FRANCESC DE CARRERAS-EL CONFIDENCIAL

  • Los políticos nacionalistas se empeñan en hablar catalán cuando se dirigen a españoles que no lo entienden, dando una imagen de la sociedad catalana que no se corresponde con la realidad

Un amigo me contó hace unos años una curiosa y lamentable anécdota que ilustra bien lo que pretendo sostener en este artículo. Su hijo tenía una novia belga, a la que conocían perfectamente, y ya bien asentada la relación, aprovechando un viaje a Bruselas con su mujer, pensó que era la ocasión propicia para conocer también a sus padres, que no vivían muy lejos de la capital aunque ya en la región flamenca.

Por precaución, sabiendo que los padres eran nacionalistas flamencos, mi amigo preguntó a su hijo si sabían hablar francés, lengua que tanto él como su esposa hablaban correctamente, a diferencia del inglés, que apenas balbuceaban. El hijo contestó que, por supuesto, hablaban francés perfectamente —hubiera podido no ser así—, aunque él se relacionaba con ellos, y también con su novia, en inglés. En el restaurante, y tras las presentaciones de rigor, los padres de la novia dijeron que lo sentían mucho, pero ellos no sabían hablar francés y propusieron que la conversación se desarrollara en inglés.

Así se hizo, naturalmente: los novios ejercieron de traductores, la conversación fue insípida, aburrida, y el conocimiento mutuo, que era el objetivo de la cena, resultó escaso. Pudiendo usar una lengua común, que seguro hablaban mejor los belgas que los españoles, el encuentro fue breve y, en cierta manera, artificial. Después la novia se excusó, avergonzada por la actitud de sus padres, pidió que les comprendieran porque eran nacionalistas flamencos y mis amigos, por educación, pero con muy escasa sinceridad, salvaron la situación diciéndole que la cena había sido muy agradable y sus padres encantadores.

¿Por qué se empeñaron en hablar inglés en lugar de francés? Porque consideraban el francés, la lengua de los valones, como un idioma enemigo y querían demostrarlo ante unos extranjeros dejando claro que lo desconocían, aunque ello no se correspondiera con la verdad. Anteponían la función identitaria de la lengua a la función comunicativa.

Eso pasó también entre algunos de los participantes en el debate electoral del pasado domingo en TVE. Se pidió a los líderes de los partidos catalanes que utilizaran el castellano, ya que la difusión era para toda España, pero los líderes de los partidos nacionalistas no quisieron acceder a esta razonable petición y, alegando que se celebraba en Cataluña, exigieron que se les dejara hablar solo en catalán. Así lo hicieron los representantes de Junts, ERC, PDeCAT, CUP y En Comú Podem. Utilizaron el castellano los jefes de fila de Cs, PSC, PP y Vox. Para que lo entendieran todos los españoles, el catalán se traducía simultáneamente al castellano, superponiendo la voz del político con la del traductor, lo cual a veces hacía difícil entender lo que decían quienes intervenían en el debate.

En definitiva, cinco contra cuatro, una imagen que transmite la falsa sensación de un país dividido por la lengua cuando no es así. En la calle —comercios, oficinas, transporte, bares y restaurantes, farmacias, etc.— y en el mismo seno de muchas familias, se utilizan ambas lenguas indistintamente sin ningún tipo de conflictos ni problemas. ¿Por qué? Porque todos se entienden y si así no fuera, si hubiera dificultades de comprensión, en la inmensa mayoría de los casos, incluso en los pueblos de la llamada Cataluña profunda, cambian de lengua sin complejos ni prejuicios. En general, pues, se da preeminencia a la comunicación sobre la identidad, a entenderse más que a enrocarse en lo que ahora se denomina lengua propia, como si la lengua fuera propiedad de alguien. Solo en casos muy aislados se producen conflictos.

Sin embargo, los políticos nacionalistas —y ahí debemos incluir, porque los hechos así lo reflejan, a los socios locales de Podemos— se empeñan en hablar catalán cuando se dirigen a españoles que no lo entienden, aunque sea a costa de imponer la traducción simultánea, dando una imagen de la sociedad catalana que no se corresponde con la realidad, tal como saben los españoles procedentes de otras comunidades que viajan a Cataluña. La Cataluña nacionalista oficial es muy distinta a la Cataluña real.

Elevemos estas dos anécdotas a categoría. Hay dos tipos de políticas lingüísticas: aquellas que consideran la lengua como un medio de comunicación y aquellas otras que la consideran un signo de identidad. En el art. 3 de nuestra Constitución, donde se establecen los principios que regulan nuestro régimen lingüístico, se da una síntesis que combina adecuadamente ambos tipos de políticas. Se tiene en cuenta una realidad tan evidente como que el castellano es la lengua común a todos, como se tienen también en cuenta otras realidades paralelas: en determinadas zonas se hablan, además del castellano, otras lenguas.

Si a esto le aplicamos argumentos basados en la razón y en los derechos liberales y democráticos de las personas, el resultado es dar preferencia a la comunicación entre todos respetando los derechos de aquellos que tienen como habitual otra lengua que también es española, pero no es el castellano. Ello está bien resuelto en la Constitución, mal resuelto en los primeros estatutos vasco y catalán —a los que siguieron otros estatutos—, porque establecieron que el vasco y el catalán eran las lenguas propias de sus territorios respectivos. Es obvio que los territorios no tienen lengua, solo la tienen las personas. Ahí empezó un embrollo que fue aprovechado por los nacionalistas para intentar alcanzar su objetivo primordial: construir naciones identitarias con las lenguas como eje vertebrador.

Los políticos nacionalistas catalanes prosiguieron el pasado domingo con esta labor y fue lo más interesante del debate: nosotros hablamos en catalán ‘über alles’, por encima de todo. Como los padres de la novia.