Los papeles secretos del Régimen

ABC 08/12/16

· Una colección de documentos secretos del espionaje franquista a los que ABC ha tenido acceso revela detalles inéditos de la conspiración urdida por los monárquicos, la CEDA, las izquierdas cercanas a Indalecio Prieto y las fuerzas tradicionalistas del interior para formar en 1948 el llamado «Bloque Nacional Antifranquista». La organización tuvo incluso una junta militar con generales y oficiales del régimen. Pero Franco conocía todos sus pasos


· Franco conoció al detalle la conspiración monárquica que le quiso derrocar en 1948

· El dictador fue informado de cada reunión y de las personas implicadas, desde el duque de Alba o el general Kindelán a Juan Ignacio Luca de Tena

El documento tiene 29 folios y nadie lo ha visto desde que Francisco Franco lo guardó entre otros papeles clasificados que se había llevado a su despacho. Forma parte de un conjunto muy relevante de archivos secretos del espionaje franquista de 1948, a los que ABC ha tenido acceso y que revelan con todo detalle las intrigas y conspiraciones que marcaron la incierta situación política. Este informe revela que en 1948 los monárquicos quisieron aliarse con la oposición en el exilio «para derrocar a Franco» con una operación muy ambiciosa. Es secreto, está escrito exclusivamente para el dictador, y nos muestra cómo él seguía la conspiración paso a paso.

En 1948 España resiste como puede el aislamiento internacional, pero los vencedores de la II Guerra Mundial empiezan a ablandarse por temor a la escalada soviética (Stalin detona en febrero el golpe en Praga). Franco había aprobado en 1947 la Ley de Sucesión que proclama Reino a España y le reserva el papel de Jefe de Estado. El documento que hoy desvelamos, escrito en abril de 1948 en papel timbrado de «Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S.», añade en la esquina superior derecha, en versalitas rojas: «Saludo a Franco ¡Arriba España!».

«Don Juan III»
Pero lo más significativo de su portada es cómo denomina al pretendiente al Trono, hijo del Rey exiliado que lidera la conspiración: Don Juan III. Como si reinara. Resulta llamativo. El documento se titula «Actividades Monárquicas, resumen informativo sobre actividades del titulado “Bloque Antifranquista” en relación con los partidarios de Don Juan III». Y no tiene desperdicio.

La conspiración comienza en diciembre de 1947 con dos hombres de Indalecio Prieto en el lado portugués de la Raya. Acaban de reunirse allí para visitar a miembros de la «Junta de S.M.» con el encargo de «preparar un levantamiento con ayuda de las izquierdas». Franco subraya con lápiz rojo las cosas importantes que le dicen sus espías. Pero aquí también escribe al margen: ¡Ojo! Los dos activistas son Antonio Urbina Zuazagoitia, un miembro del Gabinete socialista en el exilio, y Carles Balaguer Esquirol, un antiguo miembro de las milicias pirenaicas. Ambos se convertirán durante ese año en los principales enlaces entre Estoril, residencia de Don Juan, y París, sede del Gobierno en el exilio. En Portugal se reúnen con los duques de Alba y de Sotomayor y los generales Aranda y Kindelán, y estudian la «formación de un Bloque Nacional Antifranquista para el derrocamiento de Franco mediante una coalición de todos los grupos», según consignan los espías en el documento. Añaden que los planes son conocidos por miembros del consejo privado: José María Gil Robles, Pedro Sainz Rodríguez y Julio Lopez Oliván. Pero la idea de una alianza con la

izquierda para derrocar a Franco quiebra la unidad entre los monárquicos, que temen verse utilizados. El duque de Sotomayor y Kindelán se resisten, pero acabarán cediendo. No así los tradicionalistas del conde de Rodezno, que no cambia ni ante la oferta de cargos. Ni unos ni otros imaginan lo atentamente que el dictador sigue sus pasos. Conoce cada detalle del contenido de sus reuniones importantes. En enero de 1948 se celebran en Barcelona, Madrid y San Sebastián, y en ellas la alianza cobra forma.

Es una conspiración en toda regla. Crean distintos órganos, en Barcelona (por la cercanía de la frontera) y Madrid, pero también un Comité Ejecutivo Aliado, formado por cuatro personas, que dirige los movimientos. Y deciden crear (Franco subraya intensamente esta parte) una junta militar para infiltrarse y controlar las fuerzas armadas. Hay otro asunto que irrita sobremanera al dictador: le cuentan que los conspiradores han ido a Marruecos para ganarse las voluntades de los notables en África, entre ellos al Bajá Sid-el-Melali, que les apoyará.

