrgico. Los códigos de pertenencia cambian para seguir funcionando como tales. Porque sin el cambio perpetuo el rito se convertiría en rutina y perdería su función. Así se mantiene a las personas en su estado mimético y esclavo. Por supuesto que la función última de esta revolución es que la estructura básica de la sociedad no cambie y que los ciudadanos continuen siendo vascos de piscifactoría dando vueltas en un círculo que llaman Historia milenaria, que no es más que un cuento chino que rima con Sabino.
Esta elite así se asegura que nadie desarrolla pensamientos individuales, porque mantenerlos sin pensar, agotados, sintiéndose parte de un falso todo creado por ellos, es el objeto fundamental de la narrativa negra que les coordina como comunidad. Y nada mejor que tenerlos todos los días con la lengua fuera persiguiendo la zanahoria de la pertenencia, cuyas reglas van cambiando sin ton ni son, porque la fúnción última de la Revolución Banal es mantener la estructura social del mimetismo e impedir que el hombre crezca como hombre. “Revolución” no, es justamente lo contrario. En el País Vasco Mr. Jekyll no se transforma en Mr. Hyde, es justo al revés, a un Mr. Hyde tontaina no le dejan convertirse en Mr. Jekyll.
La revolución banal sostiene todo el sistema de control identitario y el miedo a no pertenecer garantiza el mimetismo. La consecuencia de esta ingenieria social con armas banales es la automatización de las actitudes, la esclavitud invisible del individuo. Tales personas son animales domesticados por elección (de ellos mismos) y con su consentimiento. Porque en el fondo no somos tan zombis, todos sabemos lo que estamos haciendo cuando nos asimilamos. Por eso el que lo practica está contribuyendo a crear la cárcel que le somete y, además, me repito, impididendo al hombre crecer en la cosa esta de ser hombre. Pero no lo reconocerán, porque todavía hay algo que hace más idiota al hombre que ese mimetismo que sacralizan algunos denominándolo “cultura”, ese algo es la creación más perversa del racionalismo, el disfraz racional de la pertenencia: la coherencia.
* Dedicado a mi admirado Belosti, para que vea que igual se quedó corto con lo de Ostinato.
Santiago González, santiagonzalez.wordpress.com, 15/9/12