La actividad es frenética. Hay reuniones en Londres, en marzo y abril. Piden al Foreign Office que presione en Madrid para que Franco acepte la iniciativa política de Don Juan. Incluso indican al ministro Bevin que invite a algún representante del dictador para explicarle la situación. Franco pone a esto tres admiraciones rojas de grosor extremo.

MILITARES CONJURADOS
Resulta escalofriante ver la lista de generales y altos mandos comprometidos con la conspiración del Bloque Antifranquista. Aún lo es más ver la lista ordenada por los espías de Franco, con el destino de cada militar consignado, en un alarde de control de la información como instrumento político.

La conspiración progresa. Los espías advierten de que Prieto presiona a cierto grupo militar para que se una a una «campaña derrotista contra el actual Gobierno». Pero cuentan que al mismo tiempo Don Juan abre una vía amistosa, para establecer una delegación en Madrid y hablar con Franco «sobre asuntos de interés», para «llegar a un acuerdo en lo posible».

En esa negociación interviene la plana mayor, desde el duque de Alba, Kindelán y Rocha hasta Juan Ignacio Luca de Tena o el duque de Sotomayor. Quieren entregar un documento al ministro de Exteriores, Martín Artajo (al que Foxá llamó «prior» del «Monasterio de Exteriores»). Confían en que Franco lo vea con buenos ojos «por entender que puede ser una salvaguardia de los intereses españoles frente a la codicia de los gobiernos exiliados patrocinados por Rusia».

Se aceleran los acuerdos
El duque de Alba recibe en abril noticias del desarrollo de los movimientos antifraquistas. Urbina Zuazagoitia quiere invitar al bloque monárquico del interior a los acuerdos que ultiman en Londres Prieto, la CEDA, monárquicos e izquierdistas del entorno de Don Juan. El duque está de acuerdo y el 17 de abril logra el primer pacto con los tradicionalistas del interior: Zunzunegui, Olazábal, Zumalacarregui y Arvizu lo suscriben con Kindelán, Luca de Tena, Espinosa de los Monteros y él mismo.

Ese acuerdo acelera el resto de asuntos. Antes de acabar abril está nombrada la junta militar, los mandos políticos, y se proyecta una escuela para futuros políticos. Los socialistas la desean en Barcelona, pero Don Juan lo prohíbe y pide que se haga en Portugal, bajo supervisión de uno de sus fieles, el diplomático López Oliván.

El 27 de abril está ya todo firmado. La oposición se ha organizado a conciencia. Pero siguen intervenidos. Desde nuevas posiciones, en los siguientes meses los adversarios comienzan a jugar su arriesgada partida de ajedrez. Los espías seguirán escuchando atentamente. Habrá de todo. Aún nadie sospecha que en noviembre Don Juan Carlos, con solo 11 años, viajará a España.


«Querido hijo: si pierdes, tefusilan; si ganas, te asesinan»

· Entre los centenares de informes confidenciales de finales de los años 40 que Francisco Franco manejó en su despacho se encuentra una carta personal escrita dos meses después del golpe de Estado. ABC ha tenido acceso a un documento único que revela las difíciles relaciones entre padre e hijo

Dos meses después del comienzo de la Guerra Civil, en septiembre de 1936, múltiples preocupaciones rondaban la cabeza de Nicolás, padre de Francisco Franco. Su situación económica es desesperada, de modo que tomó la decisión de escribir una carta a su hijo para pedirle ayuda. No debió de ser una decisión fácil, pues padre e hijo nunca se llevaron bien. El desencadenante de ese enfrentamiento fue la decisión de Nicolás de abandonar a su mujer, María del Pilar Bahamonde, para irse a vivir a Madrid junto a una joven llamada Agustina, de la que –como se decía en la época– se había amancebado. Sin embargo, y pese a que Francisco fue abiertamente crítico con el abandono de la casa familiar, la realidad política ofreció a Nicolás una oportunidad para resolver sus estrecheces.

La misiva, que el servicio postal sella el 9 de septiembre de 1936, está datada en Ferrol y se dirige al «Excmo. Sr. Don Francisco Franco Baamonde. Comandante Gral. del Ejército Nacional del Sur. Cáceres o donde se halle». La guerra no ha hecho más que comenzar.

En los diez folios, escritos a mano, Nicolás se dirige al destinatario como «querido hijo», rechaza el «odio sangriento de clases» generado por la «infección comunista», teme que la guerra se prolongue demasiado y revela sus planes frustrados de emigrar a Portugal. Pero el motivo último de la carta es una petición expresa de ayuda para poder cobrar su «retiro»: «Llevo mes y medio gestionando que se me abone mi haber de retiro sin conseguirlo y me veo obligado a contar los garbanzos y a estrecharme para estirar el dinero que traje de Madrid».

En seis meses, dimisión
La carta, que respira una distante preocupación por el riesgo que corre su hijo, comienza con un reproche: «Aquí me tienes desde el 7 de julio incomunicado con el resto del mundo y asqueado por la infección comunista». Acto seguido, Nicolás se preocupa por su hijo: «Cuando me enteré del movimiento y la parte que en él te cayó te consideré como sentenciado a muerte: si pierde y lo cogen porque lo fusilan; si gana y se hace el amo de la Nación porque lo asesinan como a Canalejas, Dato y demás políticos gobernantes».

Es más, Nicolás Franco pone plazo a la mejor de sus hipótesis: «Si triunfáis […], antes de seis meses te verás obligado a dimitir y marcharte para el extranjero». El motivo serán «las discordias de los generales» y «las intrigas que te rodearán por todas partes para dificultar tu labor».

«Mucho palo»
En ese retiro obligado en Ferrol, el padre de Franco observa con pesimismo la situación en la que se halla el pueblo español, «podrido hasta el corazón» y dominado por un «odio sangriento de clases» que no puede «estirparse» sino con «mucho palo y mucha hambre». La decepción surge de la incomprensión sobre lo sucedido en los últimos años de la II República: «Parece mentira que se haya podido permitir tranquilamente la propaganda para llegar a tal estado en un periodo de gobierno de dos años de derechas y en un pueblo de vida tan desahogada y donde podemos decir que la mayoría se compone de burgueses y donde apenas hay ricos ni clases capitalistas». Tras reconocer que «aquí se mata bastante», señala que los comunistas siguen «tan farrucos» como para confiar en un triunfo que les permita «llevar a cabo sus planes y programas de exterminio de todo lo que huela a señorío».

No obstante, Nicolás Franco también tiene duras palabras para los «conspicuos» del bando nacional, a los que también considera contagiados «de la epidemia nacional»: la verborrea y las frases cursis. «Así –zanja– no se va a ninguna parte».

El padre de Franco tiene clara su visión de cómo debe organizarse la sociedad española, y lamenta que se haya llegado a una situación tan extrema. Pero un buen pesimista sabe que todo es susceptible de empeorar: «En vista de la marcha de la guerra no tengo mucha fé en el éxito de la misma. Lo que debió ser un movimiento salvador rápido degenera en una sangrienta guerra civil de conquista larga, costosa y estremecedora».

«Código de deberes»
La parte emotiva de la carta llega al final, cuando el padre revela al hijo su frustración. «Voy tirando –reconoce–, aunque muy estropeado con estos cuidados y emociones. Me indigna mi inutilidad y me desespera el papel pasivo que mi falta de salud me impone en estas circunstancias que reclaman la máxima actividad de todos porque en muchos servicios podría de estar mejor mi salud ser conveniente mi intervención». También le informa de la «falta de noticias» sobre algunos familiares, y su temor de que hayan sido «asesinados».

Con una naturalidad pasmosa, Nicolás cambia de tema. De repente, y tal vez tratando de impresionar a su hijo, reflexiona sobre la situación de la industria nacional, en la que detecta un «inconveniente» que afecta a su productividad: «Hacer a los obreros promesas que luego no se pueden cumplir, sistema de los socialistas, cuando lo que se precisa es hacerles comprender que para que haya trabajo es necesario abaratar el precio hora del mismo para que nuestras industrias puedan competir con las del extranjero». En este sentido, ofrece a su hijo instrucciones para el mercado laboral: «En lugar de derechos lo que hay que establecer es un código de deberes que han de tener los obreros como todo el mundo tiene en su profesión y esto es lo que hay que hacerles comprender».

Pero el punto clave de la carta pasa por la petición de ayuda para recuperar sus ahorros: el hecho es que Nicolás Franco lleva mes y medio intentado sin éxito que se le abonen las 10.000 pesetas de que dispone en la Caja Postal, así como 11.000 en su cuenta corriente del banco. «No hay quien me dé una peseta», escribe, lamentando que la Caja solo entrega 100 pesetas al mes previa aprobación del Gobienro de Burgos. «Te adjunto y te ruego me devuelvas la nota remitida por mí a Burgos», apunta. Ochenta años después, la nota permanece dentro del sobre, lo que supone que el hijo nunca se la devolvió. Lo que no se sabe es si hizo alguna gestión para resolver la asfixia financiera del padre.